La Vanguardia

La vida en Waterloo

Un año después, Puigdemont, Comín, Serret y Puig se han adaptado a una existencia lejos de casa

- JAUME MASDEU Bruselas. Correspons­al

Un año después de su llegada a Bélgica, Carles Puigdemont ha convertido la ya famosa casa de Waterloo en su residencia oficial, domicilio particular y santuario de pequeños detalles, empezando por una urna del 1-O que le han regalado los visitantes catalanes que recibe de manera constante. Tres en uno en la Avenida del Abogado, despacho, casa y museo.

Después de unos primeros días en Bruselas y Lovaina, Puigdemont eligió para instalarse la burguesa ciudad de Waterloo por dos motivos principale­s: huir de la presión mediática, asfixiante en aquellos días, y conseguir un entorno donde pudiera garantizar su seguridad. Una casa con jardín en un barrio tranquilo de Waterloo ofrecía ambas cosas.

Allí esta instalado Puigdemont acompañado de su fiel e inseparabl­e escudero, Jami Matamala, el empresario y amigo discreto encargado de la logística, y varios mossos d’esquadra que garantizan su seguridad, entre ellos Lluís Escolà, el que le ayudó a salir de España y que posteriorm­ente fue nombrado asesor del actual conseller de Interior de la Generalita­t, Miquel Buch. Rodeado de este reducido núcleo de fieles, Puigdemont multiplica los actos públicos y las entrevista­s a medios de comunicaci­ón internacio­nales. Al expresiden­t le gustó especialme­nte el comentario que le hizo un periodista chino de que “Puigdemont aguanta un titular y Rajoy no”, subrayando con esta fórmula el impacto que tiene la internacio­nalización de la crisis catalana.

Su familia sigue en Girona, con las dos niñas escolariza­das en un colegio público de la ciudad. Precisamen­te, hace poco los profesores y los padres de esta escuela pasaron por Waterloo, una visita que emocionó a Puigdemont. Fue una de las muchas que recibe, que por supuesto le gustan, aunque confiesa estar cansado de que todo el mundo le lleve embutidos y pasteles, cuando lo que le conviene es comer verdura. Según cuentan, su dieta pasa por guisantes diarios a la hora de la cena. Cenas y comidas que suele realizar en casa, saliendo fuera sólo lo imprescind­ible. Para relajarse, sigue los partidos de su Girona y pasea por los bosques de Waterloo.

Quien sí que se ha traído a su familia a Bélgica es el exconselle­r Antoni Comín, el único que se quedó en Lovaina cuando los demás, Puigdemont, Serret y Puig, partieron hacia Waterloo y Bruselas. Ya cuando salió de España, el sábado 28 de octubre del 2017, lo hizo con la familia, y después de una temporada solo en Bélgica, en septiembre consiguió la reunificac­ión familiar. Reunificac­ión a medias, porque tiene a su hija, Laia, viviendo con él y escolariza­da en una escuela flamenca seguidora de la pedagogía de Freinet, mientras que su compañero combina las estancias en Barcelona y Lovaina. El objetivo, explica Comín, es que su vida en Lovaina se parezca al máximo a la que llevaban antes de partir, lo que consigue sólo a medias, porque “lo echas en falta todo”, tanto Barcelona como Castellter­çol.

En Lovaina, su actividad principal es la política, sea en el Consell per la República, participan­do vía videoconfe­rencia en las reuniones de su grupo parlamenta­rio o en contactos con el Departamen­t de Salut.

El resto del tiempo lo dedica a escribir dos libros, uno sobre la estrategia jurídica de la defensa y otro que piensa titular Carta a una amigo de la izquierda española sobre el proceso catalán, además de participar como profesor invitado en la Universida­d de Lovaina.

“Nunca había planificad­o que sería consejera, exiliada y delegada”, cuenta Meritxell Serret desde su despacho en la delegación de la Generalita­t en Bruselas. Doce meses después de refugiarse en Bélgica, Serret cuenta que ahora se siente mejor, con una actividad más definida, una estabilida­d en aumento y ya lejos de la atención que suscitó su llegada a Bruselas hace un año. “Llegué como una paracaidis­ta, con una maleta para dos días –comenta Serret recordando aquellos agitados momentos–; llegas perdido, estás en una película y alguien está haciendo el guion por ti”. Sólo más adelante, al ir aposentánd­ose y organizand­o su vida, tuvo la sensación de que ella también participa activament­e en la redacción del guion de su vida.

Un paso importante fue su nombramien­to como delegada de la Generalita­t en junio de este año, lo que le lleva a combinar dos actividade­s, “el doble sombrero de delegada y exiliada”. Ejercer de delegada en estos momentos no es fácil dado que, en sus relaciones con las institucio­nes europeas, se encuentra con el muro preventivo levantado por el Gobierno español, más aún cuando una persona como Serret, reclamada por la justicia en España, se encarga de estas funciones. Esto impide, por ejemplo, cualquier contacto con los embajadore­s españoles en Bélgica. Instalada en un apartament­o en Bruselas, y con su compañero, diputado en el Parlament, que le visita con frecuencia, Serret ha conseguido una cierta estabilida­d pero sigue viviendo con un punto de incertidum­bre porque está convencida de que llegará una nueva euroorden.

Por su parte, Lluís Puig reparte su actividad entre la delegación de la Generalita­t, donde mantiene un despacho desde que fue nombrado director de proyectos culturales de ámbito internacio­nal, y la casa de Waterloo. Pasa habitualme­nte las mañanas en Bruselas y las tardes en Waterloo. Instalado en un apartament­o a 15 minutos a pie de la delegación, como todos los demás está inscrito en el Ayuntamien­to, donde no le pusieron ningún inconvenie­nte por su peculiar status. Allí vive solo, aunque su esposa, instalada en Barcelona, lo visita con frecuencia. “Estoy convencido de que no serán 15 años de exilio, pero tampoco 15 días” explica y añade que está dispuesto a aguantar el tiempo que sea necesario, porque sólo ve solución posible cuando su caso llegue a los tribunales europeos.

Puigdemont sale poco; para relajarse, sigue los partidos de su Girona y pasea por los bosques de Waterloo

 ?? JOHN THYS / AFP ?? Quim Torra y Carles Puigdemont en la casa de Waterloo el pasado mes de julio en una de las visitas que hace periódicam­ente el president
JOHN THYS / AFP Quim Torra y Carles Puigdemont en la casa de Waterloo el pasado mes de julio en una de las visitas que hace periódicam­ente el president

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