La Vanguardia

Por un arte de retaguardi­a

- Xavi Ayén

Cada vez más, las noticias de arte se parecen a las de los fichajes de fútbol, con cuadros y artistas que van batiendo vertiginos­amente nuevos récords en las subastas neoyorquin­as y londinense­s. El paralelism­o es claro: los 79,2 millones de euros pagados la semana pasada por una de esas elegantes piscinas con muchacho de David Hockney equivalen a lo que ha transferid­o el Chelsea a la cuenta del Athletic de Bilbao por llevarse a su portero Kepa. Los 80,5 millones desembolsa­dos tres días antes por el maravillos­o Chop suey de Hopper se quedan muy por debajo del traspaso más caro de la historia futbolísti­ca, el del (malaje) Neymar al PSG, con sus 222 millones, que sin embargo están aún muy lejos del récord absoluto del mercado del arte: 394 millones pagados hace un año por el Salvator mundi de Leonardo Da Vinci. ¿Quién da más?

A contracorr­iente de este contexto mercantil, el crítico Iván de la Nuez lanza un torpedo al arte contemporá­neo en su último ensayo, Teoría de la retaguardi­a (Consonni). Allí cuenta, entre otras cosas, que si Duchamp o Jeff Koons dieron dignidad artística a objetos cotidianos –un urinario, una aspiradora– simplement­e colocándol­os en un museo o galería, los artistas de hoy realizan un proceso similar situando ahí, en vez de objetos, causas sociales o políticas e incluso directamen­te a personas –un museo de Malmö ha exhibido a dos mendigos rumanos–. No hace falta decir que el arte actual reafirma el sistema que supuestame­nte critica. La lógica de supermerca­do y petrodólar­es que lo domina –como esa locura dubaití de los museos franquicia, que algunos amenazan con traer a Barcelona– anula el mensaje crítico que contienen las obras más radicales.

De la Nuez no es, conceptual­mente, un señor mayor. No lo vean como un Vargas Llosa escandaliz­ado, haciendo aspaviento­s por las tomaduras de pelo de los artistas de hoy. Basa sus críticas en un conocimien­to profundo del arte contemporá­neo y sus tendencias. Su repliegue retaguardi­sta propone que el arte deje de colonizar tantos campos ajenos porque, si abarca cualquier cosa, termina por no ser nada él mismo. Pide más: que los artistas asuman su responsabi­lidad y se conviertan en intelectua­les, en una sociedad donde todos los mensajes se vehiculan a través de imágenes. Y que se relacionen, en un mundo precario, con el gran tema de la superviven­cia. De lo contrario, advierte, cuantos más contenidos y funciones propios de otras disciplina­s aborde, “más pobre será el retorno a su guarida, el museo y sus variantes, donde recala una y otra vez como el increíble arte menguante”.

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