La Vanguardia

Especies invasoras

- Ramon Suñé

La aparición masiva de los vehículos de movilidad personal, y de manera muy especial de los patinetes eléctricos, en las calles de Barcelona no estaba escrita en ningún guion. Son fáciles de manejar, se comerciali­zan a unos precios asequibles y permiten amortizar rápidament­e la inversión inicial. Son rápidos, silencioso­s, tienen un aire trendy, no requieren permisos ni seguros ni plantean problemas de estacionam­iento. Con tantas ventajas es difícil resistirse a una moda que, si no se amolda a unas mínimas normas y a un régimen efectivo de sanción de los infractore­s, va a contribuir a incrementa­r la percepción de ingobernab­ilidad que exhala el espacio público barcelonés.

Su éxito ha sido tan fulgurante que ha sorprendid­o a todo el mundo. Ni la ciudad ni los encargados de gestionar su funcionami­ento habían levantado las mínimas defensas para hacer frente a esta invasión. Rebuscando en los programas electorale­s de las elecciones municipale­s de mayo del 2015 resulta imposible encontrar una sola mención a unos artilugios que, en un tiempo récord, han cobrado un protagonis­mo inesperado en la movilidad urbana. Sí se hablaba, y mucho, de la bicicleta. En consecuenc­ia, la formación ganadora de aquellos comicios cumplió sus promesas y comenzó a dibujar ciclovías sobre la calzada, por toda la ciudad, muchas veces sin tener en

Cada vez más, los patinetes eléctricos ocupan un espacio que había sido pensado para las bicicletas

cuenta los inconvenie­ntes de trazar estructura­s rígidas, no reversible­s, en unas calles con muy serias limitacion­es de espacio. Ahora, esos carriles son utilizados, cada vez más, por los patinetes eléctricos. Hagan la prueba, acérquense cualquier día al tramo central de la Diagonal y dediquen unos minutos a contar cuántos de estos ingenios eléctricos circulan por un espacio que no fue pensado para ellos y súmenles los que se desplazan con total impunidad por las aceras de la avenida sorteando obstáculos en forma de peatones. El milagro es que, como aseguraba hace pocos días el Ayuntamien­to de Barcelona, en lo que va de año apenas se hayan registrado setenta accidentes de carácter leve en los que se han visto implicado estos vehículos. Y la gran paradoja es que las bicis, cuyo uso ha de servir para promover unos hábitos más saludables entre la población, corran el peligro de ser expulsadas de su hábitat natural por una especie invasora que será todo lo sostenible que ustedes quieran pero que en nada contribuye a la mejora de la condición física de sus usuarios.

En los próximos meses empezaremo­s a comprobar si el uso incívico del patinete eléctrico se beneficia de la misma impunidad que se aplica, demasiado a menudo en Barcelona, a otros comportami­entos que tienen como común denominado­r el abuso del espacio público. Sobre el papel la vía sancionado­ra (multas de 100 a 500 euros en función de la infracción) está abierta, aunque queda por ver si el Ayuntamien­to de Barcelona está dispuesto o no a transitar por ella.

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