Arte popular y sofisticación
El movimiento modernista en México se convirtió en el nuevo paradigma de la cultura del continente americano, entre 1875-1925 y 19251945. Dentro de esos años, la producción plástica puso el nombre de México en el mundo gracias a su originalidad, pero también a su complejo y nutrido lenguaje iconográfico.
La genialidad de sus protagonistas y la calidad de su obra no tendrían parangón temporal ni territorial, pues convergieron factores que no se repetirían: la búsqueda de una identidad nacional que unificara a la población, la creación de un proyecto educativo que utilizaría el arte como vehículo de adoctrinamiento y la libertad de sus creadores, quienes hicieron propios los modelos europeos de la academia, pero también de las vanguardias.
El profundo caos y los intentos fallidos por establecer un orden nacional abarcaron desde 1821 hasta 1875, con la llegada del general Porfirio Díaz al poder. Díaz promovió el desarrollo tecnológico e industrial y la inversión extranjera en un país predominantemente rural; sin embargo, a diferencia de regímenes con un militar al frente, este se caracterizó, atípicamente, por fomentar las expresiones artísticas.
El costo que implicó la modernidad y sus consecuentes contradicciones suscitó diversas reacciones que dieron pie a una guerra civil, la revolución. Pero México también se reconfiguró de manera provocativa, fascinante, dinámica y productiva culturalmente, comenzando por la literatura, seguida por la escultura y, finalmente, la pintura.
En su primera etapa, el modernismo se caracterizó por mezclar el exotismo de la periferia rural con el cosmopolitismo de la capital. La segunda logró consolidar el movimiento estilístico como reivindicación nacional a través de una utopía sociopolítica, promovida por el gobierno. El modernismo sentó las condiciones de posibilidad para la que es quizás la estrategia política más eficiente en la historia de México y que marcaría para siempre al arte: el programa educativo del ministro de educación José Vasconcelos, cuyas metas –progresistas y eugenésicas– serían la mejora social y económica mediante la transformación cultural.
Sin embargo, la ideología no sacrificaría la creatividad ni la calidad en este caso. El arte popular brindaría las bases formales a los artistas para lograr la identificación y unidad nacionales del programa gubernamental, pero la influencia de las corrientes europeas les darían una elegancia que resultaría en una alta sofisticación estilística.
Dos de los artistas que resumen y representan las características de este movimiento son Saturnino Herrán y Roberto Montenegro. Herrán fue alumno del pintor catalán Antonio Fabrés, durante su gestión como subdirector e inspector de la clase de dibujo en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Roberto Montenegro, muralista, pintor, vitralista y alquimista, conjugó la iconografía de las artesanías regionales con escenas mitológicas, ambas enmarcadas en las formas del art nouveau y del renacimiento cultural catalán.
El modernismo en México tuvo una fuerza descomunal gracias a sus artistas, pero también a la influencia de personajes clave que fueron un faro en su propio contexto y marcaron el rumbo del arte en este país, como el temprano caso del academicista Pelegrín Clavé. Se han realizado varias exposiciones que analizan la influencia de escenas como la francesa, pero valdría la pena reivindicar el importante papel que tuvo Catalunya en el desarrollo de un movimiento apasionante, complejo y paradigmático en la historia del arte y de la política mexicanos.