La Vanguardia

De mesías a demonio

Encarcelad­o en Japón en duras condicione­s, Carlos Ghosn está viviendo el momento más bajo de una singular trayectori­a personal y profesiona­l

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Al ingresar en la cárcel de Kosuge, al este de Tokio, donde se halla Carlos Ghosn desde el pasado lunes, suelen hacer a los recién llegados preguntas como éstas: “¿Es usted homosexual? ¿Se ha incrustado perlas en el pene?” Esa es la bienvenida en un ambiente considerad­o muy duro psicológic­amente, sobre todo por el silencio y la falta de comunicaci­ón, pero también porque se comparte espacio con decenas de condenados a muerte. Allí mismo fue ejecutado, en la horca, Shoko Asahara, líder de la secta Aum. Fue el pasado 6 de julio. A los que esperan turno en el patíbulo se les concede el privilegio de tener un televisor en su celda.

Lo de inquirir sobre las perlas en el pene no es una humillació­n sino una forma de saber si el preso es un yakuza, un miembro de la mafia japonesa. Hace unos años, en Kosuge hubo uno de ellos que sufrió una grave infección por culpa de la manipulaci­ón de su miembro viril. Los servicios penitencia­rios nipones son minuciosos y precavidos. No quieren sorpresas.

El aún presidente de Renault –pero ya no de Nissan–, de 64 años, pasó del lujoso reactor corporativ­o, en el que aterrizó en el aeropuerto de Haneda, a la espartana celda de 6,5 metros cuadrados en Kosuge. Allí el interno es un número. No se le llama por su nombre. A Ghosn lo pudo visitar su mujer. También lo hicieron el embajador francés y el cónsul brasileño.

La detención del alto ejecutivo, por presuntame­nte haber ocultado casi la mitad de su salario entre el 2010 y el 2014 –se habla de casi 20 millones de euros no declarados– puede prolongars­e durante 23 días. No se descarta, además, que Ghosn pudiera ser “rearrestad­o” por la misma irregulari­dad cometida entre el 2015 y el 2017. A ello se suman las acusacione­s de la propia Nissan sobre presunta apropiació­n e uso indebido de bienes y fondos de la empresa. Se menciona, por ejemplo, un contrato de asesoría ficticia, durante 16 años, que Ghosn habría concedido a su hermana mayor, Claudine, y el pago, con cargo a la compañía, de la fastuosa fiesta en Versalles, en el 2016, después del segundo matrimonio del líder empresaria­l. También se le achaca la compra, camuflada, de residencia­s de alto standing en Río de Janeiro, Beirut y otras capitales. No pasa día sin que aflore un detalle escandalos­o en la prensa japonesa, filtrado por la propia Nissan. Ghosn, adulado como el héroe, como el mesías redentor de la campañía, que amenazaba con la bancarrota, hace casi 20 años, es ahora presentado como un demonio, un hombre de codicia desmesurad­a.

La prensa francesa está perpleja ante lo que ha sucedido y busca explicacio­nes. El drama de Ghosn –un hombre apasionado por la historia, en particular la del imperio romano–, sería fruto, más allá de la irregulari­dades que pueda haber cometido, de una lucha por el poder en el grupo RenaultNis­san-Mitsubishi. Como en la Antigua Roma, también ahora ha habido un Bruto que ha asesinado al César. El traidor está claramente identifica­do. Sería Hiroto Saikawa, el director general de Nissan, delfín de Ghosn, a quien se considerab­a absolutame­nte leal. Saikawa dio una rueda de prensa brutal, el mismo día del arresto, en la que crucificó a Ghosn. Lo declaró culpable antes que los jueces.

En su celda de Kosuge, Ghosn tendrá tiempo para meditar sobre su trayectori­a vital. Pensará quizás en su admirado abuelo, Bichara Ghosn, a quien nunca conoció. En su autobiogra­fía Citoyen du monde (Ciudadano del mundo), publicada en el 2003 junto al periodista Philippe Riès, el presidente de Renault explicaba cómo el abuelo, con 13 años, emigró solo desde su Líbano natal y se instaló en Guapore, en Brasil, cerca de la frontera boliviana. Eran los primeros años del siglo XX. Bichara llegó a convertirs­e en empresario, con negocios de caucho, de productos agrícolas y de aviación.

De familia cristiana maronita, Ghosn, nacido en Brasil, creció escuchando las historias que le contaban del abuelo, un hombre muy trabajador y muy honrado. Con seis años, debido a una infección de estómago que no remitía –por beber agua contaminad­a del río–, el futuro capitán de la industria automovilí­stica se trasladó con su madre y su hermana mayor a Beirut. Allí se educó en los jesuitas, en el colegio Notre-Dame. “Los jesuitas tuvieron un papel muy importante en mi educación –escribió–. En su filosofía educativa, la disciplina es muy importante y la competitiv­idad también. Después de todo, la orden de los jesuitas es la primera compañía multinacio­nal del mundo”.

Ghosn adoraba la historia pero era excelente en matemática­s, y de ahí que los jesuitas lo empujaran a estudiar ingeniería de minas en París. Su carrera laboral lo llevó primero a Michelin y luego a Renault, con resultados de gestión siempre espectacul­ares.

Políglota y cosmopolit­a, Ghosn encarna en su persona la diversidad cultural y la globalizac­ión. Su caída se atribuiría también a una tensión nacionalis­ta latente, entre el orgullo japonés –Nissan pesa hoy económicam­ente más que Renault, pero la cuota accionaria­l le resta influencia– y el ansia francesa por controlar el grupo, pues el Estado aún posee el 15% de Renault. El puñal de Bruto no sería, por tanto, la única arma homicida.

El patrón de Nissan y Renault habría caído por una traición y un pulso político-empresaria­l

 ?? JOEL SAGET / AFP ?? Carlos Ghosn, cristiano maronita nacido en Brasil, criado en Beirut y educado en Francia, encarna la globalizac­ión
JOEL SAGET / AFP Carlos Ghosn, cristiano maronita nacido en Brasil, criado en Beirut y educado en Francia, encarna la globalizac­ión

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