La Vanguardia

Diecisiete días

El fuego de California se apaga con 85 muertos y 265 desapareci­dos

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Iba a celebrar su 72.º cumpleaños con una barbacoa, el pasado 8 de noviembre. Antes de prender la brasa, una columna de humo hizo cambiar el plan a Daniel Cayer.

Diecisiete días después, y gracias a la confabulac­ión de más de un millar de bomberos y la lluvia, el incendio más devastador se dio por contenido. Cayer explicó entonces su frustrada fiesta al The New York Times.

Este septuagena­rio ha sobrevivid­o a la transforma­ción de esa localidad del norte de California llamada Paradise, acomodo de jubilados, en un infierno de destrucció­n que ha afectado a unas 62.000 hectáreas. Prácticame­nte no queda nada más que piedras, cenizas y un reguero de muertos.

Cayer se ha quedado en la calle, acogido en un refugio. Pero todavía se puede considerar un afortunado. Forma parte de la lista de los 50.000 que se han quedado sin techo. La nueva diáspora que le llaman. Este hombre tiene claro que quiere quedarse en esa ciudad si la reconstruc­ción es posible. Sin embargo, otros muchos, que lo ven más que difícil, se plantean mudarse a otras zonas, en otros estados, donde el precio sea más asequible.

El sheriff Kory Honea, del condado de Butte, ofreció el recuento todavía provisiona­l que cierra este triste periodo. La lista de fallecidos asciende a 85, mientras que continúa habiendo un total de 265 desapareci­dos. Este listado ha caído desde los más de mil nombres que llegó a incluir. Gran parte de esos “no contactado­s” se ha demostrado que se habían ido y cobijado con familiares y amigos, y sólo supieron que eran buscados al ver que se les citaba.

Ahora, una vez sofocado el fuego, y una vez que se enfríen las brasas, se procederá a buscar por muchas de las 18.000 estructura­s destruidas, de las que al menos 14.000 eran viviendas. Se teme que la cifra de muertos aún suba por cuanto había mucha gente mayor en esas casas. Paradise era un lugar popular entre los retirados. Según los datos del censo, más de una cuarta parte de sus habitantes tenía 65 años o más.

“No voy a hacer especulaci­ones, pero mantengo la esperanza de que ese número de desapareci­dos bajará mucho”, dijo el sheriff.

Los equipos trabajan de urgencia para restaurar los cableados y en las tareas de limpieza. A los sobrevivie­ntes les esperan momentos muy duros. Han de regresar a lo que fueron sus hogares y afrontar el hecho de que no perdura nada. Sus recuerdos se han perdido entre las llamas.

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