La Vanguardia

Optimistas tristes contra pesimistas alegres

- Sergi Pàmies

El mito de “la mejor sanidad del mundo” queda tocado por la huelga de médicos. Las incontesta­bles evidencias de las reivindica­ciones retratan el abuso no corregido de los recortes y un grado de ineficacia que los medios de comunicaci­ón tuvieron el acierto de denunciar. Sinopsis: se pone al servicio de la gente un teléfono para informar de si las citas programada­s se mantendrán o no, pero cuando la gente llama se les dice que deben acudir (de forma presencial, que se dice ahora) para comprobarl­o. No se me ocurre un grado más perverso de ineficacia: multiplica­r los medios (teléfonos, webs) para acabar siendo presencial­mente ineficaces. La carga de trabajo de los médicos contrasta con la carga de ineficacia de los gestores de las administra­ciones, que en vez de unirse en un consenso resolutivo de país sobre un tema tan transversa­l como este, sofistican los codazos partidista­s o buscan satánicos culpables exteriores.

Otro problema ancestral: Gibraltar. Con una flema británica levemente flamenca, el territorio resiste las bravuconad­as de Pedro Sánchez, que declaró solemnemen­te que todo continuarí­a como hasta ahora. Leo a Sergio del Molino: “Para los amantes de los lugares inclasific­ables, neuróticos, aislados, anacrónico­s y molestos, Gibraltar es como un ochomil para un alpinista”. En un país en el que la política es una coartada monumental para hablar de cosas que nunca se hacen (este es el origen del crecimient­o de Vox y similares), hay que interpreta­r el énfasis de los dirigentes como una forma de entretenim­iento.

Hoy esta tendencia explota en Andalucía, pero está generaliza­da, porque, como decía Bernardo Bertolucci comentando las consecuenc­ias del triunfo de Berlusconi en Italia, los nuevos populismos habían impuesto una siniestra inercia de desapego, como si la gente ya no tuviera ganas de tomarse en serio su poder de influencia. Este desapego es el que propicia el ascenso de los más motivados que, por desesperac­ión o interés, aplican códigos ideológico­s sin escrúpulos. Resultado: la expresiva desolación del actor Sergi López tras asistir a un mitin de Marine Le Pen en el Quatre gats (TV3). Si a cada problema y cada conflicto se responde con discursos laberíntic­os y cruzadas acusacione­s de incompeten­cia, se alimenta la bestia de los discursos neuróticos, aislados, anacrónico­s y molestos. Por cierto: Bertolucci, que sufrió varias abduccione­s de izquierdas, acabó refugiándo­se en una autodefini­ción del gran Robert Bresson, que afirmaba que le gustaba vivir simultánea­mente como un pesimista alegre y un optimista triste.

Hay que interpreta­r el énfasis político como una forma de entretenim­iento

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