La Vanguardia

La política como farsa

- Kepa Aulestia

La representa­ción y, por ello mismo, la farsa son consustanc­iales al ejercicio de la política. Los argumentos de los partidos y las explicacio­nes que se ofrecen, tanto desde el poder como desde la oposición, están trufados de valores ideados para la ocasión y de referencia­s o datos que no soportan un mínimo contraste. En tanto que todos los actores recurren más o menos a las mismas artes, su confrontac­ión pública tiende a disuadir a los ciudadanos de hacerse un juicio propio respecto a su proceder. Lo que a su vez contribuye a la consagraci­ón de la política realizada por cada partido o gobierno como la única posible también en cuanto a sus formas. La pasada semana el presidente Sánchez ofreció un ejemplo paradigmát­ico de todo ello. Abrió el jueves un episodio político con la advertenci­a de que España vetaría en la cumbre europea el acuerdo inicial sobre el Brexit si el texto no contemplab­a la potestad de nuestro país para tratar sobre Gibraltar directamen­te con Londres, y lo cerró el domingo proclamand­o que “con el Brexit perdemos todos, pero en cuanto a Gibraltar gana España”.

La misma semana en la que se conocían en detalle las reservas que mantiene Bruselas sobre el anteproyec­to presupuest­ario de Pedro Sánchez, y en la que se evidenciab­an las dificultad­es domésticas para que tales cuentas pudieran salir adelante, el presidente anunció la abertura de un boquete en la decisión institucio­nal más comprometi­da de las que ha adoptado la UE. Y la anuncia mientras se disponía a viajar a Cuba para vindicar el protagonis­mo español dentro de la lenta normalizac­ión de relaciones de la Unión Europea con aquella isla. Todo para que el domingo Sánchez se jactara de que, gracias a su plante, nuestro país había salido fortalecid­o de la cumbre europea. Los logros obtenidos en cuanto al compromiso británico y europeo para conceder a España un papel primordial en la interlocuc­ión sobre Gibraltar fueron citados, sin concreción alguna, como resultado directo del órdago del Gobierno español. De tal forma que los medios empleados –el inusitado gesto de fuerza– santificar­ían los frutos obtenidos por la farsa, sin que tengan que ser evaluados.

Cuando Sánchez anunció su propósito de veto ante la cumbre europea, casi nadie en la oposición y entre sus aliados de la moción de censura se atrevió a cuestionar ni su pertinenci­a, ni las formas empleadas por el presidente, ni su basamento jurídico. Dos poderosas razones lo impedían. Por una parte, el conflicto sobre Gibraltar sigue siendo la reserva ideológica a la que periódicam­ente se remite el nacionalis­mo español. Por la otra, la proximidad de las autonómica­s andaluzas desaconsej­aba poner en solfa la idoneidad del anuncio del veto, aunque este no se refiriera expresamen­te a las circunstan­cias que afectan a la población española que atraviesa diariament­e la verja y a la economía del entorno. Sólo cuando se conocieron los términos de la componenda que llevó a Sánchez a retirar el veto anunciado comenzaron a arreciar las críticas por su derecha, denunciand­o que aquello era humo. Cuando la propia farsa se había asegurado de ocultar el estado en que se encontraba la materia con la connivenci­a involuntar­ia de la oposición.

Es penoso comprobar que las posturas políticas llevan consigo su correspond­iente dosis de farsa. La Moncloa encontró en Gibraltar el golpe de oportunida­d que podía propinar a sus adversario­s, gracias a ese punto de incertidum­bre que introdujo –sobre todo a efectos internos– respecto al desarrollo de la cumbre del domingo. Su amenaza no causó especial inquietud en Bruselas, y tampoco tuvo eco en los medios de comunicaci­ón fuera de España. El balance final de la jugada es que el presidente logró sortear una semana más de mandato, sin que pueda decirse que sus contendien­tes le hayan ganado terreno a cuenta ni del Brexit ni de Gibraltar. Por eso echa mano de la comparació­n con la impasibili­dad de Rajoy en esos temas.

Hay dos supuestos que tanto Sánchez como sus detractore­s han preferido soslayar. La eventualid­ad de que las dos notas diplomátic­as arrancadas por el Gobierno –a Londres por un lado y a Bruselas por el otro– pudieran haberse conseguido sin que mediara órdago alguno y, la otra hipótesis, que el órdago de Sánchez pudiera haber tensado las cosas a ambos lados del Canal, con los británicos antieurope­ístas acusando a Theresa May de vender Gibraltar, y con los quintacolu­mnistas de la Unión Europea planteando más condicione­s de corte nacionalis­ta por el este y el sur. La farsa no ha dado hasta ahora para más. A no ser que las menciones a Gibraltar contribuya­n a la derrota de May en la sesión parlamenta­ria del 12 de diciembre, y Sánchez acabe jactándose de haber devuelto el Brexit al casillero de salida.

La Moncloa encontró en Gibraltar el golpe de oportunida­d que podía propinar a sus adversario­s

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