La Vanguardia

Autobombo y sobriedad

- Fernando Ónega

He aquí la solución para serenar un poco el ambiente político: que Pedro Sánchez se vista de ermitaño las próximas veces que comparezca para leer una declaració­n institucio­nal, que evite cualquier calificati­vo que ensalce su trabajo y que casi pida perdón si trata de presentar algún éxito. Las descalific­aciones de la oposición son proporcion­ales a los autobombos del gobernante, como hemos visto este fin de semana: el presidente compareció a vender el tema Gibraltar como un triunfo histórico, capaz incluso de resolver un conflicto que dura tresciento­s años, y el líder del Partido Popular se sintió en la obligación de ponerse a su altura y hablar de una humillació­n de dimensión también histórica y le debió de faltar un pequeño empujón para hablar de dimensión galáctica.

Con lo cual, la cosa está bastante clara: si el señor Sánchez hubiera sido más modesto y hubiera limitado su mensaje triunfal a hablar de éxito del año o de la legislatur­a, el señor Casado –y en parte también el señor Rivera– no se vería empujado a dar dimensión desmedida a lo que entiende como fracaso. Pero claro: el Gobierno saca a pasear su orgullo y esas euforias tan necesarias en tiempo electoral y sus oponentes lo ven como una provocació­n: ¿cómo este anodino presidente puede atribuirse un triunfo europeo? ¿Cómo le puede salir bien un órdago que planteó a la comunidad internacio­nal? Todo tiene que ser mentira y, si es verdad, no puede tener valor jurídico alguno.

Y así se hace el debate político en este país. Lo describió muy bien López Burniol el domingo en estas páginas: “Una lucha sórdida (…) en que todas las armas son válidas y toda moderación huelga”. No hay moderación en el autobombo por parte del poder, ni hay sobriedad en el ataque por parte de la oposición. Y lo malo es lo que viene a continuaci­ón: ese árbitro que debiera ser la opinión publicada se divide exactament­e igual, en dos bloques, uno para ensalzar el mérito del audaz presidente, y otro para añadir un agravio a su biografía. Todo para que después tengamos que oír a la señora May diciendo que, respecto a Gibraltar, “nada ha cambiado ni cambiará”. En el Reino Unido deben de andar como aquí.

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