La Vanguardia

Había que viajar a Perpiñán...

- Lluís Bonet Mojica LL. BONET MOJICA, crítico de cine

La censura siempre implacable se cebó en una película que los franquista­s considerab­an indigna y pecadora. Así que mientras unos seguían yendo al Santuario de Lourdes en espera del milagro, otros viajaban en coche, tren o autocar hasta Perpiñán para poder visionar El último tango en París, otro milagro. Era un viaje que algunos aprovecháb­amos asimismo para adquirir libros prohibidos y pasarlos por la frontera. La película de Bernardo Bertolucci se había estrenado en París el 15 de diciembre de 1972, desatando entusiasmo y morbosidad, lo que provocaba interminab­les colas en los cines donde se proyectaba. No tardaría en saltar a Perpiñán, donde recibía constantes oleadas de españoles, especialme­nte catalanes por la proximidad, que viajaban en compañía de familiares y amigos.

El último tango en París no dejaba de estar en la línea de anteriores obras del cineasta italiano, pero disparó su carrera, para bien y para mal. Un cronista del diario vespertino barcelonés El Noticiero Universal escribió un artículo titulado Los peregrinos del erotismo, donde afirmaba: “Uno de los nuevos espectácul­os para los franceses del sur es salir de paseo para ver las enormes filas de españoles ante las taquillas de los cines”. Y añadía que para “ver El último tango… hay que pasar las vacaciones en Francia”. También indicaba que a un periódico madrileño le había causado “sensación saber que más de cien mil españoles ya han visto la película donde Marlon Brando se exhibe de todas las maneras. A nosotros nos la causa saber que cincuenta mil eran mujeres, acompañada­s del marido o del padre”. Este era el entorno de aquellos tiempos que por fortuna cambiarían con la desaparici­ón de Franco. Un influyente sacerdote de entonces también llegó a sentenciar que no debían verse “ni las películas buenas, porque el cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán para acá”…

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