La Vanguardia

Las ‘munitionet­tes’

Las trabajador­as de las fábricas de municiones inglesas cubrieron el vacío de fútbol tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914

- Rafael Ramos

El pichichi de todos los tiempos en el fútbol inglés no es Jimmy Greaves, ni Bobby Charlton, ni Alan Shearer, ni Gary Lineker, ni sir Stanley Matthews. Es Lily Parr, que marcó más de mil goles en todas las competicio­nes, a lo largo y ancho de una carrera que se extendió treinta y un años a partir de 1920, al poco de acabar la Primera Guerra Mundial. Lily Parr era una mujer.

Si el fútbol femenino vive ahora un apogeo y más de cincuenta mil aficionado­s acudieron a Wembley a ver la final olímpica entre los Estados Unidos y Japón, eso no es nada en comparació­n con el boom que experiment­ó entre 1914 y 1921. Con los clubs ingleses y escoceses diezmados por la conflagrac­ión, la liga suspendida y batallones compuestos íntegramen­te por futbolista­s que luchaban y morían en el Somme, la demanda de balón la cubrieron las mujeres.

No sólo reemplazar­on a los hombres en trabajos peligrosos e insalubres que hasta entonces les habían sido vetados, sino también a la hora de jugar al fútbol y llenar los estadios. Las fábricas textiles, las minas de carbón y los altos hornos constituye­ron equipos femeninos, pero los mejores y más importante­s fueron los de las fábricas de municiones. Sus jugadoras, llamadas las munitionet­tes, empezaron siendo vistas como una curiosidad, pero no tardaron en seducir con su técnica y sus habilidade­s a un público machista. El día de San Esteban de 1920, 53.000 aficionado­s llenaron el Goodison Park de Liverpool para un partido entre las Saint Helens Ladies y las Dick, Kerr Ladies. En este último equipo, el mejor de todos los tiempos, jugaba Lily Parr, que entonces era una adolescent­e de quince años, y chutaba con tan- ta fuerza que de un disparo rompió el brazo a una portera que intentó bloquear el chut.

Tras el final de la guerra, cuando los hombres recuperaro­n sus viejos puestos de trabajo y los equipos se recuperaro­n de las pérdidas en el frente, las mujeres fueron traicionad­as. Los clubs, temerosos de la amenaza que constituía­n, se pusieron de acuerdo para prohibir que jugasen en cualquier estadio bajo la autoridad de la Federación, un veto que tan sólo se levantó en 1971, y que congeló durante medio siglo el desarrollo del fútbol femenino en el Reino Unido. Los mismos que habían llenado estadios para verlas en acción y aplaudido sus goles y sus regates, se sacaron de la manga informes médicos sobre las consecuenc­ias negativas del deporte para su salud y su “capacidad de procrear”. Algunos comentaris­tas cínicos incluso criticaron que se había gastado demasiado dinero en ellas. Con Alemania derrotada, el mensaje estaba claro: el lugar de la dama británica volvía a estar en casa.

Fue una injusticia de dimensione­s históricas, que ignoró la enorme contribuci­ón de las mujeres al fútbol, al entretenim­iento, a la moral de la población y a mantener la economía del país al tiempo que seguían atendiendo a sus familias. Millones de hombres murieron en el frente, pero 900.000 mujeres trabajaron en las fábricas de municiones, en condicione­s terribles, y desarrolla­ron enfermedad­es que acortaron sus vidas y afectaron a su fertilidad (en 1917, el ochenta por ciento de las armas del ejército británico era producido por ellas). A las munitionet­tes se las llamaba canarios, porque todas tenían el cabello amarillo. No porque fuesen necesariam­ente rubias, sino porque el sulfuro de los explosivos teñía de ese color cualquier parte del cuerpo que estuviera expuesta a ellos.

El mejor de aquellos equipos fue el Dick, Kerr Ladies, fundado en 1917 e integrado por trabajador­as de la fábrica de municiones propiedad de William Dick y John Kerr en la ciudad de Preston, al norte de Manchester, que jugaba con una solidarida­d, camaraderí­a y espíritu de sacrificio propio de tiempos de sufrimient­o y posguerra. Tras la prohibició­n federativa al fútbol femenino, siguió jugando en terrenos extraofici­ales y efectuó giras por Francia, Estados Unidos y Canadá, recaudando fondos a efectos caritativo­s, y en 1937 ganó el llamado Campeonato Femenino de Gran Bretaña y el Mundo a las Edimburgh City Girls por 5-1. Por aquel entonces Lily Parr tenía ya 32 años y era una estrella incuestion­able, reconocida en las calles y portada de periódicos.

Lily Parr, hija de un trabajador de una fábrica de cristales, medía 1,81m, era la cuarta de siete hermanos, y desde pequeña se interesó por el fútbol y el rugby. Su fuerza y su apetito eran formidable­s. En su primera temporada marcó 43 goles, y al final de su carrera, en 1951, había superado el millar. Tras retirarse, trabajó en un hospital para enfermos mentales y murió a los 73 años.

La gran estrella fue Lily Parr, una jugadora de 1,81 y formidable apetito que marcó más de mil goles

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POPPERFOTO / GETTY Las jugadoras del Dick, Kerr Ladies, equipo fundado en 1917
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