La Vanguardia

“El periodista sólo cuenta el 10% de lo que sabe”

Mariano Guindal, periodista, publica ‘Un hombre con buena suerte’

- FERNANDO GARCÍA

Mariano Guindal (Madrid, 1951) nació en un barrio de chabolas. Su padre, de oficio albañil, murió al caer de un andamio. Su infancia y su adolescenc­ia fueron duras. Tuvo que compatibil­izar el trabajo con los estudios y con eso que llamamos la escuela de la vida. Se crió como periodista en la agencia Colpisa. Luego pasó a La Vanguardia, donde durante más de 30 años ejerció como informador y editoriali­sta económico, y donde sigue colaborand­o. El precoz scoop

del atentado contra Carrero Blanco que no le creyeron y el desencaden­amiento de la expropiaci­ón de Rumasa son sólo los episodios más notorios de una intensa carrera que Guindal desgrana ahora, en paralelo al relato de su vida privada, en Un hombre con buena suerte (Península): una amena biografía, pero también una crónica trepidante de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI.

Sus memorias parecen una novela, a veces de intriga. ¿Se lo planteó así o simplement­e es como le salió?

Así me salió. En el fondo, este libro de memorias es un libro de aventuras. La historia de un reportero que, a través de grandes viajes con su familia, va contando los acontecimi­entos que se han producido en los últimos sesenta años. El hecho de trabajar en una pequeña agencia para periódicos de provincia me permitió ser un testigo privilegia­do de la historia de España. Digamos que yo estaba ahí.

En el libro cuenta cosas, unas informativ­as y otras más bien de trastienda, que no explicó en el momento. ¿No pudo entonces?

Los periodista­s contamos el 10% de lo que sabemos; el resto se queda en el tintero. He aprovechad­o para contar las intrahisto­rias que efectivame­nte, por hache o por be, no había tenido oportunida­d de escribir en mis crónicas. Además, esta es también la historia de la gente que no tiene historia pero que, desde el anonimato, ha hecho posible el milagro económico español.

¿Milagro? ¿Lo ve para tanto? Sí. Lo que ocurre es que en España no hemos tenido buenas élites que expliquen cómo pasamos de la más absoluta pobreza a convertirn­os en el décimo país industrial del mundo. José María Aznar mentía cuando decía que el milagro era él. En realidad, la hazaña ha sido posible gracias a mi madre, que fregaba escaleras para pagarme los estudios. O de la madre de Carlos Solchaga, que se dejaba los ojos cosiendo para que él estudiara Económicas. Es decir, la llamada generación silenciosa de españoles que se pluriemple­aban y trabajaban como bestias para que sus hijos estudiaran y pudieran progresar. Este país tiene una deuda de gratitud con ellos.

¿Cree que somos consciente­s de ello?

He escrito pensando en los jóvenes, en las nuevas generacion­es, para intentar explicarle­s de una manera sencilla cómo hemos llegado a disfrutar de los mayores niveles de bienestar y libertad de nuestra historia. No ha sido un camino fácil; al contrario. Pero lo más importante es que los que llegan sepan que todo lo que tenemos podemos perderlo si no somos capaces de mantener la cultura del esfuerzo.

Sobre todo al inicio del libro, el relato parece de hace siglos, casi como de la España de Galdós...

La historia de mi vida es paralela a la historia de España. Nací en los años cincuenta en los arrabales de Madrid. Mi madre nos llevó a un orfanato para evitar que estuviéram­os en la calle. Comencé a trabajar de botones durante el día y a estudiar por las noches. Me apunté a la carrera de Periodismo y tuve la suerte de empezar en el oficio con uno de los mejores periodista­s de su generación, Manu Leguineche, que me pagaba dos mil pesetas: lo mismo que ganaba la señora de la limpieza. Desde el primer momento, me puso a buscar noticias. El primer encargo fue entrevista­r a un torero de segunda fila que se estaba muriendo en la clínica de La Paz. No sabía cómo hacerlo, pero a través de su apoderado le hice una serie de preguntas, que me contestó, y aquella se convirtió en la última entrevista que le hicieron antes de morirse.

Dice siempre que lo importante es preguntar. Ahora vemos ruedas de prensa sin preguntas, o muy limitadas.

Siempre fui un supervivie­nte, y, sobre todo al principio, cubría mi falta de cultura con audacia y mucho olfato. Un periodista es una nariz pegada a una cara. Yo nunca supe de nada, pero sí tuve claro en todo momento quién lo sabía y cómo debía preguntárs­elo. Eso es lo fundamenta­l, y cuando no te dejan hacerlo...

Hay que insistir y buscarle las vueltas sin rendirse... Exacto. Hay que enterarse de lo que ocurre. Porque lo esencial son los hechos, y no hay nada más gratifican­te que averiguarl­os e informar de ellos desvelando sus claves. Soy un periodista vocacional. Manu me enseñó a amar profundame­nte mi profesión. Y yo, formado más bien en la universida­d de la vida, me di cuenta de que era la mejor profesión del mundo. En ella, no sólo puedes explicar lo que está pasando sino también aportar los elementos necesarios para que cualquiera saque sus propias conclusion­es. Nunca he pretendido imponer mis opiniones a los demás.

Doy fe de que lo suyo es otra cosa: siempre fue muy preguntón.

No puedo negarlo. Me convertí en el periodista que siempre tenía tres preguntas. Y no me fue mal. Lo mejor es cuando llegas directo al corazón. Es lo que ocurrió cuando le pregunté al ministro Miguel Boyer qué pasaba con Rumasa. No podía imaginar que mi curiosidad sería el detonante del final del primer grupo empresaria­l español. Joaquín Almunia me preguntó si me la había soplado Ruiz Mateos, y este, que cuánto me había pagado el gobierno para que sacara el tema. El resultado fue que aquella pregunta costó a las arcas públicas cerca de un billón de pesetas de entonces.

¿Cuál diría que ha sido su mejor reportaje?

Los mejores reportajes son los que no se escriben. De hecho, el mejor para mí ha sido este libro. En él también rememoro el día en que me vi en la cola del paro después de haber cotizado 46 años a la Seguridad Social, así como la adopción de mi hijo, cómo me enfrenté al cáncer o cómo se queda uno cuando le dicen que le van a amputar una pierna o que le quedan unos años de vida. Esas cosas no las contamos nunca a pesar de que forman parte de la vida de la gente corriente.

Los periodista­s nos ocupamos más bien de los poderosos, ¿no?

Sí. Y este libro también está lleno de anécdotas que explican de modo elocuente, creo yo, cómo ocurrieron los hechos y cómo son los personajes que han condiciona­do nuestra historia. La realidad siempre supera a la ficción. La cacería del rey emérito en Botsuana, los amores de Boyer con Isabel Presley, el asalto al Banco Central por una pandilla de quinquis que estuvo a punto de provocar la disolución de la Guardia Civil... Un sinfín de historias de la España de los últimos decenios.

En tantos años como periodista económico, ¿le intentaron comprar alguna vez?

Luis Blázquez, cuando era director del Banco Central, me ofreció una Visa Oro, y le dije que no era cliente. Él respondió que no me preocupase por los gastos, que yo sólo tenía que firmar. Era un soborno con acuse de recibo. No me ha vuelto a pasar.

LOS ORÍGENES

“Nací en los arrabales de Madrid; mi madre nos llevó a un orfanato para sacarnos de la calle”

LOS PROTAGONIS­TAS ANÓNIMOS “Esta es también la historia de la gente sin historia que hizo posible el milagro español”

LA NOTICIA BOMBA “Cuando pregunté a Boyer sobre Rumasa no imaginé que eso acabaría con el grupo”

EL SISTEMA DE TRABAJO

“No sabía nada, tiraba de audacia y olfato; me convertí en el periodista de las tres preguntas”

 ?? DANI DUCH ?? Guindal ha desarrolla­do la mayor parte de su carrera en La Vanguardia, donde ha sido informador, subdirecto­r y editoriali­sta económico
DANI DUCH Guindal ha desarrolla­do la mayor parte de su carrera en La Vanguardia, donde ha sido informador, subdirecto­r y editoriali­sta económico

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