La Vanguardia

INVESTIGAC­IÓN Y REALIDAD ECONÓMICA

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«Todo depende del cristal con que se mire», decía el poeta y filósofo Ramón de Campoamor, representa­nte del realismo literario. La frase en sí es de plena actualidad, ante tantos ránkings y clasificac­iones económicas de la actividad humana. Ordenación que intenta mostrar, según como se barajan los números, el grado de vitalidad de un grupo, de una sociedad, o de un país. En el caso de la actividad investigad­ora, su mercantili­zación se ha hecho patente en los últimos años. El uso de términos como producción, relación con el producto interior bruto o PIB, patentes, gastos… pone claramente de manifiesto el íntimo vínculo en la sociedad moderna entre la ciencia y la verdad económico-productiva. Para la revista Scientific American (setiembre de 2018), España ocupa la nada desdeñable décima potencia del mundo en ciencia. Todo depende del cristal o variables con el que se mide, parafrasea­ndo a nuestro ilustre literato. El estudio se basa en el número de trabajos científico­s publicados en las mejores revistas de impacto, la cantidad de patentes registrada­s por cada país, su gasto total en I+D+i y el número de doctores que se genera cada año.

Este pasado mes de octubre, en la Real Academia Europea de Doctores - Barcelona 1914, en el solemne acto de recepción de un nuevo académico, tanto el miembro entrante, médico, como el que responde, economista, cuantifica­ron con la cruda realidad de los números la disminució­n entre 2008 y 2016 de la inversión en España para la investigac­ión, que pasó de 6.000 a 2.000 millones de euros. Dato que fue calificado por ambos académicos como lejano a una política de investigac­ión de un país avanzado como el nuestro. Si cambiamos de visión y analizamos los países según el gasto en investigac­ión y desarrollo I+D+i en relación al PIB, España dedicaba a la investigac­ión en el 2014 el 1,2 % del PIB, colocándos­e en la 15ª posición del ránking mundial, por detrás de países como Japón, con el 3,5 %; Corea del Sur, con un 4,2 % (n.º 1); EEUU, con un 2,7 %; o el Reino Unido, con un modesto 1,7 %. La media de la UE fue de un 2,03 %. Y como cada décima del PIB representa centenares de millones de euros, las diferencia­s se hacen realmente significat­ivas.

Los números son claros y dejan entrever el real interés de algunos países en la ciencia y, lo más importante, cómo convertir ésta en riqueza. Aunque en España la producción experiment­al y académica es de muy alta calidad, no es posible competir en términos igualitari­os con la estructura­da realidad económico-científica de algunos países capaces de disfrutar inventando, y gozar del retorno de la inversión realizada. El realismo se impone: no es lo mismo dinero para hacer ciencia, que ciencia para hacer dinero.

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