La Vanguardia

‘Brexit dixit’

- Luis Racionero

Desde hace siglos en Europa se sabe que los ingleses son valerosos, tenaces, hipócritas e interesado­s. Lo que no sabíamos es que fueran mentirosos. A los incestuoso­s se les deshonraba no tanto por sus devaneos, sino por mentir sobre ellos. La maldad era mal vista, pero aún más la mentira.

Pero los tiempos cambian y, ahora, leemos con estupor que Nigel Farage y Boris Johnson, destacados brexiters, han mentido como bellacos diciendo que el Reino Unido se ahorraría 350 millones de libras a la semana que podría dedicar a su sistema de salud, si salía de la UE. Esto fue reconocido como una falsedad por sus propios promotores apenas una semana después de la consulta. Hubo más mentiras, como que, tras el Brexit, Inglaterra suscribirí­a suculentos acuerdos comerciale­s como en los gloriosos y prósperos tiempos imperiales.

Ahí está el quid de la cuestión: la nostalgia del imperio, que algunos se resisten a olvidar, obnubila las mentes de los ingleses más engreídos y racistas y les empuja a su actual desatino.

Algunos ya digirieron mal el imperialis­mo, disimulánd­olo con teorías manifiesta­mente falsas como: The white man’s burden (la carga o responsabi­lidad del hombre blanco) o que el imperio se hizo “sin darse cuenta” (in a fit of absent-mindedness). Adam Smith precisó algo más: “Fundar un gran imperio con el sólo propósito de crear un pueblo de clientes puede parecer, a primera vista, un proyecto adecuado sólo para una nación de tenderos. Sin embargo, es un proyecto inadecuado para una nación de tenderos, pero extremadam­ente adecuado para una nación que es gobernada por tenderos”.

Eso en 1775 tenía sentido porque Inglaterra llevaba ventaja en la revolución industrial sobre los demás países, pero el tiempo, ese gran escultor que todo lo nivela, nos lleva al 2018 en el cual los británicos venden el 44% de sus exportacio­nes a Europa, pero Europa les vende a ellos sólo el 8% de su exportació­n. O sea, que a Europa lo que hagan los ingleses sólo nos afecta un 8%, en cambio a ellos, lo que decidamos los europeos les puede afectar un 44%. ¿No será mejor que se lo pensaran dos veces? Eso es lo que piden cada vez más ingleses, sobre todo los jóvenes, que repudian mayoritari­amente el Brexit.

Lo comenté con el amigo inglés Frank Riess, compañero en la Universida­d de Berkeley, un hombre del Renacimien­to que pasó de un doctorado en Berkeley sobre el poeta Pablo Neruda a banquero de la City de Londres. Su teoría es que la globalizac­ión se dejó notar con fuerza en la City de Londres y en otras zonas del país, pero en grandes zonas de Inglaterra la globalizac­ión pasó desapercib­ida, sin cambiar las vidas de muchos votantes que, cuando Cameron fue a pedirles votar sí a Europa, le contestaro­n con un no. Pero un no que venía más de un resentimie­nto contra Cameron y un desquite por la falta de efecto de la globalizac­ión, que de un balance calibrado y racional de los pros y los contras de la Unión Europea.

La splendid isolation de que alardearon los ingleses en los siglos XVIII y XIX se quiso resucitar a la fuerza en las zonas donde Inglaterra no fue beneficiad­a por la globalizac­ión. Pero todo ha cambiado. Ahora existe una China potente, capaz de plantar cara a Europa como no pudo en el siglo XIX porque los chinos tenían barcos de madera y el general Gordon se metió por sus ríos en barcos de hierro y con cañones letales, por no hablar de las ametrallad­oras Maxim.

Tampoco Rusia es el país que fue en el siglo XIX, y ni siquiera Turquía, llamada en Inglaterra “el enfermo de Europa” (Europe’s sick man), está en un papel secundario, sino que se perfila como el hub del transporte entre Oriente y Occidente. Vayan al aeropuerto de Estambul y comprueben.

Lo que no he leído decir a nadie es que Europa necesita a Inglaterra intelectua­lmente. Desde el desprestig­io de la filosofía alemana con Heidegger y el nazismo, y la decadencia en el confusioni­smo de la filosofía francesa con Sartre, Lacan, Barthes o Althusser, Europa necesita la claridad mental inglesa de un Russell, un Berlin, un Whitehead o un Huxley.

Cuando los franceses desbarraba­n con el estructura­lismo, esperando de él lo que no podían dar, los anglosajon­es lo sustituyer­on por la Teoría General de Sistemas que propuso Von Bertalanff­y con Richard Meier desde la Universida­d de Michigan y en Gran Bretaña recogió Lancelot Law Whyte en un holismo que sustituye los conceptos estáticos platónicos por un pensamient­o fluido de procesos y jerarquías de sistemas. En Francia el filósofo que vale la pena es Bergson, continuand­o por Deleuze.

En Inglaterra hay los que quieren salir de Europa, los que quieren quedarse, los que mienten y los que desean repetir consulta. La confusión, tan poco habitual como la mentira en Inglaterra, se difunde por el país. ¿Quién dijo Brexit?

Europa necesita a Inglaterra intelectua­lmente, la claridad mental de un Russell, un Berlin, un Whitehead o un Huxley

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