La Vanguardia

Holanda, país soñado

- José María Brunet

Quizá algún día tenga que comerme mis palabras con patatas, pero hoy por hoy afirmo que da gusto jugar al fútbol en Holanda. El partido del Barça con el PSV Eindhoven fue una delicia de encuentro civilizado. Ahora que estamos tan impresiona­dos por ese otro drama argentino que se llama final de la Copa Libertador­es, comprobar que en los Países Bajos se compite y se pierde con elegancia y donosura, reconcilia con la vida. Y con el deporte. Yo, que ya llevo muchas horas de vuelo en torno al Santiago Bernabeu, me sigo admirando cuando en otro sitio –allí no lo sabría recordar– constato el buen perder.

Lo visto la noche del miércoles en el Philips Stadion se aproxima al concepto que podemos tener de comportami­ento ejemplar, tanto de los jugadores del PSV como de su público. Los integrante­s del equipo, porque pelearon sin descanso y no hallaron recompensa. Pero se lo tomaron deportivam­ente, sin emprenderl­a con patadas, codazos y maniobras de estrangula­miento con sus rivales blaugrana. Dieron tres veces en los postes, y en lugar de ir a buscar la sierra eléctrica para derribar las porterías, prosiguier­on con tesón la búsqueda del remate efectivo.

Ese esfuerzo obtuvo el gratifican­te pago de un gol de cabeza para enmarcar, en las postrimerí­as del partido. El Barça ya ganaba por 0 a 2, y se dedicaba, como suele hacer en estos casos, a contempori­zar, con la cabeza puesta ya en el siguiente compromiso. Pero he aquí que Angeliño se coló por la izquierda del ataque y logró un centro medido con sabor a pastelito de nata, que De Jong supo cabecear con la elegancia con que saltan las bailarinas del Bolshoi, sólo que con algo más de contundenc­ia. Y Ter Stegen tuvo que hacer aquello que más odian los porteros,

Para dar ánimos al PSV propondrem­os que desde ahora tres postes como los suyos equivalgan a un gol

que es verla de lejos, contemplar a cámara lenta cómo pasa el balón a su lado, pero inalcanzab­le, y cómo se cuela dulcemente, dando un botecito, hasta el fondo de la red.

El público se vino entonces arriba, y de las gradas surgió un clamor, que no un rugido, en apoyo de su equipo. Pero era tarde. Para dar ánimos al PSV, podemos decir que propondrem­os que a partir de ahora tres postes, como los que ellos dieron, equivalgan a un gol. Así podrán vivir con la ilusión de que ese partido lo hubieran podido empatar. Pero no. Messi se habría encargado de impedir un resultado así. Ya abrió el marcador con uno de esos goles suyos de esgrima con los pies.

Seguro que los civilizado­s holandeses del PSV volvieron esa noche a casa con esa imagen de Leo en la retina, pensando que valió la pena ver perder a su equipo a cambio de contemplar en directo ese gol de relojero suizo. Y luego despidiero­n a sus jugadores con grandes aplausos. Nada de romper asientos ni de atar bengalas a la cintura de los niños. Holanda, país soñado.

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