Un sacrificio compartido

CORREN estos días por internet dos fotografías de una arteria de Nueva York con diez años de diferencia. La primera, datada en 1900, revela una calle repleta de coches de caballos en larga caravana. La segunda, trece años después, muestra la misma avenida con idénticos edificios pero llena de vehículos a motor. Los coches de caballo ya eran historia. El cambio experimentado en la que era la capital del mundo a principios del siglo pasado tiene similitudes con el que vamos a vivir hoy en nuestras calles cien años después. La era del coche contaminante campando a sus anchas por las grandes capitales ha llegado a su fin. El plan Madrid Central que puso ayer en marcha con notable éxito el equipo de Manuela Carmena es el mejor ejemplo de lo que se avecina y la respuesta cívica de los madrileños es la mejor demostración. Un área central clave de la capital queda cortada para aquellos turismos que no sean eléctricos, transporte público, residentes o dispongan de una etiqueta ambiental. El Ayuntamiento de Barcelona ya tiene preparada también una larga lista de medidas para impedir la circulación de coches contaminantes por toda la ciudad, al estilo de las restricciones que ya se aplican en otras capitales europeas como Londres o Estocolmo. Y los ciudadanos nos tendremos que acostumbrar. Dentro de pocos años serán tan habituales estas restricciones como las que existen hoy en bares o restaurantes contra el tabaco y ver coches contaminantes por la ciudad será tan extraño como cuando observamos a pasajeros fumando en un avión en algunas películas del siglo pasado. Lo único que los humildes ciudadanos de a pie tenemos derecho a reivindicar es que la Administración se ponga a la altura de nuestros sacrificios y disponga de un servicio de transporte público que tenga un mínimo nivel y no nos evoque la sensación de que algunas líneas actuales son más propias de la época de los coches de caballos.