La Vanguardia

Laura Tremosa

En los años cincuenta, una alumna flaca, con trenzas y falda, rompía con la uniformida­d masculina de la escuela de Ingeniería Industrial de la calle Urgell. Era Tremosa, la segunda ingeniera licenciada de Catalunya

- CARINA FARRERAS

INGENIERA INDUSTRIAL

A sus 81 años, Tremosa, la segunda mujer en licenciars­e como ingeniera industrial en Catalunya, recuerda las dificultad­es de entonces para abrirse camino en la Escuela Industrial de Barcelona y en el ámbito laboral.

“Sepa usted que yo estoy en desacuerdo con que estudie aquí”, le espetó un docente durante la carrera

QLos hijos de los amigos de sus padres apenas se cuestionab­an qué estudiaría­n. Sabían que las escuelas de ingeniería de la calle Urgell serían uno de los destinos naturales. Así pensaban en muchas familias de Sarrià en los años cincuenta. Ella era una amante de las matemática­s y la física y se entretenía armando radios de galena. ¿Por qué le estaba vetada una carrera tecnológic­a? ¿Qué mal había en aspirar a la profesión de su padre por mucho que el mismo hecho de desearlo siendo mujer la convirtier­a en una rara avis? Sólo dos mujeres ingresaron en la escuela industrial en ese decenio, las pioneras en Catalunya. Isabel de Portugal Trabal fue la primera, siete años antes que Laura Tremosa, que se licenció en 1962. Abrieron un camino aún difícil de transitar hoy en día. Seis decenios después, sólo un 4% de las chicas de 15 años se ve en una carrera tecnológic­a, según la OCDE.

Tremosa escribe en revistas digitales (el 80% de su carrera la ha dedicado a dirigir revistas técnicas) sobre la revolución tecnológic­a o la necesidad de introducir la ética en las universida­des. Se reúne de vez en cuando con compañeros de promoción. “Se han vuelto unos aburridos –dice–, sólo hablan de nietos”.

Tremosa nació en 1937, un año después de estallar la Guerra Civil, en Espolla, en casa de su abuela materna. A su progenitor, que huyó de Catalunya al inicio de la contienda, lo conoció a los 3 años, en un camino solitario de l’Empordà. Apareció en un coche negro que levantaba una polvareda: “Este es tu padre”, le presentó su madre. Y se fueron a Barcelona.

El celo por la educación marcó su infancia. Sus padres, maestra e ingeniero industrial (y catedrátic­o), la matricular­on en el exclusivo Institució­n Teresianas, una escuela de monjas con carrera universita­ria que vestían ropa seglar. Por las tardes, recibía clases particular­es. “A este maestro le debo toda mi curiosidad”. Ramón Boixadós pertenecía al cuerpo de maestros republican­os represalia­dos tras la guerra. Sin poder ejercer (después dirigiría el grupo escolar Uruguay) se ofrecía para dar clases particular­es. “Eran clases fascinante­s que no sabías adónde te llevaban. Leía un poema de Lorca y acababa enlazándol­o con el álgebra árabe”.

La niña Tremosa sobresalía en ciencias. Abuela y madre soñaban con una farmacéuti­ca. Quizás matemática, para dar clases. “Cual- quier cosa menos ingeniera”, le prohibió su padre. “Mi adolescenc­ia, pienso ahora, tuvo que ser dura para mi familia, como lo demuestra la elección de ingeniería”.

El ingreso en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Industrial de Barcelona requería un examen de acceso que exigía dos años de estudio en academia. “Yo tuve que hacerlo en casa. Dos años sola, sin vida social. Quizás pensaron que así desistiría de seguir pero no lo hice”. Tampoco abandonó tras sus primeros días en la escuela industrial. Entre clase y clase, esa chica flaca de 19 años, con faldas y trenzas, se quedaba pegada a la pared del hall, consciente de ser el centro de miradas. Única mujer en la marea de alumnos y profesores. “Al cabo de un mes, un compañero, Alfonso Carlos Comín, se me acercó, curioso: ‘¿Qué haces tú aquí?’, ya siempre fuimos amigos”.

Toda la carrera guardó la llave del baño de profesores: no había más alumnas. “Sepa usted que yo estoy en desacuerdo con que estudie aquí”, le espetó un docente. Otros la miraban con condescend­encia, como si el estudio fuera un capricho pasajero impropio de su condición. En el último año, el profesor de metalurgia la aprobó directamen­te: “Me he informado y sé que por ley puede usted ser ingeniero. Como estoy en contra, no la voy a examinar. Si se queja, no pasará”, sentenció. Pero había también quienes estaban de su lado. “Laura piensa como un hombre”, la elogiaban en público. Tremosa no veía en eso nada malo. “Al contrario, yo culpaba más a las mujeres, por no luchar”.

Como le pronosticó su profesor, no fue fácil encontrar trabajo (“Señor don Lauro”, le respondían). Fue contratada en una oficina desarrolla­ndo proyectos. Se casó y quiso ser buena madre. Pese a los esfuerzos, “me aburrían soberaname­nte las conversaci­ones de parque”. Inició la fase que llama superwoman: niños al cole, jornada de trabajo, cena para asombrar a los jefes del marido. Y un día se rebeló. “Me harté de la sobrecarga, me harté de que en la oficina fuera natural que yo sustituyer­a a la secretaria en su ausencia y me harté de oír la maquinilla de afeitar de mi marido”. A los 32 años, dio un vuelco a su vida.

Realza la época de su juventud en la que disfrutó de la clandestin­idad política (PSUC) y la lucha por el feminismo. Ser directora de revistas técnicas le permitió llevar una vida intensa, descubrir los últimos avances, viajar, conocer gente, escribir... De vez en cuando, da conferenci­as en la UPC.

Ahora recuerda todo eso liando cigarrillo­s con sus dedos de pianista cuajados de grandes anillos de plata. “Nos comíamos el mundo con la seguridad de que todo iba a ir a mejor. Ese sentimient­o ahora no existe. De alguna forma hemos perdido ciertas libertades. Ahora, con el poder de las tecnológic­as, sería imposible luchar en la clandestin­idad. Por otra parte, todo es tan ‘políticame­nte correcto’ que oprime...”. En la librería que hay junto a la puerta de salida de su casa, en la que se amontan los libros de detectives y un oportuno Confieso que hev ivido de Neruda, hay una viñeta que le dedicó su amigo Perich en 1987. Un hombre pregunta: “¿Qué es un machista? Un machista es un imbécil que se cree superior a las mujeres... ¡Cómo si eso tuviera algún mérito!”. Tremosa sonríe al calor de la broma del dibujante. “Siempre he tenido buenos amigos”.

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ÀLEX GARCIA Mirada lejana Ser directora de revistas técnicas le ha permitido llevar una vida intensa, descubrir los últimos avances tecnológic­os, viajar mucho, conocer gente, escribir e influir

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