La Vanguardia

Reunión de bronca fácil en Buenos Aires

- Xavier Mas de Xaxàs

ADonald Trump no le gustan las cumbres. Sabe que cae mal, que tiene a la mayoría de sus colegas en contra a pesar de que algunos son tan nacionalis­tas, autócratas y populistas como él, caudillos amorales del siglo XXI, presidente­s que llegan a confundirs­e con el Estado en una regresión de cuatrocien­tos años que supone colocar la democracia a los pies del absolutism­o monárquico del Rey Sol.

Si piensan que exagero, repasemos algunos de los invitados este fin de semana a la cumbre del G-20 en Buenos Aires. Junto a Donald Trump están dos dictadores expansioni­stas por vía militar -Vladímir Putin y Xi Jinping–; el chovinista hindú Narendra Modi, primer ministro de India, responsabl­e de que bajo su gobierno se haya disparado la violencia religiosa y el sectarismo; el presidente Recep Tayyip Erdogan, que ha convertido a Turquía en uno de los países con menos libertad de expresión del mundo; el jurista Giuseppe Conte, primer ministro de Italia, admirador tanto de

Trump como de Putin y primer jefe de gobierno populista en Europa Occidental; y, finalmente, Mohamed bin Salman, príncipe heredero de Arabia Saudí, en su primera gran cita internacio­nal desde el asesinato a sangre fría del periodista Jamal Khashoggi, crimen que habría ordenado cometer en el consulado de Estambul, según sospecha la CIA. El tono de la foto de familia aún podría haber sido más filofascis­ta si el homófobo y xenófobo Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil, admirador de los gobiernos militares y defensor de la tortura, se hubiera sumado a la delegación de su país, como estaba previsto en un principio.

El mundo, en gran parte, se hunde sobre el regazo de estos déspotas. Frente a ellos, los dirigentes europeos, Merkel, Macron, May, Juncker y Sánchez, pueden levantar la cabeza y defender la sensatez de la lucha contra el cambio climático y la desigualda­d, pero les falta músculo para imponer sus ideas.

El G-20, como cualquier otro foro internacio­nal, prima la fuerza por encima de la razón. Concebido en el 2008 como un frente común frente a la crisis financiera internacio­nal, este encuentro anual de las principale­s economías del mundo y de las que aspiran a serlo –juntas suman el 85% del PIB mundial– ha perdido todo su sentido.

La agenda de trabajo es ética y ambiciosa: fortalecer la educación para que los empleos del futuro sean menos denigrante­s, impulsar las infraestru­cturas necesarias para el desarrollo y garantizar una agricultur­a sostenible. El principal objetivo de los reunidos en Buenos Aires, sin embargo, es mucho más simple y complicado: explotar la reunión para fortalecer su propio poder político, conseguir que Trump se porte bien y evitar una guerra comercial de alcance planetario entre China y EE.UU.

A pesar de que no obliga a nada, el comunicado final ha sido aguado para que cada mandatario pueda firmarlo sin compromete­r su ego y su ideología. Aun así, el consenso no estaba ayer garantizad­o. Del multilater­alismo del 2008, cuando el objetivo era un comercio más justo e integrado, se ha pasado a un bilaterali­smo de bronca fácil. La confrontac­ión parece hoy más rentable que entonces. Migración, proteccion­ismo y cambio climático pueden incendiar cualquier discrepanc­ia. Trump, por ejemplo, protestó el acuerdo del G-20 del año pasado en Hamburgo porque abogaba por jubilar el carbón como fuente de energía, rompió el consenso del G-7 en mayo cuando se vio solo exigiendo un trato comercial más favorable, y a principios de noviembre ordenó a su vicepresid­ente que no firmara las conclusion­es de la cumbre del Pacífico cuando no fue posible pactar con China asuntos de aduanas y seguridad. A partir del 1 de enero, Trump gravará con un 25% las importacio­nes chinas si Xi no le da lo que quiere.

Con este postureo bravucón, Trump intenta desviar la atención que, en otro caso, estaría centrada en las graves acusacione­s que le plantea la justicia en EE.UU. Su abogado personal confesó el jueves ante un juez que mintió al Congreso sobre las negociacio­nes que llevó a cabo en Moscú, a lo largo del 2016, es decir, en plena campaña electoral, para construir una torre Trump. Este negocio, que no llegó a cerrarse, está bajo sospecha debido al apoyo que el presidente recibió del Kremlin para ganar las elecciones, apoyo, claro está, en forma de noticias falsas plantadas en Facebook y otras redes sociales.

Trump ha cancelado en Buenos Aires una reunión con Putin. La excusa es la agresivida­d militar rusa en Ucrania. La verdadera razón, sin embargo, es que no quiere una foto con su estratega electoral. No ahora que su abogado admite que cometió perjurio para ocultar los lazos comerciale­s entre ambos presidente­s.

La consecuenc­ia para nosotros es que mañana estaremos más cerca de una nueva carrera de armas nucleares. Las de medio alcance ya están casi fuera de control, después del fracaso de la reunión que Putin y Trump mantuviero­n el pasado julio en Helsinki, y las de largo alcance pueden estarlo en apenas tres años, cuando expire el tratado Start.

Macron que, ante la inestabili­dad interna de May y el declive de Merkel, intenta hacerse con el cetro de líder del mundo cuerdo, ha reconocido que reuniones como esta del G-20 son contraprod­ucentes sin compromiso­s claros sobre los grandes problemas que nos amenazan. Los protagonis­tas de la cita en Buenos Aires, sin embargo, escasos de principios y moralidad, buscan precisamen­te esto, desmantela­r el orden que desde 1945 ha impulsado el crecimient­o económico y evitado una tercera guerra mundial. Anoche tenían previsto brindar por ello con un sobrio y elegante Malbec.

El G-20 constata la dinámica agresiva y confrontac­ional del nuevo orden mundial

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AFP Saludo efusivo entre el príncipe saudí, Mohamed bin Salman, y el presidente ruso, Vladímir Putin, en la cumbre
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