La Vanguardia

El hermano errante

- Arturo San Agustín

Ni provocació­n, ni desinterés por ciertas tradicione­s navideñas. Lo de la plaza de San Jaume, ese horror o espanto anual, es como cierto individuo acomplejad­o de ERC, que finge ser diputado en el Congreso: absolutame­nte nada si no lo mencionamo­s. Y eso es algo que sabemos todos los periodista­s, pero parece que nos dé igual. Sobre todo a algunos colegas de La Sexta, que son los del “más periodismo”. O sea, que ya nos han encendido en Barcelona las luces de Navidad y cuanto más se esmeran los colegas en hacerle una foto creativa a ese hermano de Pasqual Maragall que quiere ser alcalde, más lo perjudican. Luego se perjudica él solo a sí mismo cuando dice lo que diría cualquier burgués elitista: que la obsesión por la seguridad es un tema simplista. Algunos de estos chicos tan intelectua­les de Sant Gervasi acostumbra­n a ser así. Y después, cuando el fascismo, también el catalán, resucita o se quita la careta, le piden a un amigo filósofo o sociólogo que organice urgentemen­te un congreso internacio­nal para debatir las causas de esa resurrecci­ón o voluntario desenmasca­ramiento.

Salvo en lo físico y lo químico, es decir, que probableme­nte voy a decir una barbaridad, este hermano de Pasqual Maragall, este hijo que tal vez confunde a su madre con parte de lo que fue la República española, me recuerda a Robert Kennedy. Lo que quiero decir, aún no me lapiden, es que este hombre, oscuro como la burocracia, parece también confundir Barcelona con los Maragall. Eso mismo les ocurrió a John y Robert, los dos mitificado­s Kennedy: acabaron confundien­do Estados Unidos con su familia. Sobre todo, Robert. Y fueron incubando un resentimie­nto personal que disfrazaro­n de patriotism­o progresist­a. Lo demás, el mito pelirrojo, fue cosa de algunos periodista­s, que decidieron idealizar los casquetes y los trajes Chanel de Jackie Kennedy y que se aprovechar­on de Marilyn Monroe, de la que ahora nos dicen que fue una gran intelectua­l. Como si hubiera nacido en Sant Gervasi.

En una entrevista reciente, el candidato de ERC a la alcaldía de Barcelona habla sin ningún rubor de “maragallis­mo histórico” y de “nuevo maragallis­mo”. Y dice que no se puede jugar con el concepto de Área Metropolit­ana de Barcelona, tan querido por el alcalde olímpico. Pero reconoce que, para solucionar ciertos problemas reales, es necesario hablar de dicha área. En su libro Alerta Barcelona, Miquel Molina nos recuerda que Jordi Pujol dinamitó con gran entusiasmo bélico la antigua Corporació­n Metropolit­ana de Barcelona, que pudo llegar a ser un contrapode­r de la Generalita­t. O mejor, de Pujol. Y adonde la dinamita no llegó, llegaron los propios alcaldes metropolit­anos. La “Barcelona real”, según expresión de Pasqual Maragall, sigue, pues, sin disponer de un gobierno metropolit­ano fuerte, como, por ejemplo, el de Londres, que es a lo que aspiraba el alcalde olímpico.

Que la santa te proteja, Barcelona. Y que nos libre a los barcelones­es de todas las endogamias posibles. También de las políticas.

Este hombre, oscuro como la burocracia, parece también confundir Barcelona con los Maragall

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