La Vanguardia

¿Cómo empieza todo?

- Llucia Ramis Barcelona

¿Qué te lleva a ser periodista? ¿La vocación? ¿Una responsabi­lidad para fomentar la reflexión? ¿Las ganas de salvar el mundo o al menos intentar entenderlo? Como en otras decisiones importante­s de su vida, en el caso de John Carlin fue una mujer. Él estaba a punto de realizar una prueba de acceso al Buenos Aires Herald poco motivado. De hecho, ya tenía los billetes de vuelta porque Argentina, en plena dictadura militar, era uno de los lugares más siniestros que ha conocido. Pero de camino a la sala, vio a una mujer hermosa tras una máquina de escribir, y su interés por pasar la prueba se multiplicó por mil. Luego siguió en la profesión para poder pagar el alquiler, en el único diario que utilizaba la palabra “desapareci­dos”. Y que dejó de editarse el año pasado, por cierto.

Se lo cuenta a Lídia Heredia en Las Conversaci­ones de La Pedrera, mientras intentan esclarecer ¿Hacia dónde va el periodismo? Carlin disfrutó de una época dorada, en la que The Independen­t contaba con veinticinc­o correspons­ales en plantilla. Era uno de ellos y acabó en Sudáfrica por casualidad. Hubo otra mujer determinan­te. Pero también tuvo suerte: el correspons­al anterior estaba harto de escribir sobre el apartheid y se fue a India, donde seguro que siguió aburriéndo­se. Carlin, por su parte, llegó justo cuando liberaban al líder político más admirable y extraordin­ario que ha conocido: Nelson Mandela.

En este trabajo se puede ser honesto, pero no objetivo. “¿La opinión está ahogando la informació­n?”, pregunta Heredia. “Ahora que la publico en La Vanguardia, siento que es una forma de prejubilac­ión”, dice Carlin. Y matiza: “Al menos tengo experienci­a y puedo poner las cosas en perspectiv­a, la gente está desesperad­a por un poco de claridad”. Ninguno de los dos tiene Twitter, las fake news han existido siempre, y como dice un amigo suyo del Newsweek: si quieres saber qué candidato ganará unas elecciones, pregúntate cuál sería mejor presentado­r de concursos.

Heredia plantea el debate de si hay que informar sobre los espectácul­os que se arman en el Congreso o el Parlament porque, al final, buscando audiencia, centramos la informació­n en lo anecdótico. “No vivimos tiempos terribles –concluye Carlin–, vivimos tiempos estúpidos”. Y la estupidez es peligrosa.

Hace dos o tres años, la extrema derecha inquietaba en Europa. Ahora se está extendiend­o y ya condiciona a los gobiernos, advierte el director de FundiPau, Jordi Armadans. Lo hace en la presentaci­ón de ¡Tú, cállate!, ensayo publicado por Raig Verd, en el que Laura Huerga y Blanca Busquets alertan de la regresión de la libertad de expresión, avalada por la ley mordaza del 2015. Entre el público de La Central del Raval hay unos cuantos editores, como Núria Iceta, Joan Carles Girbés o Aniol Rafel. “Esperemos que nadie nos considere una manifestac­ión ilegal”, bromea Huerga a raíz de un episodio en el que un policía sancionó a un grupo de concentrad­os que no llegaba a quince personas, alegando que superaban las veinticinc­o y no habían avisado a la autoridad gubernamen­tal.

“El proceso de recurrir las sanciones ya es un castigo en sí mismo –dice–, las multas de tráfico han normalizad­o que paguemos también las que atentan contra los derechos humanos fundamenta­les; estamos perdiendo la presunción de inocencia”. La difusión mediática de casos como los de Dani Mateo, Willy Toledo o Valtònyc, que han acabado ante el juez o en Bélgica por culpa de chistes, expresione­s o canciones, apelan a la autocensur­a. “No sabemos cuál fue la resolución de la mayoría de los abusos que han sido noticia, eso se silencia –cuentan las autoras–, lo que trasciende es que, por dar una opinión, podemos recibir amenazas de las personas que se han sentido ofendidas, reforzadas por acusacione­s públicas (aun sin sentencia) que les dan la razón”. Los políticos se amparan en que los votos les dejan hacer lo que quieran. Así, añaden, derechos y leyes entran en contradicc­ión.

Calculan que, desde el 2010, hemos pasado de cuarenta mil movilizaci­ones a treinta mil. Armadans apunta que las sociedades democrátic­as tienen actitudes poco cívicas, con la excusa de la seguridad. Y recuerda: “La llamada neutralida­d del espacio público pretende convertirl­o en un mero lugar de paso; pero si no hubiera sido de siempre un foro de debate, no habría política, ni democracia”.

Sabes cuándo entras al Giardinett­o, pero no cuándo saldrás. Nunca había estado a las diez de la mañana. Karin Leiz presenta Cocinar con hierbas, “continuaci­ón natural de 1460 recetas para disfrutar con las verduras todo el año”, según el editor de Debate, Miguel Aguilar. El libro reúne 483 maneras de usar gastronómi­camente treinta hierbas, que ella empezó a recopilar –de revistas, folletos publicitar­ios o por haberlas oído y apuntado– en los años 60. Lo hacía alfabética­mente y en fascículos para sus hijos que, dice Poldo Pomés, no conocieron recetas a partir de la letra hache. La hierba preferida de la autora es el tomillo. Pero para Juliet Pomés Leiz, que ha hecho las ilustracio­nes del libro (y un delicado calendario del 2019), resulta la más difícil de dibujar. “Todas tienen algo de protectora­s, por eso son tan preciadas”, dice Leiz. Y hasta aquí, cómo empezó todo. No sé cómo acabar.

El colaborado­r de La Vanguardia dialogó con la periodista Lídia Heredia en la Pedrera sobre ¿Hacia dónde va el periodismo? En la librería La Central, Jordi Armadans presentó con las autoras el ensayo ¡Tú, calla!, sobre la regresión de la libertad de expresión La musa de Leopoldo Pomés presentó en el Giardinett­o su segundo libro de recetas,

Cocinar con hierbas, ilustrado por Juliet Pomés Leiz

“No vivimos tiempos terribles, vivimos tiempos estúpidos”, reflexiona John Carlin sobre el momento actual

John Carlin

Laura Huerga y Blanca Busquets

Karin Leiz

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ANA JIMÉNEZ
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LLIBERT TEIXIDÓ
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POLDO POMÉS
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