¿Cómo empieza todo?
¿Qué te lleva a ser periodista? ¿La vocación? ¿Una responsabilidad para fomentar la reflexión? ¿Las ganas de salvar el mundo o al menos intentar entenderlo? Como en otras decisiones importantes de su vida, en el caso de John Carlin fue una mujer. Él estaba a punto de realizar una prueba de acceso al Buenos Aires Herald poco motivado. De hecho, ya tenía los billetes de vuelta porque Argentina, en plena dictadura militar, era uno de los lugares más siniestros que ha conocido. Pero de camino a la sala, vio a una mujer hermosa tras una máquina de escribir, y su interés por pasar la prueba se multiplicó por mil. Luego siguió en la profesión para poder pagar el alquiler, en el único diario que utilizaba la palabra “desaparecidos”. Y que dejó de editarse el año pasado, por cierto.
Se lo cuenta a Lídia Heredia en Las Conversaciones de La Pedrera, mientras intentan esclarecer ¿Hacia dónde va el periodismo? Carlin disfrutó de una época dorada, en la que The Independent contaba con veinticinco corresponsales en plantilla. Era uno de ellos y acabó en Sudáfrica por casualidad. Hubo otra mujer determinante. Pero también tuvo suerte: el corresponsal anterior estaba harto de escribir sobre el apartheid y se fue a India, donde seguro que siguió aburriéndose. Carlin, por su parte, llegó justo cuando liberaban al líder político más admirable y extraordinario que ha conocido: Nelson Mandela.
En este trabajo se puede ser honesto, pero no objetivo. “¿La opinión está ahogando la información?”, pregunta Heredia. “Ahora que la publico en La Vanguardia, siento que es una forma de prejubilación”, dice Carlin. Y matiza: “Al menos tengo experiencia y puedo poner las cosas en perspectiva, la gente está desesperada por un poco de claridad”. Ninguno de los dos tiene Twitter, las fake news han existido siempre, y como dice un amigo suyo del Newsweek: si quieres saber qué candidato ganará unas elecciones, pregúntate cuál sería mejor presentador de concursos.
Heredia plantea el debate de si hay que informar sobre los espectáculos que se arman en el Congreso o el Parlament porque, al final, buscando audiencia, centramos la información en lo anecdótico. “No vivimos tiempos terribles –concluye Carlin–, vivimos tiempos estúpidos”. Y la estupidez es peligrosa.
Hace dos o tres años, la extrema derecha inquietaba en Europa. Ahora se está extendiendo y ya condiciona a los gobiernos, advierte el director de FundiPau, Jordi Armadans. Lo hace en la presentación de ¡Tú, cállate!, ensayo publicado por Raig Verd, en el que Laura Huerga y Blanca Busquets alertan de la regresión de la libertad de expresión, avalada por la ley mordaza del 2015. Entre el público de La Central del Raval hay unos cuantos editores, como Núria Iceta, Joan Carles Girbés o Aniol Rafel. “Esperemos que nadie nos considere una manifestación ilegal”, bromea Huerga a raíz de un episodio en el que un policía sancionó a un grupo de concentrados que no llegaba a quince personas, alegando que superaban las veinticinco y no habían avisado a la autoridad gubernamental.
“El proceso de recurrir las sanciones ya es un castigo en sí mismo –dice–, las multas de tráfico han normalizado que paguemos también las que atentan contra los derechos humanos fundamentales; estamos perdiendo la presunción de inocencia”. La difusión mediática de casos como los de Dani Mateo, Willy Toledo o Valtònyc, que han acabado ante el juez o en Bélgica por culpa de chistes, expresiones o canciones, apelan a la autocensura. “No sabemos cuál fue la resolución de la mayoría de los abusos que han sido noticia, eso se silencia –cuentan las autoras–, lo que trasciende es que, por dar una opinión, podemos recibir amenazas de las personas que se han sentido ofendidas, reforzadas por acusaciones públicas (aun sin sentencia) que les dan la razón”. Los políticos se amparan en que los votos les dejan hacer lo que quieran. Así, añaden, derechos y leyes entran en contradicción.
Calculan que, desde el 2010, hemos pasado de cuarenta mil movilizaciones a treinta mil. Armadans apunta que las sociedades democráticas tienen actitudes poco cívicas, con la excusa de la seguridad. Y recuerda: “La llamada neutralidad del espacio público pretende convertirlo en un mero lugar de paso; pero si no hubiera sido de siempre un foro de debate, no habría política, ni democracia”.
Sabes cuándo entras al Giardinetto, pero no cuándo saldrás. Nunca había estado a las diez de la mañana. Karin Leiz presenta Cocinar con hierbas, “continuación natural de 1460 recetas para disfrutar con las verduras todo el año”, según el editor de Debate, Miguel Aguilar. El libro reúne 483 maneras de usar gastronómicamente treinta hierbas, que ella empezó a recopilar –de revistas, folletos publicitarios o por haberlas oído y apuntado– en los años 60. Lo hacía alfabéticamente y en fascículos para sus hijos que, dice Poldo Pomés, no conocieron recetas a partir de la letra hache. La hierba preferida de la autora es el tomillo. Pero para Juliet Pomés Leiz, que ha hecho las ilustraciones del libro (y un delicado calendario del 2019), resulta la más difícil de dibujar. “Todas tienen algo de protectoras, por eso son tan preciadas”, dice Leiz. Y hasta aquí, cómo empezó todo. No sé cómo acabar.
El colaborador de La Vanguardia dialogó con la periodista Lídia Heredia en la Pedrera sobre ¿Hacia dónde va el periodismo? En la librería La Central, Jordi Armadans presentó con las autoras el ensayo ¡Tú, calla!, sobre la regresión de la libertad de expresión La musa de Leopoldo Pomés presentó en el Giardinetto su segundo libro de recetas,
Cocinar con hierbas, ilustrado por Juliet Pomés Leiz
“No vivimos tiempos terribles, vivimos tiempos estúpidos”, reflexiona John Carlin sobre el momento actual
John Carlin
Laura Huerga y Blanca Busquets
Karin Leiz