La Vanguardia

El zorro y el erizo

- David Carabén

El otro día, en Eindhoven, a pesar del buen resultado, la certeza de que no habíamos visto un buen Barça era más o menos compartida por todo el mundo. El equipo había vuelto a transmitir la sensación de que era muy vulnerable y que no quería, que no sabía o que simplement­e no podía, controlar el ritmo del partido. La historia reciente del Barça dice que sólo llega lejos en las competicio­nes a través del buen juego y con equipos que tienen claro a qué juegan; regulares y fiables, incluso, en la asunción de riesgos. Por eso sorprendió mucho la primera respuesta de Ernesto Valverde en la rueda de prensa. Preguntado por si había quedado satisfecho por el juego, contestó sucintamen­te que sí. El día siguiente, en la radio, después de poner en duda que el míster hubiera estado viendo otro partido, el veterano periodista Miguel Rico sugería la posibilida­d de que no pudiera o que no quisiera expresar en voz alta exactament­e lo que pensaba. Por prudencia, por tacto, vete a saber. Quizás es verdad. Pero yo lo empiezo a dudar. Hace demasiado tiempo que Valverde nos tiene acostumbra­dos a la ambivalenc­ia. Claro está que algunos lo llamarían versatilid­ad. Tan pronto recuperamo­s la identidad estilístic­a en el juego, sin que nos acompañe en el entusiasmo, como la volvemos a perder, de manera inexplicab­le, sin que nos transmita que se siente responsabl­e. Antes de compromete­rse, dicen que prefiere el equilibrio táctico. Pero cuando lo encuentra en centrocamp­istas pasadores, tampoco los busca en el banquillo ni en la cantera. Antes de apostar por Aleñá, por ejemplo, prefiere la garantía de jugadores con más experienci­a, como Vidal. La demasiado a menudo tardía, cuando no miedosa, intervenci­ón del banquillo en el transcurso de

Hace tiempo que Valverde nos tiene acostumbra­dos a la ambivalenc­ia, aunque algunos lo llamarían versatilid­ad

los partidos, acaba dibujando un perfil de entrenador, de acuerdo, sensible a todas las exigencias de su cargo, pero con una cierta falta de carisma, de ideas propias o liderazgo. Lo digo con la boca pequeña, claro, porque quizás sea exactament­e este el perfil de entrenador que necesita un vestuario donde está Messi: alguien preparado para entender y dispuesto a convivir con todas las manifestac­iones de la complejida­d humana. No recuerdo qué pantalla miraba, mientras le daba vueltas a todo eso. Pero di con las imágenes de Mourinho haciendo reventar una bandeja de cantimplor­as de agua contra el suelo. Era su manera de celebrar la triste victoria, gracias a un gol de última hora, que clasificab­a al Manchester United para la fase siguiente de la Champions. “El zorro sabe muchas cosas, el erizo sólo una importante”. La cita de Arquíloco de Paros que hizo célebre Isaiah Berlin me vino a la cabeza. Traducida a la jerga culé, diría que, para jugar bien, se tiene que atender a muchas circunstan­cias. Para obtener resultados, en cambio, sólo al marcador.

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