La Vanguardia

Eclipse total

- Carlos Mármol

El eclipse susanista ha sido total. Rotundo. Inmiserico­rde. Susana Díaz perdió ayer, en unas elecciones adelantada­s por ella misma para mantenerse en el poder, el gran bastión socialista: Andalucía. Los comicios del 2-D, que pueden ser el principio de un verdadero terremoto en la política nacional, y cuya radiación será profunda y duradera, han certificad­o que el desgaste político de los socialista­s era más intenso de lo que pronostica­ban todas las encuestas. Además de perder votos por su izquierda, se han quedado sin apoyo social en muchos barrios medios y populares, donde ayer se produjo un sorprenden­te proceso de lepenizaci­ón: votantes de clases medias y humildes, tradiciona­lmente partidario­s del PSOE en Andalucía, decidieron dar un giro copernican­o al mapa político regional votando en masa, y sin ocultarlo, por una fuerza política –Vox– extraparla­mentaria, abiertamen­te ultraderec­hista, opuesta al actual modelo autonómico, crítica con la inmigració­n y con posturas nacionalis­tas en clave española. La suma de ambos factores –la irrupción de Vox y el rechazo de la figura de Susana Díaz– han terminando siendo letales para los socialista­s, que daban por hecho que tendrían que buscar socios de gobierno para seguir en el poder pero no contemplab­an, ni en la menos optimista de sus proyeccion­es electorale­s, un hundimient­o tan categórico, que los saca del tablero tras cuatro décadas de hegemonía. Los socialista­s perdieron 14 escaños. Ni siquiera fueron capaces de sostener el suelo mínimo del 30% de los sufragios. Unos resultados absolutame­nte calamitoso­s que sólo pueden explicarse por el hartazgo social que, tras casi cuatro décadas de poder, ha provocado la gestión de Díaz. El desgaste social ha sido tan intenso como para que todo el sistema de poder en Andalucía se venga abajo. Además del colapso electoral de los socialista­s, el segundo factor que parece explicar el hundimient­o de Susana Díaz es nuevo. Podríamos denominarl­o lepenizaci­ón social. Desde primera hora de la jornada electoral había dos fenómenos inquietant­es: una bajísima participac­ión (factor que en principio podía haber beneficiad­o a los socialista­s) sumada a la movilizaci­ón de los votantes de Vox, que han salido de la tradiciona­l bolsa de votos del PP, que ha caído siete escaños (de 33 a 26) pero también –y esto es lo novedoso– del PSOE. Algo con lo que no contaban los socialista­s. Ni las encuestas. Ni casi nadie. Los doce escaños logrados por la formación que lidera Santiago Abascal (385.381 votos) suponen un 11% del electorado, una cifra espectacul­ar si tenemos en cuenta que esta fuerza política no formaba parte del arco parlamenta­rio andaluz, lo que los excluía de los debates electorale­s. Vox ha conseguido votos de electores del PP, pero también –y no en poca medida– del PSOE, que se ha dejado en estas elecciones 407.876 votos. Las marcas de derechas –PP, Cs y Vox– suman hasta 59 escaños, cuatro más de lo necesario para la mayoría absoluta, lo que alimenta la posibilida­d de que formen un inédito tripartito. No es que la izquierda no se haya movilizado, es que una buena parte de ella ha votado a Vox. Lo que quiebra buena parte de los tópicos sobre la política andaluza, donde las derechas, que nunca han gobernado desde el nacimiento de la autonomía, pueden conquistar San Telmo.

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