Política y economía
El alcance de la responsabilidad de Susana Díaz en la debacle del PSOE en Andalucía; y la tímida reforma del sistema financiero de la Unión Europea.
DOS días después de las elecciones andaluzas, en las que la candidatura socialista encabezada por Susana Díaz perdió 14 escaños (de 47 a 33), ayer se reunió en Madrid la comisión ejecutiva federal del PSOE. A juzgar por las declaraciones del lunes de José Luis Ábalos, secretario de organización del PSOE, en las que casi señaló a Díaz la conveniencia de que dejara sus responsabilidades al frente del socialismo andaluz, la reunión de la ejecutiva bien pudiera haber concluido ayer con muy malas noticias para la política sureña. Sin embargo, el propio Ábalos se encargó de rebajar la tensión, afirmando que la prioridad era analizar las causas de la desmovilización del electorado, y limitándose a proponer una renovación del partido en términos genéricos.
Esta suavización de la crisis interna socialista no puede ocultar, sin embargo, varios hechos. El primero es que el PSOE, tras 36 años en el poder en Andalucía, está a un paso de perder el gobierno en la comunidad autónoma más poblada, tras cosechar sus peores resultados históricos allí. El segundo es que el batacazo de Susana Díaz ha reabierto las heridas entre ella y Pedro Sánchez, manifiestas desde las elecciones primarias del 2017, en las que ambos se enfrentaron por el control del partido y el segundo venció sobre la primera. Y el tercero es que el desenlace de esta crisis sigue abierto: la continuidad de Díaz como líder andaluza depende de su capacidad para formar gobierno y regresar con plenos poderes al palacio de San Telmo.
Susana Díaz es una política que se mueve con habilidad en el seno de su partido, acaso más que en la escena nacional. En su momento supo ganar posiciones hasta convertirse en el relevo de José Antonio Griñán al frente de la Junta y secretaria general del PSOE andaluz, cargos que ocupó en el 2013, culminando una carrera que empezó como concejal sevillana y siguió como diputada autonómica, senadora, diputada a Cortes y consejera de la Junta. Pero desde que ocupa la presidencia autonómica sus decisiones no han sido siempre acertadas. Por ejemplo, los adelantos electorales, cuyos resultados no fueron los esperados.
Pese a esta trayectoria, que tuvo un episodio muy comentado –y adverso para sus intereses– en el pulso con Sánchez ante las ya mencionadas primarias, Díaz ha mantenido siempre las espadas en alto. Antes de la ejecutiva federal de ayer, rechazó de modo expeditivo las críticas de Ábalos. Y no dudó en atribuir su mal resultado en Andalucía a la política dialogante de Sánchez con los independentistas catalanes.
He aquí una atribución discutible. Creemos que la primera responsabilidad del descalabro socialista del domingo es suya. El cabeza de lista es el que debe celebrar el éxito, si se produce, y el que debe pechar, en su defecto, con el fracaso, valorando si procede la dimisión. Por supuesto, hay factores coyunturales que tienen su influencia. Pero la principal responsabilidad, en el triunfo o la derrota, es del cabeza de lista.
Por todo ello, Díaz quizás haría bien en centrarse en cómo conservar el poder frente a sus rivales, más que en volver a viejas rencillas con los suyos. De entrada, porque esa es su tarea más acuciante. Y, a continuación, porque Sánchez, que resiste al frente de una exigua fuerza parlamentaria los continuos ataques del PP y de Ciudadanos, precisa para llevar adelante su proyecto de todos los apoyos disponibles, empezando, claro está, por los de su propio partido.