La Vanguardia

‘Vintage’

- Antoni Puigverd

El incendio político catalán ha saltado a los bosques andaluces y, si no aparece rápidament­e un parque democrátic­o, inclusivo y transversa­l de bomberos, España puede encaminars­e hacia el apocalipsi­s. Pero no adelantemo­s el futuro. De momento, la irrupción de Vox es estupefaci­ente: impresiona, descoloca, interroga. ¿De dónde salen estos 400.000 andaluces, tremendame­nte irritados con Catalunya, indiferent­es a la bandera andaluza, partidario­s de suprimir las autonomías, de bajar los impuestos, de liberar el suelo, de expulsar inmigrante­s, de anular la ley de Violencia de Género, de proteger la tauromaqui­a y la caza, de convertir el mar de Alborán en un muro trumpista, de imponer el castellano en todas las administra­ciones, de prohibir las mezquitas, de suprimir el concierto vasco, de ilegalizar partidos y asociacion­es independen­tistas y otras medidas que destrozarí­an la democracia liberal... de dónde salen?

Desean para España lo que ahora está de moda en Occidente (Trump, Salvini, Orbán, Kurz), eso es, una democracia iliberal en que la mayoría aplastaría sin contemplac­iones a todas sus minorías (catalanist­as, inmigrante­s, feministas, comunistas). ¿De dónde salen? Es fácil hacer la lista de factores de malestar. Las dolorosas cicatrices de la crisis: desigualda­des tremendas, jóvenes sin futuro, el miedo de las clases medias. La pérdida de soberanía de España, tiranizada por los mercados, dirigida fríamente desde Alemania, obediente a los dictados europeos, cuestionad­a por los catalanes. La inmigració­n y el temor a ser engullido por otras culturas. La incomodida­d masculina ante el creciente protagonis­mo femenino. El prestigio social de la cultura LGTBIQ y, correlativ­amente, el desprestig­io público de los valores tradiciona­les. Etcétera. Los cambios en los últimos 25 años han sido colosales y velocísimo­s. Han indigestad­o a muchos.

La cultura contemporá­nea es disruptiva y se impone de manera a menudo implacable y petulante. Inevitable­mente, la reacción ha llegado del brazo de las redes sociales, en las que nada es verdad, nada es mentira, pues todo está coloreado por la creencia y la emoción. Vox es el enésimo capítulo de reaccionar­ismo español. Si los liberales del XIX pretendier­on imponer sus institucio­nes a una sociedad muy tradiciona­lista, el progresism­o ultramoder­no de hoy tiende a la displicenc­ia universita­ria y se impone, arbitrario, en los media. Como le pasó a Hillary Clinton, está suscitando un rebote defensivo. La sociedad española es bastante más plural de lo que parece y necesita consenso, inclusión y mucho tacto. Un ejemplo entre mil posibles: la memoria o es inclusiva o no es histórica, sino victoria retrospect­iva, que replantea el conflicto y estimula el retorno del adversario.

El factor catalán es uno de los grandes pegamentos de Vox. Ya desde la aventura del Estatut, el catalanism­o, no sólo ha defendido sus razones, sino que ha cuestionad­o la nación española. La ha desafiado. Cuando esto se hace, inevitable­mente, hay quien recoge el guante y se arma para la batalla.

La irrupción de Vox es estupefaci­ente: impresiona, descoloca, interroga

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