La Vanguardia

Catalunya, el chivo

- Pilar Rahola

Aunque tiene un sentido sociológic­o, los orígenes del término son bíblicos. Se trata del ritual que el pueblo de Israel llevaba a cabo durante el Yom Kippur, la fiesta de la expiación. En ese día, se decidía la suerte de dos chivos. Uno era sacrificad­o por el sumo sacerdote, para que expiara los pecados de los israelitas, y el otro se cargaba con todas las culpas del pueblo judío y se le abandonaba en el desierto, con insultos y pedradas, para que el demonio Azazel lo tomara. Gracias a ese chivo expiatorio, el pueblo judío quedaba libre de toda culpa y no necesitaba más expiación.

En ello está Susana Díaz, ahora que su sultanato está en fase de demolición y en Ferraz cargan la munición. Y como en la España de las maravillas no hay otra culpa que la que nace de las tierras del norte, allí donde los bárbaros separatist­as urden sus conspiraci­ones, Susana ha hecho lo propio y ha usado el chivo expiatorio catalán. Su derrota no tiene otra causa que la perfidia catalana, y lamenta haberse dado cuenta demasiado tarde. Así lo expresa, con la claridad meridiana que da el fracaso: “Durante la campaña les decía que se equivocaba­n hablando de Catalunya,

Así, dotada del manto anticatalá­n, antiindepe y “viva España”, habría triunfado entre sus votantes

y que había que hablar de Andalucía, pero los datos electorale­s han hecho evidente que me equivoqué”. Y añade, “la que estaba equivocada era yo al no querer hablar de Catalunya, porque la derecha sabía muy bien lo que se hacía”. Es decir, el hecho de que hayan votado muchos menos andaluces que en otras contiendas (el 42% se quedó en casa), y de que el voto haya derivado hacia las derechas extremas y la propia extrema derecha, no tiene nada que ver con su gestión, con las políticas sociales que no se han concretado, con los problemas económicos endémicos, con más de treinta años de poder socialista en Andalucía (“el régimen”, según definición de Podemos), ni, por supuesto, con los escándalos acumulados durante todos estas décadas. Por ejemplo, el último escándalo bajo su insigne mandato: el de las tarjetas black de la Junta, que habrían costeado juergas en cinco prostíbulo­s de directivos de la Fundación Faffe, una organizaci­ón dedicada a la formación de parados... Cabe recordar que el imprevisto adelanto electoral frenó en seco los trabajos de la comisión parlamenta­ria que debía investigar esas alegrías horizontal­es con dinero público.

Pero nada de todo esto tiene ninguna importanci­a, porque la única campaña para la Junta de Andalucía que debería haber hecho esa prócer del progresism­o andaluz es una campaña cavernaria sobre los anhelos catalanes, y así, dotada del manto anticatalá­n, antiindepe y “viva España”, habría triunfado entre sus votantes. ¡Para qué hablar de Andalucía, si podía hablar de Catalunya! Y así, sin complejos, la sultana acepta que la política sea un charco de miserias demagógica­s que buscan chivos expiatorio­s para no hablar de lo importante. Catalunya, la cabeza de turco de España.

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