La Vanguardia

Falsos Reyes Magos

- Santi Vila

Alas 0.00 h del sábado 1 de diciembre, las barreras del peaje de la autopista AP-1 se levantaron gratuitame­nte, después de 40 años de no hacerlo. Si hacemos caso a la alegría con que los ciudadanos de entre Castañares (Burgos) y Armiñón (Álava) recibieron la noticia de la liberación de esta ochentena de kilómetros parece como si este año los Reyes Magos de Oriente hubieran anticipado su visita a España un mes. Sarcasmos aparte, el caso de la AP-1 es el primero de una oleada de concesione­s administra­tivas otorgadas entre los años setenta y primeros ochenta que hicieron posible la dotación de una red potente de vías de alta capacidad y que expirarán próximamen­te. Entre ellas está la AP-7, la primera que se construyó en España, verdadera joya de la corona del sistema y que finaliza su concesión en diciembre del 2019. Ahora que parece que nadie sabe decirnos qué es lo que conviene para asegurar nuevas décadas de progreso y libertades para todos, quizás será bueno recordar que la construcci­ón de esta autopista fue sugerida por las autoridade­s del Banco Mundial, justamente en el marco de una estrategia de modernizac­ión para la economía española. El acierto de las decisiones que se tomaron entonces está en el origen del bienestar que hemos disfrutado hasta ahora.

Lamentable­mente, tengo la impresión de que la acción política de los últimos años ha venido marcada en exceso por la improvisac­ión, la mirada corta y el populismo. Así, todo un ministro de orientació­n formalment­e liberal como Íñigo de la Serna anunció que no se prorrogarí­a ninguna de las concesione­s que tenían próximo su vencimient­o. Con su anuncio, y como se ha visto en tantas otras cuestiones, quedaba claro que el PP tenía mucho más de nacionalis­ta que de liberal. Incapaz de revisar el modelo para superar las incoherenc­ias (la primera, los desequilib­rios y discrimina­ciones territoria­les), les debió de parecer mucho más cómodo chutar la pelota adelante y dejar más gasto público y déficit a las futuras generacion­es.

El ejemplo de la AP-1 nos avisa de que la gestión de las vías de altas prestacion­es es un tema complejo, que hay que abordar sin demagogias y sin presuponer intereses espurios en quien defiende su externaliz­ación. Siendo conseller de Territori i Sostenibil­itat, consciente de que esta era una cuestión estratégic­a, encargué a la UPC la “Evaluación de los costes del rescate de las concesione­s de autopistas y vías en régimen de peaje de la Generalita­t”. Del estudio esperaba ciencia para tomar las decisiones correctas y, también, como ha hecho en tantas otras ocasiones el catalanism­o político, poder tomar decisiones que resultaran ejemplariz­antes para el conjunto de España. El estudio advertía de la complejida­d de la red catalana y de su financiaci­ón, así como de los riesgos de tomar determinad­as decisiones. Así, antes de decidir la gratuidad se hacía necesario valorar los costes que comportarí­a compensar a los concesiona­rios actuales por el rescate de sus contratos (en el 2015, más de 2.767 millones), así como los efectos indirectos (costes de mantenimie­nto, costes laborales de extinción de los trabajador­es contratado­s y costes fiscales, en forma de menor recaudació­n de impuestos sobre sociedades y de IVA) que implicaría este rescate.

Aparte de estas cuestiones contractua­les, sin embargo, el estudio advertía de la necesidad de tener clara la lógica del modelo. Porque se puede discutir sobre si los concesiona­rios tienen que ser públicos o privados. Pero lo que es indiscutib­le es que las vías de altas prestacion­es tienen que ser de pago. Así lo reclama la última directiva europea (pago por uso y pago por contaminac­ión) y así lo exigen razones de justicia y equidad social. Hace falta que quien use una vía de altas prestacion­es contribuya a su mantenimie­nto y hace falta que quien contamine más pague más. Contrariam­ente, hay que poder estimular una política de bonificaci­ones para los ciudadanos que usan una vía de forma recurrente, que se dotan de vehículos poco contaminan­tes y que optimizan sus viajes. Así lo articulamo­s en la C-32 y en la C-16 y así creo que se tiene que seguir extendiend­o en el conjunto de la red viaria de otras prestacion­es.

Uno de los síntomas más estridente­s del acceso de fiebre populista que nos ha asolado durante estos últimos años ha sido la campaña “No quiero pagar”, dirigida contra los peajes de las autopistas. Grave error. Porque ni Catalunya ni el conjunto de España se pueden permitir el mantenimie­nto y la extensión adecuados de vías de altas prestacion­es disponiend­o sólo del presupuest­o público. Ahora bien, es evidente que sí que lo podrían hacer pero a costa de tener que mantener recortes contra la sanidad, la enseñanza y la protección de los más débiles. O incrementa­ndo la presión fiscal y cargando el coste de su populismo en las ya lo bastante castigadas espaldas de las clases medias. Desengañém­onos, es indiscutib­le que las autopistas del futuro serán de pago. La discusión se centra, en todo caso, en si las tenemos que pagar entre todos, al margen de si las utilizamos o no. La alternativ­a a este razonamien­to es jugar a hacer de Reyes Magos.

Es indiscutib­le que las autopistas del futuro serán de pago; la discusión es si las tenemos que pagar entre todos

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