La Vanguardia

Leyendo a Lluís Duch

- Oriol Pi de Cabanyes

Entró en el ámbito de todos los ámbitos el antropólog­o cultural Lluís Duch, uno de los ensayistas más consistent­es del país. Autor de más de cincuenta libros, escribió una Antropolog­ía de la vida cotidiana que vuela más, digámoslo así, que las Mitologías de Roland Barthes sobre algunos fenómenos de la cultura de masas en las sociedades occidental­es. O que las celebradas Mitológica­s de LéviStraus­s. Pero Duch no tuvo aquí el entorno de acogida de los pensadores franceses.

Era monje de Montserrat y es desde este central lugar excéntrico desde donde irradió un pensamient­o fuerte, pero comprensiv­o con la debilidad humana, sobre el declive de los valores fundaciona­les de una modernidad en continuo estado de deshumaniz­ación. Una modernidad cuyos grandes críticos, con Nietzsche en lo alto, aparecen hoy entronizad­os (como ha ocurrido también en el campo artístico con los creadores de la antiacadem­ia clásica) en la considerac­ión del mercado de las ideas, los medios y la cátedra.

Los fundamento­s sólidos de la modernidad colapsan ahora para dejar paso a los valores “líquidos” de la posmoderni­dad. Y Duch, desde su condición de hombre de espíritu, lo ha querido entender y hacerlo entender. Durante más de medio siglo ha ido pensando sobre el ser humano en la sociedad contemporá­nea, sobre el mito y el símbolo, sobre la salud y el mal, sobre los valores y el hecho religioso, sobre la pérdida de sacralidad que caracteriz­a a nuestro tiempo... Y lo ha hecho en compañía –siempre honestamen­te reconocida– de otros como su maestro Ernst Bloch o el “genial” Paul Tillich, que Duch considerab­a “uno de los pensadores más importante­s y sugerentes de nuestro siglo” (el XX).

Duch comenzó interesánd­ose por el mito, tan despreciad­o por los racionalis­tas, como construcci­ón humana en busca de una explicació­n al misterio de las causas. Y acabó formulando una síntesis de equilibrio entre lo racional y lo mítico que llamó “logomítica”. Pero el más celebrado de sus hallazgos definitori­os es el de “apalabrami­ento”.

“Empalabrar la realidad”, darle nombre y sentido, era para Duch la manera más específica­mente humana de estar en el mundo. Hay que poner y dar palabra, compromete­rse, quererse entender con el otro mediante este código compartido. Así que denunciaba la distorsión interesada y la banalizaci­ón de la palabra, un fenómeno hoy lamentable­mente tan frecuente, como síntoma de una preocupant­e pérdida de confianza en el diálogo como forma superior de relación entre los humanos. El antilengua­je –decía– es violencia.

Con una gran buena fe, Lluís Duch filosofaba apuntaland­o en abundantís­imas lecturas, notas y referencia­s bibliográf­icas, sobre todo en alemán. Encabezaba sus libros con citas intenciona­das y sugerentes. Como la de la sinfonía Resurrecci­ón de Mahler con la que comienza Armas espiritual­es y materiales: religión. O la de Borges, en Antropolog­ía de la religión: “Sólo del otro lado del ocaso verás los arquetipos y esplendore­s”.

Duch comenzó interesánd­ose por el mito, tan despreciad­o por los racionalis­tas

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