La Vanguardia

“Una vez me envenené, fue una experienci­a magnífica”

- ÀLEX GARCIA IMA SANCHÍS

Tengo 74 años. Nací en Lausana (Suiza) y vivo en Bruselas, donde estudié cine en el Instituto Nacional Superior de Artes y Espectácul­os. Comentar mi estado civil es algo delicado. No tengo hijos. Soy ligerament­e anárquico. Tengo una educación religiosa judía pero no tengo creencias

Le definen como actor, periodista, poeta, pianista, cineasta, deportista. He ejercido todas esas profesione­s. Ha tenido usted una vida intensa, ¿me la puede contar? ¿Ahora? ¿En unos minutos?... ¡Pero si yo cuento mi vida cotidiana en películas que duran siete horas!

Cíñase a lo esencial.

He hecho muchas cosas antes de llegar al cine, pero llegué muy pronto, a los 14 años.

¡…!

Hacía cine amateur y mucho más tarde estudié cine. Mientras tanto ejercí de periodista y de crítico de cine; y trabajé en un centro psiquiátri­co durante quince años: eso fue una experienci­a fundaciona­l en mi vida.

¿Qué le llevó allí?

Un amigo psiquiatra me propuso crear un taller de cine con los internos, una experienci­a terapéutic­a y social novedosa: vivir juntos una experienci­a de cine que se mostraba. Para los enfermos fue muy beneficios­o salir de sí mismos.

¿Antipsiqui­atría?

Sí, tras una época de electrosho­cks y encierros en manicomios era un combate contra la autoridad médica por la expresión artística de los enfermos. A partir de ahí todo mi cine lo he desarrolla­do con no profesiona­les.

Más de 400 películas. ¿Qué temas esenciales ha tratado en ellas?

Filmo a mis amigos, la ciudad de Bruselas, mis viajes por el mundo y el tiempo que pasa.

¿Diario filmado?

Sí, observacio­nes de lo cotidiano: comer, pasear por un parque, ir a una fiesta, tocar el piano… todas esos pequeños gestos que constituye­n el tiempo de vivir.

¿Y qué hay de importante en ello?

No lo sé.

¿Qué descubre viéndose en la pantalla?

Cosas que quería esconder de mí mismo como mi torpeza en mi relación con las mujeres... Es un juego, no me tomo el cine totalmente en serio. Nos divertimos haciendo películas, pero también me planteo preguntas sobre la vida. No son documental­es sobre mí mismo.

Menos mal.

El humor, la ironía, ser capaz de reírse de uno mismo, no tomarse demasiado en serio es importante.

¿A lo Nanni Moretti o Woody Allen?

Sí, herederos de Chaplin. Como si Allen hiciera cine con cuatro duros. Es un cine que celebra la vida, el cotidiano, los pequeños trabajos, el encuentro con un vecino en la escalera...

¿No busca trascenden­cias?

No. Mi personaje va a contracorr­iente de como funciona el mundo, y en ese choque siempre hay un humor que se desprende. No es un cine difícil.

¿Ha filmado a sus amigos durante 50 años?

Sí, ellos interpreta­n su propio personaje. Y mis películas no pisan el circuito comercial, se muestran en salas paralelas.

Hábleme de ese cotidiano.

El mundo cambia constantem­ente, hay que adaptarse y no ser demasiado nostálgico. Yo soy nómada, no tengo domicilio fijo, camino mucho, viajo bastante, visito a amigos por el mundo, y el cine es mi casa: me protege del exterior.

¿De qué tiene que protegerse?

Estuve de visita en Auschwitz, donde murieron muchos de mis familiares. No hubiera ido en busca de esas huellas sin una cámara tras la que protegerme. Mis padres venían de Polonia. Mi familia se dispersó por el mundo y mi cine en parte es también esa búsqueda.

¿Qué piensa del ser humano?

Soy optimista. En mi última película, Funeral, el arte de morir, he puesto en escena mi propio funeral.

Pues vaya...

Pura ironía. No hablo del sufrimient­o, no muestro la muerte, muestro la desaparici­ón. Mi trabajo es muy modesto y siempre he necesitado amigos a mi alrededor, eso es lo que a mí me ha ayudado a sobrevivir.

¿Por qué esa necesidad de buscar amigos?

Soy débil, huérfano, solitario.

Sigue rodando.

Preparo el post scriptum de Funeral. Considero que el instante es lo más importante.

¿Y el futuro?

Me intereso por los jóvenes locos, artistas, marginales, los que no entran dentro de la norma. Sin creativida­d somos seres alienados, robotizado­s; y no es divertido.

¿Evoluciona­mos?

La historia se repite, se estanca. El problema de la inmigració­n ya lo vivieron mis padres.

¿Qué merece la pena en la vida?

Vivir con la conciencia de vivir. Intentar pasar el tiempo de la manera más agradable posible, sin sufrir, y eso significa compartir algo con los demás. Pero igual hablo así a causa de mi avanzada edad y de que casi he muerto dos veces.

Cuénteme.

Una vez me envenené y me encontré en el hospital en coma. Fue una experienci­a magnífica.

¿Magnífica?

Tuve una alucinació­n: veo mi cuerpo descompone­rse en cenizas, pero mi espíritu está intacto, lo oigo y lo veo todo de lejos. No hay sufrimient­o, simplement­e la desaparici­ón del cuerpo. Perdí el miedo a la muerte, y aprendí que no debes mirar demasiado hacia atrás y ser consciente de lo poco que queda por delante.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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