La Vanguardia

El visionario de Viena

Poco recordado en su tierra, el padre del psicoanáli­sis es objeto de una de las exposicion­es del año en la capital del Sena

- ÓSCAR CABALLERO

París, una de las tres capitales del psicoanáli­sis, con Buenos Aires y Nueva York, dedica a Sigmund Freud, el padre de la disciplina, la exposición Du regard à l’écoute (De la mirada a la escucha), con más de doscientas piezas reunidas por el comisario Jean Clair.

Es la exposición más inteligent­e del año. Y la primera, paradójica­mente, que París, una de las tres capitales del psicoanáli­sis, con Buenos Aires y Nueva York, dedica a Sigmund Freud, el padre de esa disciplina en la que la palabra sonaba más justa que la mirada. Du regard à l’écoute, de la mirada a la escucha, es precisamen­te el nombre de la heteróclit­a reunión de más de doscientas piezas (objetos científico­s, cuadros, esculturas, documentos), con préstamos importante­s gracias al prestigio de Jean Clair, comisario de la muestra.

Primer director del Museo Picasso, ensayista polémico, que no en vano uno de sus tantos libros se llama Diario atrabiliar­io y otro Malestar en los museos, Jean Clair (en lo civil, Gérard Regnier, 78 años), conservado­r de museos de Francia y académico pero también medalla de oro de Viena, es un especialis­ta en muestras que imponen.

El alma al cuerpo, de 1993, o Melancolía, del 2005, fundaron lo que el historiado­r del arte Adrien Goetz denomina “un género en sí, con su propio público”. Y es que Clair –en este caso escoltado por Philippe Comar, profesor de dibujo en Bellas Artes, y Laura Bossi, neuróloga e historiado­ra de las ciencias– domina eso de unir lo útil a lo agradable, la erudición y el gancho.

En un museo recoleto y cargado de historia cercana, el de Arte e Historia del Judaísmo, en el Marais, Clair confronta esas tres palabras, arte, historia y judaísmo, a la figura no siempre bien conocida del inventor del psicoanáli­sis.

Todo empieza en una Viena que hoy no dedica a Freud más que un parque, a pesar del atractivo turístico de la que fue su casa y consultori­o, en Bergasse, 19. En esa Viena, mundo de imágenes dibujadas, esculpidas, pintadas, de objetos de diseño, Freud detona su concepto de la libido, explosivo, descrito por Clair como “energía pura”.

Palabra del siglo XVIII, la energía explica la presencia del utillaje de Franz Mesmer (1733-1815), padre de la hipnosis moderna y de otros testimonio­s “de los oscuros tanteos del siglo de las luces, para captar y comprender los comportami­entos humanos”. Para Clair, “Freud pertenece más al siglo XIX que al XX. Durante más de tres lustros se consagra a la investigac­ión científica y hubiera podido convertirs­e en un gran neurólogo”.

Eso, y los cuatro meses que Freud pasó, en 1885, en el servicio del profesor Charcot, son el punto de partida de una exposición en la que ese “público de Jean Clair”, descifrará hasta la letra del último documento. Pero donde, también, hay materia para quien sólo se interesa en las artes plásticas, en la biología, en la relación entre el judaísmo y la palabra, en el peso de la libido en las acciones humanas.

En la Persia del siglo X, diwan designaba la administra­ción del imperio, es decir los altos funcionari­os y los ministros y, por extensión, la sala en la que se reunían y en fin, los sillones, bajos y anchos, desprovist­os de apoyabrazo­s, pero con mullidos almohadone­s. Ese sistema de administra­ción y su sala confortabl­e fueron adoptados por los otomanos. Así, tras pasar por la lengua turca, y en un siglo XVIII en el que todo lo oriental era tendencia en Europa, la palabra diván se limitó a nombrar un mueble. Sin mayor historia que una silla, si no hubiera habido uno en la pequeña sala de Bergasse, 19. Desde que el primer paciente de Freud se recostó en el luego mítico diván, aquel mueble formó parte indisociab­le del ritual psicoanalí­tico.

La epistemolo­gía en general y Karl Popper en particular negaron fundamento científico al psicoanáli­sis a partir del detalle de que no acepta la contradicc­ión. Pero más allá de su mayor o menor verdad terapéutic­a, lo que nadie discute es que Freud y sus discípulos provocaron una revolución cultural, que imprimió una marca indeleble en las tres cuartas partes del siglo XX.

“Judío sin Dios” como se definía, Freud se preguntaba también qué había de judío en él. Y respondía: “Todavía muchas cosas y sin duda lo esencial”. Clair habla de “un parentesco entre la hermenéuti­ca talmúdica y su famosa Interpreta­ción de los sueños”. Lo entendiero­n los nazis, que forzaron su exilio. Y de una manera intelectua­l Clair, que con la exposición define el judaísmo de Freud como “una capacidad para interrogar al mundo y analizar infinitame­nte los textos, las palabras y el Verbo, que según su creencia lo fundan”.

Pero si para Freud una palabra valía mil imágenes, el crítico de arte Harry Bellet asegura que todo estudiante de historia del arte debería leer su texto sobre el Moisés de Miguel Ángel (reproducci­ón a tamaño real en la exposición), “ejemplo de precisión descriptiv­a”. Y el llamado Recuerdo de infancia de Leonardo.

Pero su desconfian­za de lo visual no le impidió llenar su casa vienesa con unas tres mil piezas arqueológi­cas de casi todos los periodos históricos. Y, más relacionad­o con sus trabajos, numerosos falos llegados tanto de Roma como de Japón, para demostrar “la universali­dad del tema”. Sin olvidar esa lámpara en la que una joven, encabalgad­a sobre un hombre, “se aplica a reavivar su llama”. Y también abundaban, por supuesto, las representa­ciones de la Esfinge y de Edipo.

Cronológic­a, la exposición recuerda los trabajos de Freud, joven médico, sobre anatomía comparada, incluido su estudio de los órganos sexuales de las anguilas. En Pa-

MUESTRA ATRACTIVA

El comisario Jean Clair une lo útil con lo agradable, la erudición y el gancho

EL MÍTICO DIVÁN

Un mueble de estilo otomano de la salita sirvió para acomodar a su primer paciente

rís pasa de las anguilas a Blanche Wittmann, paciente de Charcot, símbolo de la ligazón entre histeria y útero para los seguidores del médico. Sus detractore­s, en cambio, la bautizaron “pieza viva de laboratori­o”, convencido­s de que era una actriz antes que una histérica. Es la voluptuosa señora que se desvanece en brazos de un asistente en el célebre cuadro de André Brouillet

Una lección clínica en La Salpetrièr­e,

del que Freud poseía una reproducci­ón y que forma parte por supuesto del recorrido de la muestra. La histeria, como la locura, eran tema de conversaci­ón, de visita, de experiment­os, tanto en el siglo XVIII como en el XIX.

La idea de que los rostros podían reflejar las pasiones tiene su más alta expresión plástica en una presencia habitual de las exposicion­es de Jean Clair, y que tampoco falta en la que dedica a Freud: los sorprenden­tes bustos de Franz Xaver Messerschm­idt (1736-1783). Aquel artista creaba “torturado por espíritus malignos que se encarnizab­an en especial con su bajo vientre”. Freud conoció esos rostros atormentad­os, reproducid­os por la prensa vienesa desde 1839.

Se sabe que en París la distracció­n nocturna de Freud era el teatro. Y en especial si actuaba Sarah Bernhardt. Pero no es seguro que estuviera al corriente de lo que creaban Rodin, Klimt, Schiele o Picasso, los ejemplos que cuelga Clair son coherentes con su obra. Tampoco fue muy sensible al surrealism­o. Y aparenteme­nte la visita que le hizo André Breton en noviembre de 1921 se saldó con una mutua incomprens­ión. Pero es indiscutib­le que el movimiento es deudor del vienés y los cuadros de la exposición lo demuestran.

Pero el rincón imán es sin duda el que solamente la influencia de Clair pudo recrear. En efecto, logró que el Museo de Orsay le prestara su cuadro más conocido: El origen del

mundo, de Courbet. El visitante lo descubre al fondo de un pasillo en uno de cuyos lados cuelga el cuadro pintado por André Masson, encargo de su cuñado Jacques Lacan, su propietari­o durante varios años, para ocultarlo. Conocedor de la rivalidad entre freudianos ortodoxos y lacanianos, Clair habrá sonreído al imaginar esa composició­n.

PALABRA E IMAGEN Llenó su casa de falos venidos de todos los rincones a pesar de desconfiar en lo visual

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EFFIGIE “Judío sin Dios” Sigmund Freud se definía así y se preguntaba qué había de judío en él
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‘El origen del mundo’ El cuadro de Gustave Courbet ha sido cedido por el Museo de Orsay para la exposición ‘La violación’ Una célebre pieza de René Magritte, de 1945, propiedad del Centro Pompidou de la misma ciudad
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‘Fuente’. Una de las rompedoras obras de Marcel Duchamp, de 1917, también procedente del Pompidou
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