La Vanguardia

Palabras guerracivi­listas

- Fernando Ónega

El partido político Vox sólo consiguió doce escaños en Andalucía. Es mucho si pensamos que decide una mayoría para gobernar, pero tampoco es la última revolución. Es un partido más que agita el patio por su ideología. Tiene un líder rebelado contra la “derechita cobarde”. Y tendrá un notable número de seguidores si consigue su objetivo de ser “el partido de los indignados”. De derechas, naturalmen­te. Su gran acierto fue salir a la palestra cuando la indignació­n ha cambiado de bando y ahora está en el mundo conservado­r. Pero, salvo cataclismo, no parece que amenace la hegemonía de los grandes. Por lo menos, a corto plazo. El CIS, por ejemplo, todavía no le otorga plaza de aparcamien­to en el Congreso de los Diputados.

Sin embargo, logró convertirs­e en el centro de la política española de la semana. Lo utilizó el Partido Popular para asustar al personal con su dureza, y se equivoca porque le hace más propaganda. Lo utiliza el PSOE para decir que somos el único país europeo que negocia el reparto del poder con la extrema derecha, a ver si así consigue que siga gobernando Susana Díaz. Lo utiliza Podemos para movilizar a su electorado y echar a Vox las culpas del descenso de sus votantes en Andalucía, como si 400.000 se hubieran pasado de golpe del populismo de extrema izquierda al populismo de extrema derecha.

Ahora, el PP de Pablo Casado anda metido en una reflexión trascenden­te: cómo combatirlo. Puede parecer una cuestión menor, pero no lo es. De la estrategia que siga Pablo Casado dependerá el viraje al centro político, como le recomienda Núñez Feijóo, o la instalació­n en esa intransige­ncia que ya le hizo decir a Casado que su primera decisión de gobierno será decretar el 155 en Catalunya o que bloqueará la reforma constituci­onal porque sólo nos traerá, según él, “la república, la nación catalana y la ruptura del sistema”. No es igual el PP de Ana Pastor que relanza la idea de renovar el pacto constituci­onal que el PP que se dispone a bloquearlo con el argumento añadido de que el PSOE está fuera del marco constituci­onal.

Y otro detalle de la conmoción de Vox: el otro Pablo, Iglesias, lanzó una “alerta antifascis­ta” para movilizar la calle con manifestac­iones como las ya vistas en Andalucía y seguidas en Catalunya. La palabra fascismo ha vuelto a la política española, con un agravante: para contribuir al desbarajus­te nacional, se habla de “lenguaje guerracivi­lista”. Ya sólo falta que se consolide la idea de que en Andalucía va a gobernar la CEDA, que ha derrotado al Frente Popular.

Esto último es, sin duda, lo peor del panorama que nos deja la semana: una fuerte agresivida­d verbal, con días en que está a punto de transforma­rse en agresivida­d física; es decir, en violencia. La hemos visto en Vitoria, donde se apaleó a un joven por defender la unidad de España. La hemos visto en Catalunya, con gente propicia al escrache y a reventar manifestac­iones. Mientras, en los discursos sobre la Constituci­ón sonaron las apelacione­s a la concordia, a la convivenci­a y la reconcilia­ción. Sonaron muy bien, pero la política de partido va en dirección contraria.

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ANTONIO GARCÍA / EFE Pablo Casado, en un acto ayer
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