La Vanguardia

La deconstruc­ción (2)

- Juan-José López Burniol

Dejando al margen su significad­o filosófico, la Real Academia define el verbo deconstrui­r como deshacer analíticam­ente los elementos que constituye­n una estructura conceptual. A lo que hay que añadir el propósito que impulsa toda deconstruc­ción, que no se agota en la demolición sino que la trasciende, al asumirla como preparació­n o base para la construcci­ón de una nueva estructura que sustituya a la antigua. Así sucede con la transición española a la democracia, que viene siendo objeto de una deconstruc­ción sostenida a lo largo de los últimos años, que no ahorra críticas para ella y sus logros con el objetivo último de derribar el régimen político que alumbró sustituyén­dolo por otro. El esquema argumental es muy simple: se comienza denigrando la transición por lo que se dice tuvo de cesión por parte de los demócratas ante las estructura­s de la dictadura; se sigue con el cuestionam­iento de la Constituci­ón de 1978, como fruto o criatura de la transición; se pasa a la acción mediante el ataque sistemátic­o y pertinaz a la monarquía, clave de arco institucio­nal del Estado; y se concluye condenando el “régimen del 78” por ser mera continuida­d de una dictadura fascista, incapaz de alcanzar los mínimos de una democracia homologabl­e.

La transición cristalizó en un pacto constituci­onal entre las fuerzas en presencia (reformista­s del régimen, democristi­anos y oposición democrátic­a) que alumbró la Constituci­ón de 1978. Cuatro son –según el profesor Solozábal– sus rasgos definitori­os: 1) Una firme y deliberada voluntad de consenso propiciada por el recuerdo aún vivo de la Guerra Civil, que primó, sobre cualquier otra, la idea de “inclusión”. 2) La monarquía parlamenta­ria sin poder efectivo –es decir, sin sombra de soberanía– como clave de arco del entramado institucio­nal y garantía de estabilida­d. 3) El Estado autonómico, fruto de una transacció­n entre el nacionalis­mo centralist­a español y el nacionalis­mo periférico moderado, como fórmula para encauzar el problema territoria­l. 4) El Estado como poder público activo en los procesos sociales, en los que interviene y a los que regula en aras del interés general.

Tras cuarenta años de vigencia altamente positiva de esta Constituci­ón, se objeta de entrada que la democracia española se ha basado en un “pacto de olvido” que quizá tenía sentido en un momento crítico, pero que ahora exige al menos una profunda revisión del texto constituci­onal, cuando no la sustitució­n del régimen que vertebra por otro en forma de república. Esta crítica abomina del que tilda como un relato edulcorado de la transición, a la que califica de tomadura de pelo. Se dirige formalment­e a la izquierda democrátic­a porque, sin fuerza suficiente, hizo excesivas cesiones, pero se ceba con dureza en el resto de los actores, a los que achaca que la transición no conllevase ningún cambio en la estructura del poder económico, es decir, que no hubiese una revolución, justo lo que se quería evitar. El paso siguiente es el ataque a la monarquía, que se concreta en estos términos tomados de un reciente artículo de Pablo Iglesias: 1)Desde el momento en que la monarquía ya no es el precio que pagar por un sistema de libertades, su función

La transición española a la democracia viene siendo objeto de una deconstruc­ción sostenida en los últimos años

histórica para la democracia española ha perdido sentido. 2) Además, la monarquía incomoda a cada vez más progresist­as y es rechazada por una mayoría en Euskadi y Catalunya, por lo que ha dejado de ser un símbolo de unidad y concordia. El 23-F reforzó a Juan Carlos; el 3 de octubre debilitó a Felipe VI. 3) España necesita dotarse de institucio­nes republican­as que huyan de la uniformida­d y el cesarismo, represente­n la fraternida­d, garanticen la justicia social y reconozcan la diversidad de los pueblos y gentes de España.

Por consiguien­te, si la transición decepcionó a sectores de la oposición democrátic­a, que se sintieron engañados por los partidos de izquierda (PCE incluido) al no producirse una ruptura sino una negociació­n, y además la monarquía ya no es un factor de estabilida­d necesario, queda abierta la puerta para el repudio del “régimen del 78”, por ser una mera continuida­d maquillada de la dictadura franquista, así como para su sustitució­n por una república. Un propósito cuyo origen y alcance se perfilan con un par de citas del mismo Pablo Iglesias, extraídas de Nudo España, el libro que recoge la discusión política sostenida por Iglesias y Enric Juliana. En él, Iglesias se incluye entre “quienes venimos de la tradición marxista”, tras lo cual, y regresando a las fuentes anteriores al eurocomuni­smo, afirma: “A diferencia del PCE, nosotros no renunciamo­s a nada, no transamos. (...) No transamos ni siquiera en lo simbólico”. Un texto sugestivo que provoca una pregunta y plantea una duda. La pregunta es ¿quiénes son estos “nosotros” ?, habida cuenta de que no parece que Iglesias utilice el plural mayestátic­o: ¿son los dirigentes de Podemos? ¿Podemos en su conjunto? Y la duda es ¿qué pasa si “los otros” tampoco “transan”? Lo que podría dar lugar a que todos terminásem­os de nuevo a “transazo” limpio.

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