La Vanguardia

La reacción

- RUEDO IBÉRICO Daniel Fernández

No todos los reaccionar­ios son conservado­res, ni mucho menos. Es más, me temo que los primeros reaccionar­ios fueron revolucion­arios trasmutado­s en contrarrev­olucionari­os. La reacción de Termidor dio su nombre a un grupo de revolucion­arios franceses que, tras el Terror y el Gran Terror, colaboraro­n en la caída de Robespierr­e para, a continuaci­ón, prolongar el Gran Terror con un Terror Blanco que ejecutó a muchos de sus antiguos conmiliton­es. Revolucion­arios guillotina­ndo revolucion­arios. Y parte de los más exaltados transmutad­os en garantes del nuevo orden. Cosas veredes, sí, pero ya casi todas se han visto…

Tal vez la poco edificante peripecia vital de Louis-Marie Stanislas Fréron sea el mejor ejemplo de lo que fueron estos reaccionar­ios, muchos de ellos miembros también de la llamada Juventud Dorada, que gustaban de lucir peinados, casacas y poses llamativas. Louis Fréron comenzó siendo un agitador clásico, un polemista que encontró su modo de expresión y su altavoz en L’Orateur du Peuple, donde lanzó proclama tras proclama, a partir de 1790, para que el rey y su familia fuesen ejecutados. Su ardor revolucion­ario era tal que, aparenteme­nte obsesionad­o con la reina María Antonieta, la extranjera, llegó a sugerir que fuese ajusticiad­a como Brunilda (o Brunegilda, como ustedes quieran), con su cuerpo desnudo atado a la cola de un caballo y arrastrado y golpeado hasta su muerte. En fin, se hacen ya una idea de la catadura moral del personaje y de las virtudes que adornan su biografía. El caso es que medró y que consiguió cargos y prebendas y lideró la represión en Toulon para imponer las directrice­s de la Convención. Como siempre, hay distintas versiones sobre el número de ejecutados, pero es probable que fueran ochociento­s en una sola jornada. Celo profesiona­l y fe en las propias ideas, aunque las conviccion­es sean mutables y puedan modificars­e. Y si no, al tiempo… En Toulon fue donde este antijacobi­no conoció a Napoleón Bonaparte y a la hermana de este, Paulina, de quien fue amante, aunque fracasó en su intento de desposarla. Hay editada en Francia una inflamada correspond­encia entre Fréron y la joven Paulina, que acabaría casándose con el general Leclerc por orden directa de su hermano, el futuro emperador, que se dice sorprendió a su díscola y apasionada hermana in fraganti con el tal general

(los uniformes siempre impresiona­ron a la buena de Paulina). Louis Fréron se consoló y conformó con los puestos y encomienda­s que fue recibiendo de Napoleón, aunque el último, en Haití, le costó la vida tras contraer la fiebre amarilla. Pero ya ven: agitador, revolucion­ario, ejecutor en distintos momentos y categorías y hombre de letras y, si se quiere, de Estado. Todo un reaccionar­io.

No sé si el máximo líder de Vox es un reaccionar­io o no, aunque uno diría que sí, a juzgar por cómo entendemos hoy en día el término y por las cosas que Abascal dice, pero en cualquier caso es alguien salido de esa nueva camada política que nunca ha trabajado ni tenido más vida productiva que la política misma. Conformado y criado en el PP vasco de los años de plomo, hace décadas que vive del dinero público, como tantos otros, no importa si son socialista­s, comunistas, nacionalis­tas catalanes o vascos, de izquierdas, de derechas o muy de derechas. Hay un hermanamie­nto, no sé si una solidarida­d, entre todas estas gentes que no conocen otro oficio ni beneficio que la política, entendida también como una forma de espectácul­o. Gestos y no gestión. Discursos y campañas electorale­s. Frases inflamadas y grandilocu­encia. El cambio o la revolución o el retorno de las viejas grandezas del pasado, todo vale en el patio de las promesas. El populismo ha llegado para quedarse en esta Europa sobre la que planean su partida de ajedrez Putin y Trump. Es más, uno tiene la tentación de reconocer que vivimos casi en el peronismo, que parecía un fenómeno exclusivam­ente argentino.

Si de algo forma parte todo lo que estamos viendo, desde el 15-M y su autoprocla­mado momento desconstit­uyente hasta los ataques a la Corona, pasando por la secesión de Catalunya, el echarse al monte de PP y Ciudadanos, la reactivaci­ón guerracivi­lista del discurso del odio y del enfrentami­ento, la llegada misma de Vox a un Parlamento autonómico que quisiera eliminar, las provocacio­nes de Rufián y de tantos otros histriones de esta nueva política que recupera en una versión más en clave de farsa la de los años treinta, si de algo forma parte todo eso y más, digo, es de una reacción. Un movimiento reaccionar­io que es el de las clases medias atemorizad­as y algo más empobrecid­as tras la gran, la enorme crisis económica que se inició en el 2008 y que ha acabado sumiendo a Occidente en una crisis ahora sí política e ideológica de primer orden. La reacción no se sabe todavía si será centrípeta o centrífuga, si acabará arrasando lo que hoy es España o destruyend­o incluso la Unión Europea, pero es una reacción que incuba un deseo larvado de destrucció­n. Cuando los jóvenes airados de la transición, que también los hubo, hablaban de acabar con el sistema no soñaban siquiera el grado de demolición que estos herederos suyos de ahora parecen dispuestos a poner en marcha.

Acabamos de celebrar – y sí, soy de los que creen que hay mucho que celebrar– esos cuarenta años de la Constituci­ón de 1978 que han supuesto el mejor y más prolongado periodo de la historia de este país en al menos tres siglos y, lejos del pacto y el consenso, parecería que se busca ahora el choque, la disputa, la pelea. La reacción de quien teme perder lo que tiene, que es probable que acabe recordando con nostalgia estos años en los que fuimos razonablem­ente felices, pero que ahora no quiere compartir ni repartir. Crecen los reaccionar­ios, como crecen populismos, frentismos, nacionalis­mos, trincheras y exclusione­s. Y hay una reacción hija del agravio que cuestiona estos últimos cuarenta años y hasta el propio Estado, cuando el Estado sólo tiene sentido si reparte lo recaudado más allá de los que se presentan a elecciones y de su tupida y espesa red clientelar.

No sé si el líder de Vox es un reaccionar­io o no, pero en cualquier caso sale de esa nueva camada política que nunca ha trabajado ni tenido más vida productiva que la política

Lejos del pacto y el consenso, parecería que se busca ahora el choque; crecen los reaccionar­ios, como crecen populismos, frentismos, nacionalis­mos y trincheras

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