La voz de los Buzzcocks
El 31 de mayo del 2014 fue el reencuentro en carne y hueso con uno de los indiscutibles emblemas de lo que fue el punk. Allí estaban, curtidos y encallecidos algunos pero con una energía desbordante, los Buzzcocks agitando cómo no a los miles de incondicionales que se habían citado en el Primavera Sound para descubrirlos, confirmarlos o, simplemente, para rendir pleitesía. Y al frente de ellos, dando vida a una banda clave en la historia del rock pero quizás con menos foco que otras formaciones, Pete Shelley, cantante, guitarrista y fundador del combo. Aproximadamente cuatro años después, es decir, ayer, se conocía su fallecimiento, a los 63 años y en Estonia, donde residía, por un infarto de corazón. Una noticia adelantada por su hermano y luego confirmada por la banda, con expresiones como “con gran tristeza” o “uno de los autores-compositores más influyentes y prolíficos de Gran Bretaña”.
Los Buzzcocks fueron una de las piezas clave de la auténtica revolución que supuso la emergencia del punk en la escena musical británica a mediados de los años setenta. Junto a la aparatosa espectacularidad de los Sex Pistols y la combativa metralla de The Clash, los Buzzcocks dejaron
huella profunda con temas convulsionantes como What do I get,
Orgasm addict o, especialmente,
Ever fallen in love (whith someone
you shouldn’t’ve), que compuso en 1978, dos años después del alumbramiento de la banda.
Nacido como Peter Campbell McNeish en la localidad inglesa de Leigh en 1955, Shelley fundó la legendaria banda junto al no menos referencial Howard Devoto, al que había conocido en la universidad de Bolton. En los anales del punk una de las fechas clave para la historia fue el 4 de junio de 1976, cuando el escenario del Lesser Free Trade Hall de Manchester acogió una histórica descarga de los Sex Pistols, que fueron teloneados precisamente por los Buzzcocks. Entre el público de aquella velada histórica, buena parte de la crème que protagonizaría la escena rockera británica de los siguientes años: Mark E. Smith, de The Fall; Mick Hucknall, de los Frantic Elevators (y mucho más tarde de Simply Red) o Morrisey, futuro e incorregible
frontman de The Smiths. Aunque Howard Devoto abandonó muy pronto, en el 77, la banda para emprender zigzagueante carrera en solitario (fundaría los seminales Magazine, y en el 2002 se reencontró con Shelley, con el que grabaría el álbum Buzzkunst bajo la firma de ShelleyDevoto), los Buzzcocks siguieron adelante juntos aunque en 1981 decidieron separarse, en buena medida a causa de diversos problemas con su discográfica EMI. La disolución de la banda duró ocho años –intervalo en el que Shelley, entre otras actividades, se dedicó al entonces tan en auge synthpop–, época en la que su influencia comenzó a hacerse palpable en formaciones que pisaban muy fuerte en aquel cambio de decenio como Green Day, Offspring, The Libertines (estos un poco más tarde) o los gloriosos Nirvana, a los que llegaron a telonear.
Activos hasta el agotamiento, la banda británica visitó el estudio de grabación por última vez hace cuatro años, cuando dieron forma a The way, aunque su presencia en los escenarios de medio mundo (en la barcelonesa sala Apolo protagonizaron una velada imborrable) fue constante hasta el presente. Y hasta su último suspiro rockero, Shelley siempre se guió por lo insobornable: “hay muchos músicos que me gusta ver y que son entertainers. Pero a mí no me gustaría ser eso, porque la cosa con un entertainer es que siempre existe esa deshonestidad. Y eso es lo que el punk trató de quitarse siempre de encima”.