La Vanguardia

Casas Baratas Bis

- Màrius Serra

Viví diez años en una casita de la calle Pitàgores, en la frontera entre Nou Barris y Horta, que tenía 36 metros cuadrados de planta. A mí me parecía un palacio, porque también tenía 32 más de piso, pero la escritura de propiedad la tildaba de “casita humilde”, literalmen­te. Cuando salía a pasear por el barrio, una de las rutas habituales era cruzar el Turó de la Peira hasta llegar a las llamadas Casas Baratas, que competían en humildad con la mía, aunque con un poco de patio ajardinado. Construida­s a finales de los años veinte, las casas de Can Peguera conforman un vecindario singular, que fue uno de los núcleos más potentes de obreros anarcosind­icalistas de Catalunya, tras la Torrassa de l’Hospitalet. Durante los años treinta, buena parte de la redacción de Solidarida­d Obrera vivía allí. Esta semana los noticiario­s han reproducid­o un tiroteo en las Casas Baratas, filmado por los móviles de los vecinos y por la cámara de un camión blindado de ProSegur. Delante mismo de la casa de uno de los actuales patriarcas que dirige el cotarro (en polvo) del barrio. Parece ser que la causa es una ruptura sentimenta­l a la tremenda. Son imágenes duras, pero desmienten la retórica espectacul­ar de la violencia cinematogr­áfica. Los dos tiroteados, de agilidad escasa, caen a cámara lenta, más cercanos a las parodias del cine mudo que al naturalism­o expandido de los thrillers. Los familiares que luego se los llevan al hospital Vall d’Hebron en un cochazo (los haigas de hoy son 4x4) también parecen salidos de otra época. Al ver las imágenes me vino a la cabeza un personaje de Candel, el gitano Cuclillas, obligado a casarse con la gitana Pirula sólo porque lo atrapan besándole la mejilla.

De hecho, cuando me paseaba por las Casas Baratas de Can Peguera hacía poco que había leído Donde la ciudad cambia su nombre (1957) de Paco Candel y me encantaba imaginarme que paseaba por las homónimas Casas Baratas de la Zona Franca (las de Eduard Aunós) donde Paco Candel situó su novela. Recuerdo que espiaba por ventanas y patios buscando los personajes de la novela: el Paquirri, el Cagando, el Mataburras o el Michurella (una adaptación de “media oreja” en catalán) y que pesqué una acalorada discusión entre tres hermanos que se repartían las semanas de acoger a su anciano padre. Me pareció una dramatizac­ión del capítulo “El tío Serralto, de cómo murió”, en el que Candel explica la historia de un anciano que vive un mes con cada uno de sus siete hijos. Un día enferma, el hijo de turno intenta infructuos­amente colocarlo a alguno de sus seis hermanos y el viejo acaba muriendo a la intemperie, en un carro. Cuando salió la novela, que empieza con un apuñalamie­nto, los vecinos que vivían en las Casas Baratas criticaron mucho a Candel porque se sintieron identifica­dos con los personajes de la novela. Cuando se organizan debates sobre el papel de la crítica literaria, a menudo no se tiene en cuenta este aspecto, nada banal, de la recepción de una novela.

Los vecinos de las Casas Baratas criticaron mucho la novela de Candel porque se sintieron identifica­dos

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