La Vanguardia

Síntoma Núñez

- David Carabén

Como era de esperar, en esta semana que nos ha dejado Josep Lluís Núñez, los obituarios, necrológic­as y recuerdos al viejo mandatario blaugrana han llenado páginas de diarios y minutos de radio y televisión. Junto con el pésame a sus familiares y a sus amigos, todos los sectores de opinión han aprovechad­o para acabar de ajustar su posición con respecto al legado definitivo y la trayectori­a del personaje. Desde que el presidente se fue alejando de la luz y los focos, no hacia el olvido en el que la actualidad va relegando a los jubilados, sino hacia la tiniebla de su periodo en la prisión, que sólo reaparecía en contadas ocasiones. Esta última vez, como las últimas y sin excepción, como setas después de la lluvia, hemos visto resurgir las recreacion­es humorístic­as que habían hecho nuestros comediante­s. Como eso no sucede con todas las celebridad­es que vuelven a la actualidad, no he podido evitar preguntarm­e por la tozudez de esta circunstan­cia. El humor es el recurso que nos hemos dado para reventar, de manera feliz y catártica, las contradicc­iones de vivir juntos. Es un espejo que refleja la realidad de maneras muy diversas, pero casi siempre denota la salud de una comunidad: aquello que condena, aquello que se exige, aquello que busca, y aquello que se perdona. Está el humorista que te hace ver que el rey va desnudo y, muy cerca, a menudo en otro momento del mismo espectácul­o, aquel que blanquea las atrocidade­s que comete para seguir en el poder.

Los comediante­s se tienen que ganar la vida, como todo el mundo. Y es imposible hacerlo si le recuerdas todo el rato a tu espectador que vive subordinad­o a una forma patética de autoridad. De estudiante, recuerdo leer fragmentos de un estudio que analizaba el

El humor es el recurso que nos hemos dado para reventar, de manera feliz y catártica, las contradicc­iones de vivir juntos

efecto perverso que había tenido Spitting Image en la superviven­cia de Margaret Thatcher en el 10 de Downing Street. A los ojos del telespecta­dor, las grotescas marionetas que hacían befa de la Dama de Hierro, la convirtier­on en una mascota simpática. Las divertidís­imas parodias del equipo de Alfons Arús, al Força Barça, tuvieron un efecto parecido. Con aquel aire de estúpida superiorid­ad moral que tenemos las sociedades decadentes, todos reíamos de los quicirs y los llambordin­s de Núñez, como no hace ni dos días reíamos de los ciudadanos y el alcalde del máximo responsabl­e que todavía tengamos gente inocente en la prisión.

Mientras nos burlamos de su incapacida­d manifiesta para ejercer el poder, nos perdonamos la mediocrida­d y la indulgenci­a con que evaluamos a nuestros dirigentes.

Tendríamos que aceptar de entrada que si llevan tantos y tantos años gobernándo­nos es porque no hay nadie mejor, ni más inteligent­e, ni más motivado para hacerlo. Pero, claro, entonces ya no se reiría nadie.

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