La Vanguardia

“La montaña, mi psicólogo”

“Me declaro un nómada”, dice Aymar Navarro, freerider que explora sus límites

- Sergio Heredia

El geógrafo es demasiado importante para andar paseando. No abandona su escritorio, pero en él recibe a los explorador­es

Antoine de Saint-Exupéry,

El Principito Aymar Navarro se recuerda a sí mismo, yéndose Andes arriba.

Con los esquíes bajo el brazo.

–He llegado a estar diez o doce horas subiendo. Y así iba pensando. La montaña es mi psicólogo ¿sabe usted?

–¿Y en qué pensaba? –Encontraba mil soluciones a mis problemas. Y también iba estudiando la línea de vuelta ¿eh? Al fin y al cabo, un rato más tarde tenía que marcharme en el sentido inverso, pendiente abajo. Y cuando vas pendiente abajo, no puedes pensar... –¿Qué había que estudiar?

–El terreno, la nieve que ha caído, los vientos, la temperatur­a que habrá. A veces enviábamos los drones por delante. Así averiguába­mos, por ejemplo, si podríamos salir del apuro en caso de que nos metiéramos en una cueva.

–¿Y baja muy deprisa? –Bastante.

–¿A cuánto?

–A veces, a 80 km/h.

–¿Por pistas imposibles?

–Eso... Pero no puedes improvisar porque, en estos terrenos, el riesgo de la velocidad se multiplica por diez.

(...)

Dentro vídeo.

Estamos en la sala Apolo, en Barcelona. Estamos allí nosotros dos, y otros cuatrocien­tos curiosos. Todos ellos han venido a ver South Lines Powered by Kayak , la aventura de Aymar Navarro en los Andes. Una excursión que le ha tenido un mes y medio durmiendo en bungalows y hostales, en refugios vete tú a saber dónde, en improvisad­as tiendas de campaña. –Me declaro un nómada –cuenta. Dentro vídeo.

Vemos a Aymar Navarro al alba. Es noche cerrada, las tres de la madrugada, hace un frío de morirse y el hombre –y su cámara, Txema Trull, este también madruga y junto a Navarro se va montaña arriba– se lava la cara y se cepilla los dientes.

–¿Por qué tan temprano? –pregunta la voz en off.

–El día va a ser largo –dice Navarro.

Ahora el grupo sale afuera. El termómetro está a diez grados bajo cero. La gente del grupo lleva linternas frontales, la cara tapada, apenas se les distinguen los ojos.

Como luciérnaga­s, caminan en la oscuridad.

–¿Qué andáis buscando?

–La ruta que estuvimos estudiando anoche.

Sale el sol, horas más tarde, y la luz les sorprende montaña arriba, a saber dónde. Cuando alcance su destino, Aymar Navarro piensa descender tan deprisa como pueda. Lo hará entre riscos y despeñader­os. –¿Jugándose el pellejo? –Siempre se pasa miedo. Otra cosa es el pánico. Este no debe entrar en escena. Pero la clave está en el respeto, ese no puedes perderlo, porque cualquier error sale muy caro.

Un rato más tarde, el cielo se rompe. Ahora llueve y nieva. No se ve nada, así no hay quien se atreva a esquiar. Rompan filas.

Media vuelta, regresan al refugio. Desde las ventanas, contemplan el exterior. Llueve y sigue lloviendo. Se quedan atrapados por tres días.

–¿Son días desperdici­ados?

–Se van a la basura.

Al final, la lluvia se difumina. Graban en aquel escenario, y en otro puñado de lugares, como el volcán Puyehue, el Pehuenche, el glaciar El Morado, en Las Cuevas, en la Patagonia...

Por momentos se les ve apurados. Esquían culebreand­o a lo largo de un desfilader­o, parece que vayan a quedarse atascados. Sortean un peñón, caen sobre la nieve blanca, virgen. Se les hunden los pies.

Con el tiempo han montado el documental. Lo proyectan en ocho salas, en ocho ciudades diferentes. Siempre llenan: me demuestran que el deporte extremo tiene tirón.

(...)

–Yo era un esquiador convencion­al, de esquí alpino –dice Aymar Navarro.

Nos va a contar su historia. Nació en la Vall d’Aran. Abría la puerta de su casa, en Les, y de bruces se topaba con la montaña. Sus padres esquiaban. Él empezó a hacerlo a los tres años, no le quedaba otra. Madrugaba, se subía al autocar y a Baqueira se iba. Estuvo compitiend­o, esquí alpino. Fue un júnior importante, con victorias en pruebas de Gigante y SuperG. Luego se saturó.

–Me costaba levantarme por las mañanas. Me junté con otros y empezamos a esquiar fuera de las pistas.

–¿Le molestan las colas de la estación? –Cuando coincides con 100.000 personas y solo puedes hacer tres bajadas en un día... eso no es bueno. Si puedo ir a Port Aventura, nunca lo haré en agosto.

Al salirse de las pistas, se hizo profesiona­l. Casi una docena de marcas le van detrás, hombre anuncio. Dice que siempre vive en el invierno, salvo en junio.

–¿Y le gusta?

–No soportaría tres meses de verano.

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JEAN LOUIS DE HEECKEREN / TXEMA TRULL Aymar Navarro durante su aventura en los Andes, este año
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