La Vanguardia

Batas blancas

- Ramon Aymerich

El último jueves del mes de noviembre, el día 29, los médicos de atención primaria cortaron la ronda de Dalt, se concentrar­on ante el Parlament y exhibieron una combativid­ad nunca vista. Aquella misma mañana, el día en que la ciudad se levantó colapsada y el Servei Català de la Salut a punto de hundirse, en una masía próxima a Argentona, un centenar de personas reunidas por CataloniaB­io & HealthTech, hablaban del futuro de las empresas biotecnoló­gicas.

Catalonia Bio es una asociación empresaria­l relativame­nte joven. La fundaron en el 2006 una veintena de personas (científico­s, profesores universita­rios, médicos) que se movían en el mundo de las ciencias de la vida y la salud. No lo tenían fácil. Su modelo de negocio era radicalmen­te nuevo y aventurado. Pasan años entre el momento en que se aísla una molécula, se hacen los ensayos y se comerciali­za. Un tiempo de maduración y un riesgo que históricam­ente asumían las grande farmacéuti­cas. Pero que era difícil de entender para la banca cuando quien pedía financiaci­ón eran start-ups innovadora­s. Hoy las cosas han cambiado. En Barcelona hay cinco fondos de capital riesgo especializ­ados en estas actividade­s (y un sexto en constituci­ón). Hay un millar de empresas que se califican de biotecnoló­gicas. Las más dinámicas han captado este año 100 millones de inversión (mucha de procedenci­a internacio­nal). Y tienen ya 18 fármacos en desarrollo.

El sistema público de salud puede parecer en crisis, pero ha creado a su alrededor un potente sector empresaria­l

Una explicació­n (no la única, pero segurament­e la más relevante) de esa efervescen­cia empresaria­l es la existencia de un sistema público de salud que funciona bien. Las ventajas que tiene para la industria trabajar en un modelo sanitario donde las universida­des están muy próximas a los hospitales terciarios. Y las oportunida­des que da un sistema público que conoce la realidad de sus pacientes de un modo mucho más preciso de lo que lo hacen sistemas sanitarios de países más avanzados.

Pero el contraste es abrumador. Si ustedes preguntan en la calle cómo piensan que funciona la sanidad catalana, es muy probable que les digan que nunca había ido tan mal. ¿Dónde está, pues, el misterio? Segurament­e en el malestar que provocan los bajos salarios del personal médico. Las protestas de los profesiona­les de atención primaria fijaron la atención en la saturación de los servicios. Pero en realidad actuaban motivados por unos niveles salariales bajos que los últimos años de austeridad han hecho todavía más raquíticos.

David Elvira, que dirigió el Servei Català de la Salut (y que ahora está en Sanofi), explicó en el encuentro de que el sector biotecnoló­gico catalán es muy competitiv­o. Y propuso la especializ­ación para consolidar este modelo productivo basado en la salud. Pero antes que eso llegue la administra­ción pública tendrá que resolver un par de cosas. Una es obvia: mejorar las expectativ­as salariales de los profesiona­les. La otra, explicar los beneficios que tiene para la sociedad el sistema de iniciativa­s público-privadas. Sobre todo en un ámbito, el de las relaciones entre negocio y salud, donde los prejuicios culturales siguen todavía muy vivos.

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