El Parlamento británico decide.
La premier duda entre suspender el voto, regresar a Bruselas o incluso dimitir
En la ópera Turandot, la cruel princesa china promete casarse con aquel pretendiente que responda correctamente a tres acertijos, pero a sus pies se acumulan los cadáveres de todos aquellos que se han arriesgado y no lo han conseguido. El Brexit es un poco lo mismo. La pregunta es cómo conseguir al mismo tiempo que el Reino Unido salga del mercado único y la unión aduanera, deje de estar supeditado a las leyes europeas, acabe con la libertad de movimiento de las personas y sea capaz de suscribir sus propios tratados comerciales con terceros países, y al mismo tiempo conserve todos (o casi todos) los privilegios de ser un miembro de la UE. Es como si alguien llama a Movistar y dice que quiere seguir disfrutando los canales, pero dejando de pagar la cuota.
La princesa Theresa May creía haber respondido correctamente al acertijo del Brexit con su “honorable compromiso con Bruselas” que, en su interpretación, cumple los objetivos fundamentales de sacar al país de la Unión Europea y controlar la inmigración, pero sin provocar el caos económico. Mañana Turandot (en este caso, el Parlamento de Westminster) le dará su contestación, pero todo apunta a que le dirá que la respuesta es equivocada.
En la obra de Puccini, los candidatos no tienen la opción de fallar las dos primeras preguntas y salvar la vida renunciando a la tercera. Pero May, sí, y eso es lo que le recomiendan encarecidamente sus asesores y algunos miembros del Gabinete. Que suspenda en el último momento la votación del martes y acuda a Bruselas a “exigir” nuevas concesiones en el farragoso tema de la salvaguarda o póliza de seguros irlandesa para evitar una frontera dura. Que, como Margaret Thatcher, golpee la mesa con el bolso, o haga un taconeado flamenco con sus zapatos de piel de leopardo. A la Dama de Hierro le salió bien y obtuvo en Fontaineblau el famoso cheque británico. Pero May no tiene su arrojo ni su carisma, y el bolso podría salir rebotado como un bumerán y darle en la cara. Ya fue humillada por los 27 en Salzburgo y se resiste a repetir la experiencia, sobre todo cuando todos los murmullos procedentes del continente indican que como mucho conseguiría cambios cosméticos en la declaración política sin ningún valor legal, insuficientes para sus socios del DUP (unionistas del Ulster) y para los brexiters duros.
En los últimos días, la primera ministra ha apelado directamente a los votantes, pasando por encima de los diputados, con el argumento de que el suyo es el único acuerdo posible y las únicas otras opciones son una salida desordenada o un segundo referéndum. Pero no le ha funcionado. A los británicos no les gusta su compromiso. Los whips (encargados de la disciplina parlamentaria) han informado a May de que la votación está perdida si sigue adelante. En el mejor escenario posible, por unos sesenta votos. En el peor, por más de cien.
La premier lleva días metida en la cueva, meditando sus opciones (salvar su acuerdo o salvarse a sí misma, que no es lo mismo), escuchando a unos y otros, intentando persuadir, pero sin mostrar nunca sus cartas, ni siquiera a los miem- bros del Gobierno. Sólo confía en una guardia pretoriana muy reducida, de tres o cuatro personas.
Unos le sugieren que opte por la fórmula noruega plus (permanencia en el Espacio Económico Europeo); otros, que acepte el desafío de una moción de censura de su grupo parlamentario (si la gana, no podría ser cuestionada en un año); otros, que convoque un referéndum, pero no entre la salida o permanencia, sino entre su acuerdo y ningún acuerdo. También puede dimitir y que otro se ocupe del muerto, o jugarse el todo por el todo en unas eleccio-
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