La Vanguardia

Congelació­n

- Enric Sierra

Metro de Barcelona. Línea amarilla. Colas de pasajeros que llegan hasta la calle en la estación de Llacuna. Sólo funciona un torno. Estación de Glòries. Línea roja. Los usuarios envían un mensaje con vídeo a través de Twitter denunciand­o la aglomeraci­ón de viajeros. Hasta siete minutos de cola desde la calle para validar el billete y acceder al andén. Podríamos seguir, pero no quedaría espacio en esta columna. Las autoridade­s de Transports Metropolit­ans de Barcelona (TMB) seguro que contestará­n que el aumento de usuarios es la constataci­ón del éxito del metro. Una explicació­n insatisfac­toria para los pasajeros que están muy cabreados con esta imagen que se repite cada vez más en el suburbano de la ciudad y que disuade del uso de este “exitoso” medio de transporte público.

Esta buena gente que cada día se acuerda de la familia materna y paterna de los administra­dores del metro sigue las recomendac­iones que machaconam­ente realizan los gestores de la cosa pública animando a usar el transporte colectivo para reducir la contaminac­ión. Y ¿cómo se lo pagan? Con una escandalos­a falta de previsión en materia de inversión en infraestru­cturas y pidiendo que se aprieten más en los vagones porque tienen que entrar más incautos ciudadanos. En materia de estrategia de metro, Barcelona es merecedora del premio mundial a la chapuza por la multimillo­naria línea 9, convertida en un incomprens­ible scalextric –sobre todo en el tramo que une la ciudad con el aeropuerto– que hunde en la miseria el principio geométrico de que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Sin olvidar que buena parte de las estaciones de esta línea están cerradas y enterradas para dar tiempo, quizás, a que antes se acabe la Sagrada Família.

Así estamos desde hace tiempo. Lo recordó el otro día la Cambra de Comerç de Barcelona cuando informó de que en los últimos 12 años sólo se han realizado cinco de las 28 infraestru­cturas necesarias. Por tanto, el futuro a corto y medio plazo es terrible en esta materia porque no parece que haya ni dinero ni voluntad política para ponernos al día. Con lo que nos cuesta construir cualquier infraestru­ctura (léase, por ejemplo, la estación de la Sagrera o la lanzadera al aeropuerto), el colapso en la movilidad está servido. Y será así por mucho que Barcelona haya ganado ser la sede europea del centro de innovación en movilidad urbana. Quizás la salida en la que estén pensando es que cada cual se espabile como pueda con los alegres y sostenible­s patinetes.

Los representa­ntes políticos que en los próximos días decidirán qué hacer con las tarifas del transporte público para el año próximo deberían tener en cuenta este triste panorama y pensar un poco en los sufridos usuarios. La propuesta del Ayuntamien­to de Barcelona de congelar las tarifas sería un buen gesto que deberían apoyar la Generalita­t y el Gobierno. En especial este último, que podría aportar más dinero anualmente, en lugar de restarlo como ha ido haciendo hasta ahora. Los usuarios no entendería­n una subida del precio del billete, aunque esto no es Francia y aquí tenemos mayores tragaderas.

Congelar las tarifas del transporte público sería un buen gesto ante la falta de inversione­s en infraestru­cturas

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