Frankenstein y la guerra comercial
Se cumplen este año dos siglos de la publicación de la novela de Mary Shelley Frankenstein o el moderno Prometeo, en una época que presenta algunos paralelismos llamativos con los tiempos actuales, en ámbitos interrelacionados como los cambios geopolíticos, debates comerciales e inquietudes acerca de las implicaciones de los avances científico-tecnológicos.
Hace 200 años estaba en pleno ascenso la (primera) revolución industrial que introdujo cambios tan profundos como los que actualmente se predican de la llamada “cuarta (o nueva) revolución industrial”. Uno de los que conviene recordar es que hasta entonces los países con más peso en la distribución de la actividad económica eran China e India, que, según los datos recopilados por Agnus Maddison, se iban alternando en los siglos anteriores en las aportaciones a lo que hoy llamaríamos el PIB mundial. Que las enormes ganancias de eficiencia que propició la primera revolución industrial beneficiaran inicialmente a Inglaterra, luego a Europa occidental y América del Norte, conformaron el escenario que estuvo vigente durante casi dos siglos de partición entre las economías avanzadas y las (mal) llamadas “en desarrollo”. Hoy China tiene claro que tras perder su posición hace dos siglos por “culpa” de una revolución industrial, quiere ahora recuperarla con otra, aprovechando al máximo la nueva oleada de radicales innovaciones científico-tecnológicas. El programa China 2025 es explícito al respecto.
También hace 200 años se discutía del papel del comercio internacional. Los sectores más conservadores británicos –con la aristocracia terrateniente al frente– elevaron barreras proteccionistas (con las Leyes de Cereales como más emblemática) para defender “su” modelo de economía y sociedad mientras que la ascendente burguesía industrial propugnaba –con David Ricardo como teórico– liberalizaciones que permitiesen acceder a importaciones baratas y diesen facilidades a unas exportaciones convertidas en arietes de su ascenso a la hegemonía mundial. Hace 200 años, como hoy, los debates sobre temas comerciales eran uno de los campos de batalla en la pugna entre antiguos liderazgos en decadencia y otros en ascenso.
Hace dos siglos los profundos cambios tecnológicos generaban inquietudes acerca de cómo afectarían a los trabajos que podían hacer los humanos a la vista de las muchas tareas tradicionales que la maquinaria iba asumiendo. Hoy sabemos que las ganancias de productividad generadas fueron más que suficientes para amparar la aparición de nuevas actividades inimaginables pocas décadas antes. Pese a este precedente positivo, la velocidad y profundidad de los cambios actuales lanzan retos exigentes acerca de las cualificaciones necesarias para interactuar con las nuevas realidades de las deslumbrantes tecnologías y dilucidar cómo se distribuirán sus dividendos. Y plantean asimismo inquietudes acerca de futuros (¿lejanos?) momentos en que la inteligencia artificial pueda reproducirse sin los humanos, como la criatura de Frankenstein le pidió a su creador, y que, en la novela, le fue negado…
Hace dos siglos ya había inquietud sobre cómo afectaría la maquinaria al trabajo