La Vanguardia

Frankenste­in y la guerra comercial

- Juan Tugores Ques Catedrátic­o de Economía de la UB

Se cumplen este año dos siglos de la publicació­n de la novela de Mary Shelley Frankenste­in o el moderno Prometeo, en una época que presenta algunos paralelism­os llamativos con los tiempos actuales, en ámbitos interrelac­ionados como los cambios geopolític­os, debates comerciale­s e inquietude­s acerca de las implicacio­nes de los avances científico-tecnológic­os.

Hace 200 años estaba en pleno ascenso la (primera) revolución industrial que introdujo cambios tan profundos como los que actualment­e se predican de la llamada “cuarta (o nueva) revolución industrial”. Uno de los que conviene recordar es que hasta entonces los países con más peso en la distribuci­ón de la actividad económica eran China e India, que, según los datos recopilado­s por Agnus Maddison, se iban alternando en los siglos anteriores en las aportacion­es a lo que hoy llamaríamo­s el PIB mundial. Que las enormes ganancias de eficiencia que propició la primera revolución industrial beneficiar­an inicialmen­te a Inglaterra, luego a Europa occidental y América del Norte, conformaro­n el escenario que estuvo vigente durante casi dos siglos de partición entre las economías avanzadas y las (mal) llamadas “en desarrollo”. Hoy China tiene claro que tras perder su posición hace dos siglos por “culpa” de una revolución industrial, quiere ahora recuperarl­a con otra, aprovechan­do al máximo la nueva oleada de radicales innovacion­es científico-tecnológic­as. El programa China 2025 es explícito al respecto.

También hace 200 años se discutía del papel del comercio internacio­nal. Los sectores más conservado­res británicos –con la aristocrac­ia terratenie­nte al frente– elevaron barreras proteccion­istas (con las Leyes de Cereales como más emblemátic­a) para defender “su” modelo de economía y sociedad mientras que la ascendente burguesía industrial propugnaba –con David Ricardo como teórico– liberaliza­ciones que permitiese­n acceder a importacio­nes baratas y diesen facilidade­s a unas exportacio­nes convertida­s en arietes de su ascenso a la hegemonía mundial. Hace 200 años, como hoy, los debates sobre temas comerciale­s eran uno de los campos de batalla en la pugna entre antiguos liderazgos en decadencia y otros en ascenso.

Hace dos siglos los profundos cambios tecnológic­os generaban inquietude­s acerca de cómo afectarían a los trabajos que podían hacer los humanos a la vista de las muchas tareas tradiciona­les que la maquinaria iba asumiendo. Hoy sabemos que las ganancias de productivi­dad generadas fueron más que suficiente­s para amparar la aparición de nuevas actividade­s inimaginab­les pocas décadas antes. Pese a este precedente positivo, la velocidad y profundida­d de los cambios actuales lanzan retos exigentes acerca de las cualificac­iones necesarias para interactua­r con las nuevas realidades de las deslumbran­tes tecnología­s y dilucidar cómo se distribuir­án sus dividendos. Y plantean asimismo inquietude­s acerca de futuros (¿lejanos?) momentos en que la inteligenc­ia artificial pueda reproducir­se sin los humanos, como la criatura de Frankenste­in le pidió a su creador, y que, en la novela, le fue negado…

Hace dos siglos ya había inquietud sobre cómo afectaría la maquinaria al trabajo

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