En pie de protesta
Las concesiones anunciadas por el presidente francés, Emmanuel Macron, para conseguir desactivar por completo el movimiento de los chalecos amarillos no son consideradas suficientes por la mayoría de los activistas.
A Emmanuel Macron le costará desactivar por completo el movimiento de los chalecos amarillos. Las concesiones anunciadas por el presidente francés, en su alocución televisada del lunes por la noche, no son consideradas suficientes por la mayoría de los activistas, si bien afloran ya divisiones entre ellos y se detecta un descenso del apoyo ciudadano a la protesta. La prioridad del Gobierno es restaurar el orden público y, sobre todo, evitar que se materialice el llamado “quinto acto” –otro sábado de manifestaciones en París y otras ciudades–, al que han llamado ya los chalecos amarillos más radicales. El Ejecutivo confía en que el movimiento vaya poco a poco a la baja y pierda la amplia caja de resonancia mediática y las simpatías de que ha gozado.
Pequeños grupos de chalecos amarillos siguieron ocupando ayer rotondas y peajes en todo el país. Bastan varios miles de aguerridos combatientes –sobre una población de casi 68 millones de habitantes– para mantener la percepción de que no se han rendido. Una de las iniciadoras de la revuelta, la bretona Jacline Mouraud, recomendó “una tregua” tras constatar que, por parte del poder político, ha habido “avances, una puerta abierta”. Según Mouraud, “no podemos pasar el resto de nuestras vidas en las rotondas”. En términos parecidos se pronunció Cédric Guémy, alineado también en los llamados “chalecos amarillos libres”, el sector pragmático. Otro representante de este grupo moderado, como Benjamin Gauchy, de Toulouse, se mostró más beligerante. Y entre los activistas irreductibles, como los agrupados en el grupo de Fly Rider, en Facebook, se exhortó a mantener en la agenda el “quinto acto”.
Casi un mes de movilizaciones han creado una especie de subcultura popular, la de los chalecos amarillos, ciudadanos que han salido del anonimato, de sus grises vidas, que han encontrado un aliciente, una causa por la que luchar y una comunidad con la que compartir sus inquietudes y sus puntos de vista. Han sido tres semanas de reconocimiento nacional, de extraordinario protagonismo mediático para un sector de la población –en su inmensa mayoría franceses blancos, de clase media y media baja, habitantes de las periferias– que creía no contar, pues nadie hablaba de ellos.
Los anuncios de Macron, confirmados ayer en la Asamblea Nacional por Philippe y que incluyen una subida de 100 euros en el salario mínimo, costarán entre 8.000 y 10.000 millones de euros, lo cual disparará el déficit por encima del tope del 3% del PIB que exige Bruselas.
Un mes de lucha ha creado un sentimiento de comunidad entre ciudadanos que han dejado de ser invisibles