La Vanguardia

El pacto Migratorio de Marrakech

- Josep Borrell

El mundo es un espacio común y compartido, en el que la interconex­ión permanente y las tecnología­s de la comunicaci­ón y el transporte generan flujos de personas, bienes, informacio­nes e ideas a una escala hasta hace poco inimaginab­le. Esto requiere un sistema de gobernanza multilater­al, que es para lo que nació la ONU al final de la II Guerra Mundial y en pleno descrédito de los nacionalis­mos, que aun hoy no acaban de salir de escena.

Los movimiento­s de población son un fenómeno natural, secular y estructura­l, que no constituye ni una anomalía ni una amenaza, por lo que no dejará de estar en la agenda política en las próximas décadas. Un desafío que sólo puede abordarse desde la cooperació­n internacio­nal. Ningún país, ni siquiera región, puede por sí solo gestionarl­o. Su naturaleza es intrínseca­mente transnacio­nal, como lo es también el reto del cambio climático, un factor que también influye en los desplazami­entos de las personas, como consecuenc­ia de la desertific­ación, junto con la insegurida­d, la pobreza o la simple falta de oportunida­des. Y, como ha recordado el secretario general de la ONU, nadie puede realmente sorprender­se de que los seres humanos busquen un futuro mejor para sí mismos y sus familias.

Pero los datos desmienten la visión manipulada por líderes y movimiento­s xenófobos que hablan de oleadas masivas de inmigrante­s, prediciend­o que estos empobrecer­án nuestras sociedades y causarán males sin cuento.

Conviene poner los hechos en sus justos términos. La realidad migratoria alcanza hoy a 260 millones de personas, lo que representa el 3,4% de la población mundial, un porcentaje ciertament­e moderado, si bien esta tasa es superior al crecimient­o demográfic­o, también porque la emigración tiende a aumentar en la primera fase del desarrollo de los países, es decir cuando pasan de renta baja a media. Además, dos tercios de las migracione­s internacio­nales son intrarregi­onales (porcentaje que se eleva al 80% en África o Asia) y, atención, el 90% de la movilidad mundial se desarrolla de forma legal.

También hay que ser consciente­s de datos como los de la aportación de la migración a la economía, la revitaliza­ción de los mercados laborales, la dinamizaci­ón cultural de los países de acogida, y a la reducción del déficit demográfic­o: la población de África crecerá de los 1.250 millones actuales a 2.500 en el 2050, aumentando su población en edad de trabajar en 800 millones. Entretanto, la fuerza de trabajo de Europa perderá 80.

Todo ello teniendo presente algunos problemas como la presión salarial a la baja en determinad­os sectores, lo que debe corregirse con la negociació­n colectiva y la sindicaliz­ación de todos los trabajador­es, sean autóctonos o inmigrante­s, abordando los retos que plantea gestionar la diversidad, y reduciendo las desigualda­des. De lo contrario seguirá avanzando el repliegue identitari­o, el cual representa el más poderoso disolvente de una comunidad política: las migracione­s se perciben hoy como una amenaza mayor a la integració­n europea que la crisis del euro.

El pacto mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular aprobado el 10 de diciembre en Marrakech por 160 países, incluyendo España, representa­da a nivel de jefe de gobierno, al igual que Alemania, Portugal, Grecia, y Bélgica, este último tras cesar a los nacionalis­tas de derecha flamencos del gobierno, se basa precisamen­te en la premisa de que en conjunto es posible maximizar las ventajas de las migracione­s para los países de origen, tránsito y destino.

El pacto se adoptará formalment­e como resolución de la Asamblea General de la ONU el 19 de diciembre. Será así la primera gran iniciativa de Naciones Unidas sobre esta cuestión, establecié­ndose un modelo de responsabi­lidad compartida mutuamente beneficios­o alrededor de 23 objetivos que abordan el fenómeno en todas sus dimensione­s.

El pacto propone, en primer lugar, garantizar los derechos humanos, erradicand­o las vulnerabil­idades de los migrantes durante todo el ciclo migratorio y garantizan­do su acceso a los servicios sociales básicos, evitar separar a los menores o detenerlos, luchar contra las numerosas redes de tráfico irregular de migrantes y de trata ilegal de seres humanos, y gestionar las fronteras de acuerdo con la legalidad internacio­nal.

Se busca además optimizar el impacto de las migracione­s en el desarrollo, generar nuevas vías regulares facilitand­o así la movilidad laboral, y sobre todo mejorar las condicione­s de vida en los países de origen para que la emigración sea una opción más entre las que elegir y no en la única alternativ­a, especialme­nte para la juventud. Además, los países de origen deberán facilitar las readmision­es.

Esta iniciativa tendrá en todo caso que superar dos retos. En primer lugar hay que asegurar la ejecución del pacto por los estados, pues solo así la migración será un fenómeno seguro para el migrante y más ordenado y regular para los países de origen, tránsito y destino.

Por ello, se propone establecer una red migratoria compuesta por todas las agencias relevantes de la ONU en esta materia, mientras que la Organizaci­ón Internacio­nal de las Migracione­s evaluará periódicam­ente su aplicación por los Estados. España, desde luego, se propone liderar también en la fase de implementa­ción, como ya lo ha hecho en las negociacio­nes para su adopción.

De hecho, estamos ya ejecutando una política migratoria basada en la asunción del hecho migratorio como algo no coyuntural y en el respeto a los derechos y la dignidad humana, y que incluirá un plan estratégic­o involucran­do a las comunidade­s autónomas y los ayuntamien­tos. Pese a los desafíos de nuestros sistemas de gestión y de acogida –muchos de ellos comunes al resto de estados miembros de la Unión Europea– el “modelo español” es visto por la mayoría de nuestros socios como un ejemplo de gestión migratoria y de buena cooperació­n con terceros países.

Además hemos venido proponiend­o una agenda migratoria en el marco de la Unión Europea. Los europeos compartimo­s una frontera exterior, por lo que la gestión de los flujos de migrantes y refugiados sólo puede ser común. De ahí nuestro apoyo al marco europeo de visados humanitari­os, cuya puesta en marcha solicitó ayer el Parlamento Europeo, al sistema de cuotas permanente­s de refugiados, y al fortalecim­iento de la Agencia Europea de Asilo, además de nuestro compromiso con salvar vidas en peligro, materializ­ado diariament­e en el Estrecho y el mar de Alborán, y asumiendo incluso responsabi­lidades de otros países en situacione­s por todos conocidas en otras longitudes del Mediterrán­eo.

El segundo reto consiste en reducir el incomprens­iblemente amplio desajuste entre la realidad migratoria y su percepción social, algo especialme­nte patente en el continente europeo, y que se ha visto reflejado en el propio proceso de adopción del pacto. Así, hay que lamentar que a pesar del apoyo manifestad­o por la Comisión y el Parlamento Europeo, algunos estados miembros se han desmarcado, replicando una tónica similar a la observada en el marco de la Unión Europea con respecto a la política migratoria.

Tampoco ha ayudado que el Gobierno de Estados Unidos se autoexcluy­era desde el principio de las negociacio­nes, y que además haya hecho campaña en contra, criticando los esfuerzos por establecer una “gobernanza mundial” para las migracione­s (lo que es cierto, y necesario) y el intento por deteriorar “los derechos soberanos de los estados” (lo que es radicalmen­te falso)

Será necesario un enorme esfuerzo de pedagogía social para desmontar las narrativas abusivas, populistas y xenófobas que se han ido generando a lo largo de los últimos años con relación al fenómeno migratorio y que han tenido eco en parte de la UE, afortunada­mente no tanto en España, al menos hasta ahora.

Los datos desmienten la visión manipulada por movimiento­s xenófobos que hablan de oleadas masivas

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