La Vanguardia

Ánimo ‘Animalaute’

- EL RUNRÚN Joana Bonet

La vida de los grandes artistas es desprendid­a, como un andar con la suela algo despegada del zapato. No premeditan el futuro, meditan el presente desde la ambición y la pulsión, lo cabalgan entre el hallazgo y el fracaso. Dejan salir ángeles y demonios para que de ese baile se extraiga una moneda que no pesa ni cotiza, pero que te hace inmensamen­te rico cuando la recibes. Se llama sensibilid­ad, algunos la temen por sonar a cursi en tiempos de palabras peladas, aunque quien anda desposeído de ella padece un grave déficit, mucho peor que el de la vitamina D, y acusa una sordera que impide captar el llamado ruido rosa –así se denomina al sonido de la lluvia que adormece y, según afirman los científico­s, mejora la memoria–.

El pasado lunes por la noche, quienes asistimos al homenaje a Aute: ¡Ánimo, animal! entendimos que la integridad poética del músico y pintor está fuera de toda duda. Un traficante de belleza que ha hecho juegos malabares entre la greguería y la metafísica, ha mantenido el compromiso por habitar un lugar más justo y ha ilustrado las contradicc­iones del “animal amortal”: “Por qué será / que cada vez que escucho la palabra / razón, racional o razonable, / últimament­e empiezo a sentir serios síntomas / de un razonable deseo de perder / la razón”, decía en un poema dedicado a Ava Gardner: Waltzing maldita.

Desde hace dos años, Luis Eduardo se recupera de un infarto que lo tuvo 48 días en coma. Su familia seguía creyendo en su vida cuando los médicos empezaban a descreer. Dos años sin trabajar, aprendiend­o a andar de nuevo por el parque de la Fuente del Berro, dos años sin micrófono,

Compositor generoso, es de justicia que regresen a Aute sus canciones de siempre hoy que no puede cantarlas

guitarra ni banda. En el Palacio de Deportes: “Buenas noches, autistas” saludó Sabina, algunos confesaron que le deben la vocación, otros el éxito, también el pan. Cantaron por él en un homenaje que continuará en Barcelona y pretende reunir ánimos y medios. Ana Belén, José Mercé –“gracias siempre, maestro, por dejarme cantar Al alba”–, Silvio Rodríguez, Serrat, Víctor Manuel, Rozalén, el joven Marwan soltando fibras epidérmica­s al cantar Siento que te estoy perdiendo y el gigante Poveda aflamencan­do Prefiero amar lograron que cada canción pareciera recién despeinada. Cada tema que sonaba era un reencuentr­o con lo mejor de nosotros, también una crónica de la historia de la España ceniza y de la España fucsia.

Los artistas viven al día. Su patrimonio es su maleta de partituras y versos, igual que los viajantes de antaño, que engrosaban el muestrario cada temporada. Aute y su familia conforman un microcosmo­s único. Pocos ha habido tan geniales, y alados. Empedernid­o jugador de palabras y compositor generoso, es de justicia que regresen a él sus canciones de siempre ahora que no puede cantarlas, alimento para animales cultivados.

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