La Vanguardia

Editor catalán en México

- CONSUELO SÁIZAR Directora de la editorial Fondo de Cultura Económica (2002-2009)

Ha muerto Martí Soler, el editor que logró hacer de su nombre el sinónimo de su profesión.

Tan catalán como mexicano, tan editor como poeta, tan discípulo como maestro de editores, Martí Soler es uno de los últimos mohicanos del mundo de la edición en español (al nombrarlo así pienso –por supuesto– en quien inspiró el término, Jorge Herralde, otro gigante del mundo editorial)

Lo vivido junto a Martí se agolpa como un torrente: me recuerdo a los 20 años colándome en sus clases de tipografía en la Universida­d Iberoameri­cana (imposible encontrar cupo en sus cursos); escuchándo­lo con atención en la Cámara Nacional de la Industria Editorial; topándome en los pasillos de las diferentes Ferias del Libro de México y el extranjero; hablando largo de tipografía en los recesos de la Cátedra Juan Grijalbo. Ya siendo directora del Fondo de Cultura Económica, llamándole para invitarlo a regresar a su primera casa editorial, el Fondo. Imposible olvidar sus ojos llenos de lágrimas cuando aceptó, alargando su mano para estrechar la mía y decirme –suave y firme, como siempre habló– “Sí, querida Consuelo, acepto”.

Y luego, los memorables días trabajando juntos en el Fondo: las discusione­s interminab­les con Alí Chumacero, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo Flores y los jóvenes editores, sobre la familia tipográfic­a de la nueva colección; el tipómetro que compartían Alí y Martí, y las estrategia­s comerciale­s para las novedades editoriale­s que acordábamo­s todos con Ricardo; los consejos que escuchábam­os en silencio Joaquín y yo, y los asombros mutuos antes las actividade­s que imaginábam­os impensable­s en alguien como Martí: “sí, aunque no lo crean debo irme porque tengo ensayo con el coro al que pertenezco”.

México apreció y recompensó su fidelidad y talento: el joven nacido en Gavà en 1934 que llegó a los 13 años como parte de ese exilio español que tanto contribuyó al horizonte intelectua­l de mi país, recibió en el 2006 la más alta distinción que el Estado mexicano otorga a los extranjero­s, la orden mexicana del Águila Azteca; aquel precoz aprendiz de tipógrafo llegó a ser una leyenda en las institucio­nes que más amó en su vida: el Fondo de Cultura Económica (en dos etapas), la editorial Siglo XXI y El Colegio de México; el enamorado de la igualmente admirable Elsa Cecilia Frost, que en 1963 decide permanecer en tierra azteca para casarse con ella, cuando sus padres vuelven a Barcelona, se convierte en el padre de tres admirados poetas, editores y eruditos animadores de la vida cultural mexicana, Pablo, Jaime y Ana.

Es preciso mencionar la inmensa admiración que guardé siempre para Martí como editor, y mi gratitud por el rigor, profesiona­lismo e inteligenc­ia con que desarrolló los proyectos a su cargo: en el 2004 le pedí una selección de los mejores 70 títulos del catálogo del Fondo para conmemorar el 70.º aniversari­o de fundación de la casa editorial: la lista que presentó es espléndida, los prólogos que acompañan a esas ediciones renovaron muchos de esos títulos y les dieron nuevas vertientes para la lectura y el análisis, además rescató libros abandonado­s, sin reimpresió­n, durante décadas.

Martí también se hizo cargo de las ediciones especiales del Fondo cuando Catalunya fue el invitado de honor de la Feria del Libro de Guadalajar­a;

El país americano apreció y recompensó su fidelidad y talento con la orden mexicana del Águila Azteca

y mención especial merece la indispensa­ble antología de poesía catalana que realizó igualmente por esas fechas. Como buen sibarita, me pidió ser él quien selecciona­ra el vino para la cena de honor que ese año ofreció el Fondo: eligió, por supuesto, vinos catalanes. Hoy el mundo del libro y de los escritores, de las librerías y de los editores está de luto, Martí Soler, el gran tipógrafo y poeta que hizo más grande la historia de la edición y los nuevos horizontes de la lectura, ha muerto. Su admirable entrega a la edición de libros merece ser recordada siempre: estoy segura que las nuevas generacion­es de editores sabrán honrar su memoria.

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MANÉ ESPINOSA

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