La Vanguardia

Una casa sin libros

- Ignacio Orovio

En casa del director teatral Lluís Pasqual no había libros. Cuando volvía a casa, algunas tardes paraba con su madre en una librería y le compraba alguno. En su casa se leía sobre todo un periódico (éste): sucesivame­nte el abuelo, el padre, Lluís. Lo leía de principio a fin. Leía también cualquier folleto que cayera en sus manos, cualquier rótulo que cayera en sus ojos por la calle. Pasqual recibió anteanoche en el teatro Goya el premio Atlàntida, que cada año desde hace 33 concede el Gremi d’Editors de Catalunya a alguna personalid­ad destacada por su fomento del libro y la literatura. Aunque el galardón a Pasqual tiene mucho de desagravio por la manera en que en septiembre se dio por vencido y abandonó la dirección del Teatre Lliure; en el origen de su decisión estuvo la denuncia en las redes sociales de una actriz, Andrea Ros, que le acusó de haberla vejado en un ensayo, al exigirle que llorara como Cordelia.

Tuvo mucho de desagravio lo del Goya porque en la presentaci­ón y glosa que de Pasqual hizo la actriz Emma Vilarasau supimos cómo trabaja: “Lluís te acompaña, a veces literalmen­te, de la mano, para que traspases tus lugares de comodidad, de confort, para que salgas de los lugares donde ya has estado, para que visites lugares nuevos”.

Supimos que “es exigente, mucho, todo debe ser preciso y es incapaz de renunciar a la perfección. Esos momentos de tensión son los que hacen brillantes a los directores, Lluís crece en la dificultad, con su locura, su inspiració­n, descubre la solución en sus noches de insomnio”.

Supimos también que “la sala de ensayo es el lugar donde él es más feliz”.

Pasqual no habló siquiera (o muy poco) de libros: habló de quienes fueron responsabl­es de inocularle el virus maravillos­o, de sus maestros. Explicó cómo, en el Reus de la primera posguerra, tuvo por maestros escolares a catedrátic­os de universida­d. El franquismo los represalió enviándolo­s a un mínimo de 100 kilómetros de su plaza de antes de la guerra. Resulta que Reus está a... 101 kilómetros de Barcelona, y muchos recalaron allí. Quizás esta circunstan­cia contribuyó a que al pequeño Pasqual alguno de aquellos sabios le inculcaran la pasión por la palabra. Él, de hecho, quiso ser profesor de latín, y se fue a estudiar a la primera Universita­t Autònoma, donde tuvo a maestros como Paco Rico, José Manuel Blecua, Martí de Riquer... “Cualquier persona es el resultado de la educación que recibe”, remarcó el director.

Tuvo un recuerdo para quien fue su marido, Gonzalo Canedo, editor de Libros del Silencio, fallecido hace casi seis años, que le familiariz­ó con la jerga editorial.

Él mismo se hizo “la tópica pregunta de qué libro me llevaría a una isla desierta”. Y citó cinco nombres: Shakespear­e, Proust, Chéjov, El Roto y Lorca. “Este no cuenta, porque va siempre en mi bolsillo”.

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XAVIER CERVERA El director, anteanoche en el teatro Goya de Barcelona
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