La Vanguardia

Que no cuenten conmigo

- Margarita Puig

La amenaza del big data ha pasado de aburrirme a agobiarme. Porque de repente me doy cuenta de que sin que le haya comentado ni a los míos que sin las gafas graduadas no veo ni torta de noche, que la rodilla operada se bloquea cuando subo demasiado rápido las escaleras o que algunas veces se me ha pasado por la cabeza hacerme un plan de pensiones, me comienzan a llegar mensajes que me advierten de que no estaría de más plantearme al menos un chequeo. A fondo. Supongo que antes, cuando estos recordator­ios venían en el formato ancestral que son las cartas o los folletos publicitar­ios (se llamaba buzoneo) todo era más llevadero. Siempre existía la opción de romper el papel en mil pedazos y con toda la rabia dejar tu descontent­o hecho trizas en la mesa del portero. Pero ahora que apenas ya ni hay cartas ni porteros, el bombardeo es constante. Llega a tu cuenta de e-mail, llega con esa llamada de número desconocid­o que no querías atender, pero que siempre acabas descolgand­o... Llega a tu WhatsApp, que creías que sólo tenías para los amigos.

¿Necesita gafas para ver de cerca? ¿Tiene seguro de vida? ¿Qué sabe del deporte antiaging?... Por no hablar de la vara que dan con la importanci­a de los hipopresiv­os a partir de los cincuenta. No vale la pena destrozar el móvil por eso. Porque también pueden llamarte al teléfono fijo o incluso a la puerta de casa. O, peor todavía, te pueden abordar en cualquier esquina y en cualquier momento los tipos de las carpetas: cada vez son más y ya no se contentan con lo de siempre (ese “hola guapa” a cambio de tu cuenta bancaria). Ahora también quieren tu fecha de nacimiento...

Haciendo limpieza digital tras el puente sólo he rescatado dos correos. En el primero me invitan a volver a nadar

En la próxima Copa Nadal los nadadores llevarán un chip; quien lo pierda deberá abonar diez euros

la Copa Nadal. Y recuerdo que la última vez que la hice aún existía el auténtico frío navideño. Ese frío de antes, del de cuando parecía inconcebib­le que algún día se inventaría una forma más sofisticad­a de declarar a un ganador que poner a un árbitro entendido en el punto de llegada. En su correo, el Natació Barcelona me informa (a mí, y a todos sus socios supongo) de que a las puertas del año 2019, en el que se supone que transcurrí­a Blade Runner ysu mundo de humanoides y coches voladores, todos los nadadores llevarán un chip en el pie. Quien lo pierda pagará diez euros y su esfuerzo no computará.

La segunda invitación rescatada de la avalancha digital de la que (de momento) me he librado es para unirme a un club de personas de entre 50 y ¡100 años! que aún se sienten activas. Hacen fiestas y deporte y cuelgan fotos de su socializac­ión extrema. Amplían así, y espero que se den cuenta, un Diógenes digital irremediab­le y la posibilida­d de que les lleguen más invitacion­es y publicidad a medida.

Que conmigo no cuenten.

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