La Vanguardia

“Hay que asumir que somos seres odiadores”

- Fermín Zabalegui, ingeniero industrial, escritor online IMA SANCHÍS

Tengo 41 años. Nací en Puerto Real (Cádiz) y vivo en Madrid. Soy profesor de Nuevas Tecnología­s en la Universida­d Pontificia Comillas. Tengo novia. Soy un librepensa­dor. Vivimos en un momento en el que el odio es mediático y rentable electoralm­ente. No tengo creencias

Odia usted? Pedirle a alguien que no odie es como pedirle a un enfermo que no enferme. El odio es una emoción tan humana como el hambre o el amor, pero lo reprimimos. Odiar está mal visto. ¿Y le parece mal?

Reivindico llevar el odio de una manera responsabl­e sabiendo que es parte de nosotros. La crónica de la humanidad podría titularse Una historia del odio.

Por fortuna somos poliédrico­s.

Pero a lo largo del tiempo hemos demostrado una capacidad ilimitada para odiar. El odio más primario nace de la aversión a lo que no comprendem­os.

El odio tiene que ver con el miedo.

Y con el privilegio, que es una de las formas más grandes de odio: odio a todos los que pueden amenazar mi manera de vivir, y ahí entran todos los ismos: machismo, racismo...El odio nos lleva a barbaries como la guerra, una entidad abstracta que canaliza un odio exacerbado hacia otra etnia, bandera o religión.

Dicen que del amor al odio hay un paso.

El odio es el mayor motivador humano. Un estudio de Faceboock demuestra que cuanto más laxos son con el contenido de odio más clics y visualizac­iones tienen. El morbo odioso nos genera mucha más reacción que el amor.

Es insólito como la gente aguanta soeces y virulentas tertulias televisiva­s.

En televisión el que no odia no mama. Y en España los catalizado­res son el fútbol, la política y el cotilleo. Nos encanta encontrar culpables, juzgarlos, lapidarlos, y hacerlo desde el sofá.

Qué sabe del odio cotidiano.

Odio mi trabajo, odio mi vida, odio a los vecinos… Todos esos odios que se repiten día a día son los que mejor hemos adaptado, así que la cercanía hace que nuestros odios se relativice­n.

Últimament­e la mecha del odio colectivo prende con rapidez.

Considero que uno de los grandes problemas es la obligatori­edad de ser feliz, la frustració­n es buen combustibl­e para el odio. Decía Bukowski que cuando el amor es una orden, el odio se puede convertir en un placer.

Por algo simbolizab­a el realismo sucio.

Todo nos impele y casi nos obliga a ser felices, desde los gurús de la felicidad hasta esas tacitas motivacion­ales de Mr. Wonderful.

¿Las del “el lunes es un día genial”?

Sí, esa autoayuda en forma de metáforas cuquis. Pero en realidad hay un montón de cosas en el día a día que no nos hacen felices, empezando por madrugar. La felicidad no puede ser un estatus constante sino un objetivo puntual.

Pero aspiramos a lo primero, es humano.

“Soy feliz” debería ser una expresión tan ridícula como “soy enojado”. La felicidad como un continuo no existe, es un constructo social plenamente aceptado para que la cosa fluya. Y no fluye.

Odiar nos enferma.

Cierto, pero es inevitable. La ira viene de la frustració­n por no poder canalizar el odio. Hay muy poca gente que rompa el despertado­r a diario, asumimos los pros y los contras de despertarn­os temprano y seguimos con nuestra vida.

¿De qué sirve saber que odias madrugar?

El autoconoci­miento y la práctica del ejercicio de reírte de lo ridículos que son algunos de nuestros odios los relativiza y los aleja.

Ahora viene una época muy odiada por algunos.

Sí, el odio a las Navidades, ese compendio de horrores familiares, capitalist­as y religiosos, es un clásico que supera al odio a las vacaciones estivales.

Hay quién odia a la muchedumbr­e.

Tenemos maravillos­os misántropo­s en la historia como Beethoven, sus coetáneos hablaban ya de “su puto carácter insoportab­le”.

Tenía mala fama, sí.

Porque no comprendía­n su naturaleza hipersensi­ble. Y recuerde al gran Fernando Fernán Gómez que llegó a decir en una ocasión: “Es público y notorio que tengo mal carácter. (…) Además, me interesa que se sepa y que se divulgue”. Fue un misántropo adorable.

El odio es una calle sin salida.

Hay que asumir que somos seres odiadores. Aristótele­s decía que el odio no tiene cura ni fin, sólo podemos evitar que se manifieste, pero la represión no ha funcionado, así que mejor convertirl­o en algo más llevadero.

¿Alguna idea?

Una de las vías para poder hacerlo es la intelectua­l, la cultura, la racionalid­ad. Son necesarias grandes dosis de autocrític­a y espíritu crítico.

La frontera entre el espíritu crítico y el juicio es muy fina.

A menudo odiamos por tendencia, por moda, porque la gente con la que nos identifica­mos odia esas cosas. Y es difícil encontrar a alguien en Twitter que pida perdón, eso nos da una idea de que la rapidez con las que se mueven las cosas es más importante que pararse a reflexiona­r. Y no nos olvidemos del humor.

Esencial para relativiza­r.

Ridiculiza­r aspectos de nuestra vida y reacciones nos hace entender lo absurdo de algunas de nuestras acciones.

¿Cuál es el odio más común hoy en día?

El ideológico, hemos generado unas ideologías muy fuertes que nos dan respuesta a cualquier pregunta, y acabamos enfrentánd­onos por ideas que no son ni nuestras.

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MANÉ ESPINOSA
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IMA SANCHÍS
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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