La sonrisa de la victoria.
La premier gana por 200 votos a 117 una cuestión de confianza en su partido
La primera ministra británica, Theresa May, a su llegada anoche a su residencia oficial de Downing Street, minutos antes de que se hiciese público el resultado de la votación, favorable para ella.
Robinson Crusoe se pasó veintiocho años en una isla tropical, en contacto con delincuentes, presos, caníbales y amotinados, expuesto a todo tipo de peligros, sobreviviendo a base de ingenio hasta que fue rescatado. Theresa May es la versión política del personaje de Daniel Defoe. Su barco se fue a pique cuando perdió las elecciones anticipadas del 2016, y desde entonces sobrevive día a día a duras penas en un peñasco llamado Westminster, escasa de agua y alimentos, sin ningún amigo, amenazada por los piratas, los tiburones y las tormentas.
Esta gata ha demostrado que tiene más de siete vidas, y ayer volvió a gastar otra de las que le quedaban al sobrevivir a una cuestión de confianza organizada por un grupo de disidentes de su propio partido, defensores de un Brexit lo más duro posible, rozando la utopía imperial retro, en la que el Reino Unido seguiría disfrutando las ventajas económicas de ser parte de Europa, pero dejaría de pagar contribuciones a la UE y tendría soberanía absoluta para fijar sus políticas en cuestiones como la inmigración. Lo hizo por 200 votos a 117 (un 62%), una victoria clara, pero también una rebelión sustancial que augura dificultades. Los amotinados, tras la se declararon dispuestos a apretar el “botón nuclear” y sumarse a una coalición de laboristas, nacionalistas escoceses y liberales para derrocar a su archienemiga.
Theresa May es un desafío a las teorías físicas de Newton, al teorema de Pitágoras, la ley de la gravedad, a los planteamientos de Darwin sobre la supervivencia del más fuerte. Dos más dos no son necesariamente cuatro. Pi no es 3,1416. El Sol no sale por el este y se pone por el oeste. La Tierra no gira alrededor del Sol. Si una tira una manzana al aire, no cae al suelo. El cuadrado de la hipotenusa no es igual a la suma de los cuadrados de las longitudes de los catetos. El pez más grande no se come al más chico. Ella es como un animal famélico, herido, cojo y tuerto en la jungla política, pero nadie le pega el bocado decisivo.
La razón en el fondo es muy simple, como anoche quedó una vez más de manifiesto con el fracaso de la cuestión de confianza planteada por los euroescépticos. Los demás animales de esta particular selva, por mucho que rujan y aúllen, están todavía más enfermizos, escuchimizados y desnutridos que ella. Los cheerleaders del Brexit duro sólo pueden llevarlo a puerto por accidente, si llegado el 29 de marzo no se ha encontrado ninguna otra solución. Los defensores de un Brexit blando (la fórmula noruega) carecen de los votos para sacarlo adederrota, lante. El líder laborista, Jeremy Corbyn, no se atreve a plantear una moción de censura porque la perdería. Los nacionalistas escoceses no pueden hacer otra cosa que quejarse de la injusticia de que su país votara la permanencia en Europa y sus aspiraciones sean olímpicamente ignoradas. May sigue por inercia, porque los demás son incapaces de ponerse de acuerdo.
CONCESIÓN
La primera ministra anuncia que no se presentará a las próximas elecciones
DIFICULTADES
Un tercio del grupo parlamentario votó en su contra y no acepta el pacto con Bruselas
Los más osados entre todos los enemigos de la premier han sido desde el primer momento los profetas del Brexit mesiánico, liderados por los exministros Boris Johnson y David Davis y el diputado Jacob Rees-Mogg. Ya intentaron acabar con ella en julio pasado, tras la presentación del llamado plan de Chequers, cuando los dos primeros dimitieron poniéndola contra las cuerdas y el tercero intentó reunir las 48 cartas de miembros del grupo parlamentario necesarias para desafiar su liderazgo. Ese proyecto de motín no cuajó, pero el vaso de la paciencia de los rebeldes se desbordó esta semana cuando May suspendió la votación en los Comunes sobre su impopular acuerdo con Bruselas, y quedó evidente su estrategia de llevar el coche hasta el borde del precipicio, para que el día 29 de marzo sólo queden dos opciones: o aprobar su compromiso o lanzarse al vacío.
John Major salió reforzado de una cuestión de confianza en su batalla también contra el bloque euroescéptico por el tratado de Maastricht, a pesar de que un tercio de los diputados tories de la época votaron en su contra. Pero lo de May es diferente. Vive para contarlo otro día, pero sólo porque las “clases medias” del Partido Conservador, todos esos parlamentarios silenciosos que no salen en las noticias ni hacen declaraciones, no han querido mover la barca aún más. No les gusta ni la premier ni el acuerdo que ha firmado con Bruselas, pero les espantaba la idea de, a tres meses y medio de la fecha de salida, entrar en un proceso de cambio de liderazgo que habría llevado semanas, y probablemente requerido una alteración del calendario del Brexit. Y más pavor todavía les daba la idea (nada descabellada) de que un brexiter duro se hubiera hecho con el timón. Candidatos no faltaban, empezando por los ministros Gove (Medio Ambiente), Javid
MALA SOLUCIÓN
Un cambio de líder ‘tory’ hubiera dificultado aún más la recta final del Brexit
PRÓXIMO ASALTO
Antes del 21 de enero el Parlamento tiene que votar el acuerdo de salida de la UE
(Interior), Hunt (Exteriores), Mordaunt (Ayuda Internacional) y Raab (Salida de Europa), y los exministros Johnson, Davis y McVey.
Pero de salir reforzada Theresa May, nada de nada. Cierto que su propio partido ya no podrá cuestionarla en un año, pero ha tenido que comprometerse a no presentarse a las próximas elecciones, previstas para el 2022. “Tras perder la mayoría absoluta el año pasado, me sentía con la responsabilidad de intentar recuperarla, pero he llegado a la conclusión de que la mayoría no queréis que yo lidere las tropas en la próxima batalla”, dijo emotiva al grupo parlamentario justo antes de la votación, al presentar su oferta: ser la persona que saque al Reino Unido de Europa y cumpla la “voluntad popular” expresada en el referéndum, y marcharse después (bastantes diputados la presionaron para que sea lo antes posible).
May sigue, pero los números y letras de la ecuación no han cambiado. Su acuerdo con Bruselas sigue sin tener el apoyo de los Comunes. El centenar largo de diputados que ayer se pronunciaron contra ella no están dispuestos a ratificarlo de ninguna manera. Bruselas dice que el acuerdo de retirada es intocable, y sólo puede haber cambios cosméticos, aclaraciones e interpretaciones. Ninguna modalidad de Brexit dispone de una mayoría parlamentaria. La premier es considerada por muchos colegas una persona no capacitada para el cargo, al que llegó de rebote.
La jornada empezó de manera dramática a las ocho de la mañana, cuando Graham Brady, el diputado tory encargado de recibir las cartas pidiendo la cuestión de confianza, acudió a Dowming Street para informar a la primera ministra de que se había alcanzado el número requerido de 48 firmas para cuestionar su liderazgo. May, que no había dormido ni mucho ni bien, compareció en seguida ante los medios para proclamar que iba a luchar por su puesto. “Deberíamos trabajar juntos por los intereses nacionales –dijo– en vez de destrozarnos entre nosotros, justo cuando intento persuadir a los líderes europeos de que hagan más concesiones”.
Enseguida, conforme pasaban las horas, se vio que el motín de los euroescépticos iba a carecer de apoyos suficientes para destronar a May, pero que el número de rebeldes iba a ser en cualquier caso sustancial. Tras una jornada de conspiraciones e intrigas maquiavélicas, la líder conservadora se enfrentó al grupo parlamentario en la sala de Comité 14 del palacio de Westminster, para defender su posición y su Brexit con los argumentos de siempre. Fieles a la tradición, los asistentes golpearon las mesas, pero sin entusiasmo. Los aplausos fueron tibios. Uno a uno, los diputados depositaron su voto.
May volvió a dormir en Downing Street, y seguirá haciéndolo en las próximas semanas. Es una superviviente nata. Pero su acuerdo con Bruselas sigue herido de muerte, sin el respaldo necesario para ser aprobado antes de la fecha tope del 21 de enero, cuando el Parlamento puede hacerse con las riendas del proceso. La incerteza e inestabilidad persisten. Robinson Crusoe fue rescatado después de 28 años. ¿Quién rescatará a Theresa?