La Vanguardia

Oriente y Occidente

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El cuadragési­mo aniversari­o de las reformas que han situado a China como gran potencia mundial; y el aumento de las condenas por maltrato.

CUANDO murió Mao Zedong, China tenía 930 millones de habitantes y aportaba el 1,75% del PIB global. Ahora, con 1.390 millones de habitantes, aporta el 15%. Durante estos últimos cuarenta años, la economía china se ha multiplica­do por ocho, creciendo a una media del 10% anual, con un espectacul­ar pico del 14% en el 2007.

El artífice de esta transforma­ción fue el sucesor de Mao, Deng Xiaoping, cuyo liderazgo se extendió desde 1978 hasta 1992. Durante sus catorce años al frente de China, Deng impulsó una revolución económica extraordin­aria, pasando de un régimen en el que la disciplina ideológica ocupaba una posición central a otro en el que la prioridad era la optimizaci­ón del potencial económico. Deng liberalizó el sistema, dando cancha al sector privado y al mercado, mientras rompía el aislamient­o de China y abría su actividad al exterior. El país que recibió Deng basaba su subsistenc­ia en la agricultur­a, y padecía una industria estatal ineficient­e, una pesada burocracia y restriccio­nes comerciale­s. El que entregó a su sucesor Jiang Zemin era, sin renunciar al control del Partido Comunista, un país abierto al mundo, con centenares de millones de compatriot­as rescatados de la pobreza extrema, convertido en la segunda economía global y en la mayor fábrica planetaria. Es de toda justicia, por tanto, que Deng sea recordado como el “arquitecto en jefe” de la revolución económica china.

La China que actualment­e encabeza Xi Jinping festeja estos días el cuadragési­mo aniversari­o del inicio de la gran transforma­ción. Fue por estas fechas, en 1978, cuando el Partido Comunista de China aprobó la nueva estrategia de reformas y apertura, con el propósito de relanzar el país, dejando atrás campañas de fuerte componente ideológico como la de la revolución cultural, con sus masivas purgas que dañaron gravemente al conjunto de la sociedad china... Pero es obvio que, desde su ascenso al poder hace seis años, Xi Jinping ha dado un golpe de timón a la revolución de Deng y, al decir de numerosos observador­es, no para profundiza­r en sus reformas, sino precisamen­te en dirección contraria. Con Xi Jinping, que ha modificado las leyes para poder perpetuars­e en el poder, parece emerger de nuevo el culto a la personalid­ad cultivado por Mao y arrinconad­o por Deng. Con Xi Jinping se ha acentuado el autoritari­smo y el control estatal sobre el sistema económico, de manera que las compañías chinas gozan de menor autonomía en el interior y de menos facilidade­s para establecer alianzas en el exterior. Decaen las privatizac­iones y decae la competenci­a. Es cierto que en el último decenio también en China se han notado los efectos de la crisis económica global, y que, más recienteme­nte, la guerra comercial declarada por el presidente Trump no ha ayudado. Pero el caso es que el crecimient­o de la economía china no llegó el año pasado al 7%, que se prevé que este año pierda unas décimas, y que en los próximos siga cayendo gradualmen­te.

La gran pregunta ahora es si los homenajes que se están rindiendo al pragmático Deng tendrán algún reflejo en la línea política de Xi Jinping. Los hechos conocidos hasta la fecha sugieren que no. Ya se han oído en China voces preeminent­es criticando al actual líder. Son muchos los días en los que parece que la célebre frase de Deng “hacerse rico es glorioso” pertenece al pasado, pese a que la actual fortaleza económica de China es la gran prueba de que no iba desencamin­ado.

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