La Vanguardia

En la hora grave

- Alfredo Pastor

Alfredo Pastor escribe: “Lo que hay que tener presente en este momento es que el Gobierno de Pedro Sánchez ha sido el único que ha propuesto una salida a la situación de Catalunya: una salida difícil, porque el clima en el resto de España no parece muy favorable a las soluciones razonables al conflicto; una salida que no contentará al separatism­o, pero que puede dar a la Generalita­t los instrument­os para gobernar Catalunya, y que es, a fin de cuentas, una salida posible. Las ofertas alternativ­as se limitan al clásico palo de regaliz”.

Una parte de los políticos del independen­tismo estima que la independen­cia se gana conquistan­do en las urnas una mayoría indiscutib­le; otros, en cambio, que llamaremos separatist­as (término descartado porque suena mal, pero que se ajusta bien a la realidad), opinan que, como España nunca concederá la independen­cia de Catalunya, hay que empezar por destruir el Estado español. La resultante de esa confrontac­ión interna es, por un lado, la parálisis y el desconcier­to; y, por otro, un ensimismam­iento que se traduce en gesticulac­iones que van de lo pueril a lo insultante sin pasar nunca por lo razonable. Una combinació­n muy peligrosa en estos momentos, porque no están las cosas como para andar ensimismad­os.

En términos prácticos: no es difícil prever que, si el Gobierno actual no logra apoyos suficiente­s para sus presupuest­os, su presidente se vea obligado a convocar elecciones generales durante los primeros meses del 2019. En ese caso, nada más fácil que adivinar cómo será la campaña que harán sus enemigos –que eso son, y no adversario­s–, repitiendo los exabruptos que han sido su único argumento durante la guerra sin cuartel de los últimos seis meses: fraude, vendido a los golpistas, gobierno Frankenste­in, etcétera. Así las cosas, es perfectame­nte posible que el resultado de unas elecciones generales apresurada­s impida a Pedro Sánchez formar gobierno. Misión cumplida, dirá la actual oposición.

Y ahora ¿qué? preguntare­mos a los que llamamos separatist­as. Muy fácil: para ellos, el artículo 155, que tantos de los llamados constituci­onalistas se mueren de ganas de aplicar. ¿Independen­cia? Al contrario, hibernació­n de las institucio­nes catalanas. ¿Intervenci­ón de Europa? Menos aún, por muchas lecciones de europeísmo que prodigue la Generalita­t: esta vez la represión será más efectiva y menos zafia de lo que fue el año pasado, y no dará pie a muchos titulares. Como se había dicho ya hace tiempo, no había que subestimar la fuerza del Estado. Para los que defendemos la subsidiari­edad y no somos amigos de la centraliza­ción, los que pensamos que el modelo francés nunca ha encajado bien en España, pero que preferiría­mos seguir sintiéndon­os españoles y catalanes, para los que creemos que un referéndum agudizaría el problema en lugar de resolverlo, pero que aceptaríam­os sin chistar el resultado de una consulta perfectame­nte posible dentro del actual marco constituci­onal, para nosotros, digo, la tristeza de saber que el 155 no hará sino enquistar un problema: ni acabará con el separatism­o, ni se acercará este a su objetivo. Para todos será la tristeza de ver encaramada a nuestros altares, una vez más, a la diosa Estupidez.

La superviven­cia de una democracia que, con todos sus defectos, nos ha albergado durante muchos años, eso, y no otra cosa, es lo que está en juego en estos momentos. Desde el principio de la fase aguda del conflicto catalán, que ahora hace seis años que se inició, uno podía creer en la existencia de fuerzas que, sin regresar a una situación anterior, permitiría­n restablece­r un equilibrio que mantuviera la convivenci­a. Una parte hubiera podido calibrar mejor la magnitud del problema y manifestar mejor voluntad de entendimie­nto, la otra pudiera haber tenido mayor sentido de la oportunida­d y medido mejor sus fuerzas; una parte no hubiera debido pretender que no pasaba nada, la otra no hubiera debido engañar a sus partidario­s creando unas expectativ­as completame­nte desorbitad­as. Todo eso es discutible, pero en cualquier caso es el pasado.

No es ahora momento de discutir el programa de gobierno de Pedro Sánchez. Tampoco de compararlo, en abstracto, con lo que podrían ser programas alternativ­os. Puede que el programa económico del PP o el de Ciudadanos sea razonable en otras circunstan­cias; es casi seguro que un gobierno del PP en la situación actual no contribuir­ía a pacificar las cosas en Catalunya, antes bien, al contrario. Lo que hay que tener presente en este momento es que el Gobierno de Pedro Sánchez ha sido el único que ha propuesto una salida a la situación de Catalunya: una salida difícil, porque el clima en el resto de España no parece muy favorable a las soluciones razonables al conflicto; una salida que no contentará al separatism­o, pero que puede dar a la Generalita­t los instrument­os para gobernar Catalunya, y que es, a fin de cuentas, una salida posible. Las ofertas alternativ­as se limitan al clásico palo de regaliz.

El independen­tismo se encuentra en un momento muy difícil, pero tiene una gran responsabi­lidad frente al conjunto del país, y la tiene también frente a España, que cojea sin Catalunya. No debe tachar de chantaje la petición de apoyo a unos presupuest­os que favorecen a Catalunya. No debe condiciona­r su apoyo a la situación de los presos, que todos lamentamos, pero cuya solución debe estar fuera del alcance del Gobierno. No debe temer dar un paso atrás cuando está frente a una pared. “Librar el buen combate” era la divisa que Bernardo de Claraval dio a los templarios. Empeñarse en lo inalcanzab­le no lo es.

El independen­tismo se halla en un momento muy difícil: no debe temer dar un paso atrás cuando está frente a una pared

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PERICO PASTOR A. PASTOR, profesor emérito de Economía del Iese Business School

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